24 diciembre 2012

Villancicos griegos

Es conocido que la fiesta religiosa más importante para los ortodoxos es la Pascua de Resurrección y no la Navidad, como para el resto de los cristianos (lo cual, bien pensado, tiene más lógica, pues lo que dota al cristianismo de sentido es la resurrección de Cristo, no su nacimiento). Esto no quita que los griegos mantengan, como los demás pueblos de tradición cristiana, hermosas costumbres locales, como sus exquisitos dulces caseros (a los que ya dedicamos este post hace dos años), la decoración del árbol y..., variante local de la tradición nórdica, del barco, seña de identidad de un pueblo marinero desde los albores de la historia, y, cómo no, sus cánticos navideños.

Los griegos diferencian entre los villancicos tradicionales, cálanda (κάλαντα), de origen bizantino, transmitidos de generación en generación, y los villancicos extranjeros, sean cultos o no, que ya comparten todos los países, desde el Noche de paz (aquí Άγια Νύχτα) o El tamborilero (Ο μικρός τιμπανιστής), hasta el insufrible Santa Claus is coming to town, a los que se refieren simplemente como "canciones navideñas" (χριστουγεννιάτικα τραγούδια).

Hay tres tipos de cálanda: los de Navidad, los de Año Nuevo y los de la Epifanía (si bien estos últimos parecen haber caído en el olvido). En sendas vísperas, los niños van de casa en casa cantando los cálanda correspondientes, a cambio de un aguinaldo, como se solía hacer en España (desconozco si esta tradición pervive). En lugar de panderetas y zambombas, los niños griegos acompañan sus cánticos con el triángulo, la flauta, el laúd y el tambor. Hoy, pues, tocan los cálanda de Navidad y he encontrado esta hermosa versión cantada por la mítica Nana Mouskouri, acompañada de entrañables imágenes. 
¡Felices fiestas! Καλές γιορτές!  

19 diciembre 2012

El invierno más largo

Odio el invierno. No lo puedo remediar y por mucho que cada año por estas fechas intente convencerme de lo contrario, no lo consigo. Odio el frío húmedo que te atraviesa como un afilado témpano de hielo y más aún la sensación de crionización del frío seco del interior. Odio la oscuridad de las noches prematuras que hacen que las ocho de la tarde parezcan casi medianoche. Seguramente esta es la razón por la que nunca he aguantado más de una temporada en latitudes más allá del paralelo 42º N, mientras que en Atenas estoy como pez en el agua. Pero a pesar de todo, el invierno es siempre invierno e incluso en la llanura ática esta sigue siendo con diferencia mi estación menos preferida.

Este año, la verdad sea dicha, el frío nos ha respetado hasta bien entrado el mes de diciembre y el otoño parecía más una primavera tardía que la estación de entretiempo que debería ser. Y menos mal que nos ha dado esa pequeña tregua, pues el que comienza tiene visos de ser el invierno más largo y frío de los últimos años. La razón: la fuerte subida del precio del gasóleo de calefacción que el (des)gobierno griego decretó a principios de octubre en plena fiebre recaudatoria para poder pagar a su hora a sus acreedores. La fórmula ha sido sencilla: equiparar la carga impositiva del gasóleo de calefacción y del gasóleo de automoción. Como resultado, el primero ha aumentado un 40%, mientras que el segundo se ha visto reducido en menos de un 10%.

El litro de gasóleo de calefacción este año oscila alrededor de 1,40€ (frente al 1,08€ de España, según consulto hoy en Petromercado), convirtiéndose así en un artículo de lujo para el ciudadano medio. Ya el invierno pasado muchas comunidades de vecinos que tenían calefacción central decidieron no encenderla, ahogadas por las deudas debido a los, cada vez más, vecinos morosos. Este año, incluso los edificios con calefacción autónoma tienen sus calderas vacías. Lo mismo sucede en viviendas unifamiliares de todo el país. Son muy pocos los que pueden hacer frente al disparatado precio de la calefacción, que se suma a la ya abultada montaña de facturas domésticas: la engrosada factura de la luz que, además de subir en enero, incluye también el jaratsi (el nuevo impuesto sobre la propiedad inmobiliaria). Según los distribuidores de carburante, la demanda del gasóleo de calefacción ha disminuido un 80% en los dos últimos meses, mientras que los fabricantes de estufas de butano y calefactores eléctricos de todo tipo hacen su agosto en pleno diciembre. El (des)gobierno griego ha demostrado una vez más su ineficiencia, pues esta subida abusiva, el enésimo decretazo contra una sociedad debilitada, lejos de lograr una mayor recaudación para las arcas del Estado, lo único que hará será matar a los más desfavorecidos de frío. Incluso colegios y hospitales han restringido severa o completamente el consumo de gasóleo. Hace unas semanas visité un convento construido en una loma apartada, en mitad de una región montañosa del Peloponeso. Las hospitalarias monjas nos invitaron a café y pastas para entrar en calor, mientras comentaban, estoicas, que este año ellas tampoco tendrían calefacción. Por la ventana solo se veían campos de vid y cumbres nevadas en el horizonte.

Mientras tanto, la máquina de hacer dinero que es el capitalismo no puede dejar pasar la oportunidad sin sacar tajada. Los programas de televisión ya no sortean coches ni escapadas de fin de semana, sino cheques regalo para rellenar la caldera de la calefacción, con tan solo hacer una llamada o enviar un mensaje de texto. Algo similiar vi hace unos días en un portal web de noticias. Signos inequívocos de la mutilación de una sociedad y el inicio de un largo invierno que, mucho me temo, se irá extendiendo lentamente por el sur de Europa, sin atisbo alguno de primavera, al menos, de momento.

Un magazín matinal sortea cheques de 500€ para gasóleo de calefacción
Concurso web cuyo premio es 1000€ para calefacción

16 diciembre 2012

En busca de la felicidad

Ηasta ahora no me había percatado de la cantidad de mercadillos y actos benéficos que se organizan en Atenas con motivo de las fiestas navideñas. El frío arrecia y aunque la mitad de las calefacciones están sumidas en un profundo letargo por la brutal subida del gasóleo, la ciudad intenta caldear un año más los gélidos ánimos de la crisis a fuerza de lucecitas en los balcones de las casas, las farolas y los árboles en calles y plazas y un sinfín de bazares navideños en diversos establecimientos e instituciones.

Este finde la agenda estaba apretadísima. El parque cultural Technopolis albergaba el Bazar del Libro. Fuera la cola era espectacular; dentro el gentío, insufrible. No era para menos: todos los libros a 1€, a beneficio del Centro de Acogida y Solidaridad de Atenas. Después decidí apoyar al pequeño comercio local y me perdí en los múltiples bazares de los negocios de Kukaki, mi barrio. Desde los accesorios hechos a manos por Katerina en su nueva tienda, inaugurada hace unas semanas, hasta los objetos de decoración vintage del Tintinambulum, el anticuario del barrio, alojado en una de las joyas neoclásicas que aún se conservan a las faldas de la colina del Filopapo. Ni que decir tiene que allá donde íbamos, nos convidaban a té, chocolate caliente y toda clase de dulces (caseros, por supuesto, ¡esto es Grecia!)
 
En mitad del clima enrarecido y pesimista de los últimos tiempos, tengo la impresión de que esta Navidad intenta aportar una chispa más de calor que la anterior. En primer lugar, por ellos, por los niños, los verdaderos protagonistas de esta fiesta. Pero también un poco por el resto, que también necesita una tregua, un receso en la carrera incansable que es llegar a fin de mes cada vez con menos dinero en el bolsillo y más impuestos que pagar. La vida, en cualquier caso, continúa. No puede ser de otra manera. Independientemente de los infortunios que depare la Historia en la época que a cada cual le toque vivir.

Precisamente este es el eje central entorno al que se desarrolla la excepcional obra Hijos e hijas (Γιοι και κόρες) que se escenifica cada fin de semana en la sala del siempre innovador bar Bios. El autor y director, Yiannis Kalavrianos, recorrió todo el país haciendo a los más viejos del lugar la misma pregunta: "¿Podría recordar alguna historia que marcó su vida?" Sin más apuntes ni sugerencias, 85 hombres y mujeres narraron las historias que cambiaron sus vidas para siempre. Muchas de estas se funden con los acontecimientos clave la historia reciente del país: las Guerras Balcánicas (1912-13), la Ocupación alemana (1940-45), la Guerra Civil (1946-49), la Dictadura de los Coroneles (1967-74)... Historias llenas de amor, miseria, inocencia, odio, infidelidades, injusticia..., que, narradas por sus protagonistas muchas décadas después, recobran vida encarnadas en cinco jóvenes actores sin más artificio que su talento. Una lección para esos jóvenes de hoy que, criados entre algodones, se ahogan en un vaso de agua, ante la primera adversidad. Un himno a la vida, con todo lo que conlleva, las alegrías y las penas, las luces y las sombras, los gozos y los martirios. Un mosaico hecho de las pequeñas historias de la vida que se desarrollan a la par que --pero siempre por debajo de-- la Historia oficial de las naciones. Para aquellos que visiten Atenas en estas fechas y sepan griego, un must-see sin condiciones. Al término de la función se sentirán mejor consigo mismos, más felices.

13 diciembre 2012

La galería del silencio

Galería Arsakíu desde el acceso de la calle Stadiou
Imprenta soviética
Hacía tiempo que quería hablar de las stoés de Atenas, los pasajes o galerías comerciales que abundan en el centro de la ciudad. Aunque no tienen el glamur y la elegancia de las italianas o las parisinas, los pasajes de Atenas son una forma original de conocer mejor la ciudad, para aquellos que no se conforman con el paquete turístico. Hoy quiero hablar de la más majestuosa de todas: la Galería del Libro (Stoá tu Vivlíu) y la Galería Arsakíu, que son, en realidad, dos galerías en una.

La más grande de ellas, la Galería Arsakíu, construida en 1900, fue diseñada por Ernst Ziller, el célebre arquitecto sajón al que Atenas debe varios de sus edificos más emblemáticos, como el Teatro Nacional o el Palacio Presidencial. De planta cruciforme, esta galería fue siempre mi favorita, por varios motivos: la luz natural que, tamizada por su tejado de vidrio, inunda los corredores; la vieja imprenta soviética expuesta en el crucero de la galería, bajo la cúpula; una cuidada librería especializada en viajes y las mesas del café Orfeas que desde 1926 colonizan parte del crucero. Sin embargo, últimamente evito pasar por ella, pues es una herida abierta y supurante de la crisis: las vitrinas relucientes y llenas de color han dado paso a escaparates encadenados que muestran la desnudez de sus entrañas polvorientas. Apenas sobreviven un puñado de negocios y los corredores de la galería son hoy más largos y silenciosos que nunca, sin las mesas del regio café para dotarlos de vida.


La Galería del Libro, propiamente dicha, unida a uno de los extremos del transepto, es otra historia. Y no saben cuánto me alivia. Fundada en 1996 como un punto de encuentro cultural, es la sede de la Universidad Libre (Eléfzero Panepistimio), que organiza seminarios trimestrales sobre diversas materias. Sus locales albergan exclusivamente puntos de distribución y venta de una veintena de editoriales griegas. Es una mañana fría de invierno y mis pasos sin rumbo me han traído aquí. Accedo por la entrada exterior, que da a la calle Pesmazoglou, y me topo de bruces con el mítico Teatro del Arte (Zéatro Tejnis), la vanguardista escuela de artes escénicas que acaba de cumplir 70 años. Me adentro en la galería, que, ¡oh, sorpresa!, rezuma vida. Casi todas las mesas de la cafetería Gramma (oportunísimo nombre, pues significa "Letra") están ocupadas, las librerías, a diferencia de los locales de la galería anexa, están todas en pleno funcionamiento (sólo hay un local vacío). Me doy un paseo por la galería y observo lo que sucede a mi alrededor: en la taquilla del teatro una estudiante adquiere entradas para la función de la noche, un grupo de jóvenes universitarios acarrea una montaña de tochos recién comprados (consigo leer el título de uno de ellos: Teoría de Sistemas), dos hombres restallan las cuerdas de sendos baglamás en una mesa del café, un anciano trajeado lee el periódico... Un refugio acogedor contra el frío del invierno, una sordina al incesante ruido del tráfico en pleno centro de la ciudad, un remanso de ocio y despreocupación donde no tiene cabida la martilleante crisis. Me pregunto cuánto más aguantará. 
(i) Entrada a la Galería del Libro desde el interior de la Galería Arsakíu (d) Entrada del Teatro del Arte (Zéatro Tejnis)

 

El mítico café Orfeas

Interior del café Orfeas

Fachada de la Galería Arsakíu en Panepistimiou

Intersección de las calles Arsaki y Stadiou

Vista aérea desde el NE (Fuente: Bing Maps)

10 diciembre 2012

Esto no es una crisis...

Otro post sobre la crisis. Qué se le va a hacer. Lo da la tierra, la española y la griega, por igual. Hace unas horas he sabido que Iberia cancela varias rutas a partir de enero de 2013. Una de ellas, la de Madrid-Atenas. La noticia es, sin duda, mala. No deja de ser paradójico que Grecia y España, dos países tan parecidos, aunque lo ignoren, dos primas hermanas que apenas se conocen por la barrera lingüística y porque se puso la vanidosa Italia de por medio, vayan a estar aún más lejos la una de la otra en un momento en que sus historias parecen (una vez más, no es la primera) converger en la desgracia. Reconozco que no soy fan de Iberia, más bien al contrario. Esta inquina arrecia estas semanas en que no sé si llegaré a tiempo a la mesa de Nochebuena, por las cinco jornadas de huelga consecutivas (hay una sexta, pero descolgada) que nos regala en nuevo intento de añadir al reencuentro familiar más emoción que el anuncio del turrón. He estado haciendo cálculos: en los últimos 15 meses he realizado 6 viajes (ida y vuelta) a España. De estos, tres los hice con Iberia. De los seis trayectos que componen esos tres viajes de ida y vuelta, Iberia canceló la mitad: dos por huelga y uno por causas sin justificar. Como comprenderán, volar esta Navidad con ellos no era mi primera opción (nunca lo es), pero era la única que se adaptaba a mis circunstancias. En cualquier caso, ahora ya todo eso da igual. De mi experiencia de la crisis griega he aprendido que ya no se pueden hacer planes con meses de antelación. Por lo que parece, esto empieza a ser así también en España.

Que nadie me malinterprete. No pongo en tela de jucio el derecho a huelga de nadie, pero en estos últimos tres años me he tragado más huelgas en Atenas que un español medio en toda su vida y he llegado a la conclusión de que en los tiempos que corren, las huelgas sirven de poco (por no decir de nada). Esto no es una crisis; es algo más, y sea lo que sea, parece que es inmune a las huelgas. Una crisis es algo que se espera (al menos, los entendidos en la materia aseguran verlas venir), es un capítulo más del cíclico devenir de la economía. Llega una época de recesión, se reajusta lo que se tenga que reajustar y después vuelve una etapa de desarrollo, de crecimiento, de expansión. Visto lo que están haciendo con Grecia (y lo que augura el panorama para otros países), lo que seguirá a esto no será una etapa de crecimiento, sino de reconstrucción, como la que sigue a una guerra. Este es ya un estado en ruinas (recalco lo de estado, porque una cosa es el estado y otra el país), saqueado en nombre del capitalismo.

El Rescate 2 (aprobado en febrero de 2012, ahora vamos por el 3, recién salido del horno) trajo consigo la supresión de los convenios de cada sector y la creación de un nuevo salario mínimo. Las consecuencias de aquella votación son visibles hoy: un empleado recién contratado en una tienda podrá cobrar 490€ a jornada completa. Uno a media jornada, tan solo 280€ (80 menos que la prestación por desempleo). Sueldos de pobreza. No son pocas las multinacionales que se han sumado al carro, mientras que las medianas y pequeñas empresas, para las que sus empleados son algo más que un número, intentan mantener unos sueldos más decentes. Es decir, las grandes empresas se están enriqueciendo aún más y es el pequeño empresario el que intenta mantenerse a flote sin tener que arrojar a nadie por la borda. Y estamos hablando del sector privado, de algunas de las multinacionales con ropa de marca carísima (me muerdo la lengua por no dar nombres) que, no creo que tengan mucho que ver con la deuda pública del Estado griego, pues, después de todo, estamos en una economía de libre mercado y bla, bla, bla... ¿no es eso lo que nos habían dicho? De repente, todas las empresas tienen graves problemas económicos, incluso mastodontes como Iberia. Hasta los trabajadores de IKEA en Atenas se pusieron en huelga, porque la empresa ha anunciado recortes en los sueldos. Me cuesta creer que la aerolínea no es rentable (¡a los precios que vuela!) como para tener que despedir a un cuarto de su plantilla, que se dice pronto. Lo único seguro es que su fusión con British Airways ha terminado como el apareamiento de la mantis religiosa. Del mismo modo, no creo que IKEA Hellas le suponga pérdidas a la compañía sueca. El problema es que, según el credo capitalista, el accionista tiene que aumentar sus ganancias sí o sí, con crisis o sin ella. Y si para eso hay que rebajar el sueldo de los trabajadores a la mitad, se rebaja y punto. Por cierto, un diputado griego cobra, si he entendido bien, alrededor de 8.000€ mensuales.

Pero esto no es solo la deuda griega. Pasemos a España, cuyo sistema sanitario y educativo (ahora parece que también de pensiones) se tambalea porque los dirigentes nos han pasado la factura de sus orgías con los bancos arruinados. Pero qué más da; al fin y al cabo, ellos pertencen al grupo de los poderosos. ¿Cuántos hijos de altos mandatarios van a colegios públicos? ¿Y cuántos políticos acuden a la Seguridad Social (pero de verdad, no para hacer una mininoticia en su tele autonómica y sacarle rédito electoral)? Lo que quiero decir con esto es que a los poderosos (defínanlos ustedes al gusto) no les importa lo más mínimo nada de esto, puesto que no les afecta: ellos, con o sin crisis, seguirán estando muy bien avenidos, tendrán sus recursos, mantendrán sus contactos y, sobre todo, una buena reserva económica para empezar de cero, en otro país si es preciso. El pez grande se come al chico. Alemania se come a Grecia. La clase dirigente se come a la clase media. British se come a Iberia y el directivo, al trabajador. Esto no es una crisis. Es un sálvese quien pueda.

04 diciembre 2012

Poemas y crímenes

 

Ediciones Gavrielides es una pequeña casa editorial, dedicada, en gran medida, aunque no exclusivamente, a la publicación de poesía griega contemporánea. Desde hace tiempo es una de mis editoriales fetiche, por dos razones. La primera: es la editora de las novelas policiacas de Petros Márkaris, uno de mis escritores favoritos, al que, una vez más, recomiendo encarecidamente desde aquí. La segunda: por el Poems 'n' Crimes, la cafetería que alberga en el vestíbulo de su sede, en la angosta y sombría calle Ayías Irinis, a dos pasos de Monastiraki. Primero descubrí la cafetería, recién inaugurada, hace algo más de un año. Después supe que los libros y los utensilios de imprenta que veía a través de las vidrieras no eran simples objetos de decoración vacíos de contenido, como es habitual en tantos cafés, sino que aquella hermosa vivienda de finales del XIX, recién remozada, era la nueva sede de una editorial. Y en ese momento supe que este café habría de ser mi steki, que es como los griegos llaman al local que suelen frecuentar, al punto de encuentro habitual con los amigos.
Anoche me encontré inesperadamente en la presentación del libro de un conocido, que tuvo lugar, como de costumbre, en el pequeño salón de actos que hay en la primera planta. Tras la lectura de poemas, el acto continuó en la cafetería, donde se dio un pequeño recital de guitarra con canciones cuya letra había escrito también el anfitrión. Acomodado en la barra, al fondo, detrás de guitarrista y poeta, semioculto entre vasos y botellas, observo a los asistentes: muchos amigos y familiares, bastante gente joven, todos desconocidos... y, de pronto, una cara familiar. Al principio dudo, pues está cabizbajo, prensa tabaco en su pipa, que en seguida prende y, con la primera calada, expele una nube de humo que asciende hasta diluirse en la oscuridad de la sala. Coronilla totalmente despoblada, adornada por una greña blanca en la parte posterior. Petros Márkaris se me manifiesta de repente entre el público y ahogo un pequeño conato de júbilo, como si acabara de encontrar a Wally tras una búsqueda de horas.

Lo observo a ratos. El recital continúa en medio de un ambiente íntimo y agradable. Comparte mesa  con el dueño de la editorial (¿el señor Gavriilidis, supongo?), un campechano cincuentón, que tiene más pinta de tabernero que de editor literario: pantalón marrón de paño, camisa blanca a rayas y unos tirantes que circunvalan los laterales de una protuberante barriga. Al terminar el acto, coincido con el editor en el vestíbulo del aseo, donde se ha producido un pequeño overbooking. Este, espontáneo y afable, bromea con los presentes. Cualquiera diría que ese hombre sonriente y dicharachero, que en su juventud debió de ser el guaperas del barrio, es el dueño de una editorial. En cualquier caso, no hay pizca de altivez ni petulancia en él y eso hace que se meta al personal en el bolsillo.

La audiencia se dispersa, el café se vacía lentamente. Márkaris sigue en su mesa, a solas con su pipa. Desde cerca parece mucho más enjuto y frágil que en la tele o en las fotografías. Siempre me pasa; espero de las personas que admiro, sobre todo si es debido a su talla artística o intelectual, una presencia mucho más imponente, como si el físico debiera corroborar su solidez de espíritu o  intelecto. Mi admiración por este escritor no se debe únicamente a los momentos de intriga literaria que me ha brindado a través de su comisario Jaritos, sino también a su visión límpida e inteligente de la crisis griega, que ha sabido plasmar de forma magistral en diversos artículos publicados en prensa (como este). Por un momento pienso en acercarme a saludarlo, pero en seguida desecho la idea. No quisiera molestarlo y en momentos como estos me vence la timidez. Se me dan mucho mejor los cumplidos desde el otro lado de la página. Además, ¿quién sabe?, puede que un día sea él quien me dirija a mí la palabra, aunque sea para pedirme el azúcar. Al fin y al cabo, según parece, compartimos el mismo steki.

27 noviembre 2012

Ítaca

Francisco Rodríguez Adrados, prestigioso lingüista y helenista, académico de la Lengua y de la Historia, acaba de recibir, a sus 90 años, el Premio Nacional de las Letras. Desde su tribuna de galardonado, Adrados denuncia el peligro de exterminación de las lenguas clásicas en secundaria que presagia la reforma del ministro Wert. Desde que terminé el instituto, con los últimos coletazos de la Ley General de Educadión del 70, no había vuelto a interesarme por el devenir de las clásicas tras la LOGSE. Sabía que el latín había dejado de ser obligatorio, que la carga lectiva se había reducido significativamente y que existía una asignatura llamada cultura clásica. Nada más.

A raíz de la noticia, decido echar un vistazo a la página web de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC), de la que Adrados fue fundador y es hoy presidente honorario. Allí he podido tomar el pulso a las clásicas en España y la verdad es que anda muy acelerado. Parece que este enésimo refrito de reforma educativa podría ser la cicuta definitiva para el latín y el griego clásico en secundaria. Esto, que para muchos no tendrá la menor importancia, traerá, como los anteriores refritos, más ignorancia a las aulas hoy y a la ciudadanía mañana.

Ya estando en COU pensaba, y lo ratifico ahora, a posteriori, que había sido muy afortunado por haber pertenecido a las últimas promociones del plan antiguo. Gracias a ello, accedí a la universidad con tres años de latín y dos de griego a mis espaldas. Sin ellos, probablemente nunca habría elegido, de entre el enorme elenco de asignaturas de libre configuración, una tan minoritaria como el Griego moderno. ¿Y por qué habría de hacerlo? Seguramente habría sabido bien poco acerca de Grecia hasta hace un par de años, cuando le estalló la crisis en las manos, como le ha ocurrido a gran parte de los españoles.

Sin mi bagaje "clásico" no podría haber aprendido el griego moderno con la facilidad y el placer con que lo hice desde el primer momento. Sentía una gran curiosidad por la versión moderna de aquella lengua tan apasionante como antigua, que, a diferencia del latín, había sobrevivido al paso de los siglos. Sentía como si, después de leer una larga saga de aventuras, hubiera encontrado un libro apócrifo que revela qué fue de los protagonistas al cabo de los años. Mi pasión y esmero pronto se verían recompensados; en seguida llegaron las becas de verano, los agotadores vuelos con escala (uno era estudiante y no podía permitirse vuelos directos), los cambios de divisa (¡benditos dracmas!) y ese chute de adrenalina ante lo desconocido (créanme, el caos griego se ha vuelto mucho más manejable en la era de Internet). Esos veranos en que combiné las clases de griego con compañeros muy diferentes a los de la facultad (la mayoría estudiantes aventajadísimos de la Europa del Este) con los primeros suvlakis, el frappé y la luz del verano heleno me marcarían para siempre.

Han pasado dieciséis años desde que aprendí a leer y escribir el alfabeto griego y evoco con una sonrisa aquellas horas de práctica, de caligrafía. Esos códigos extraños como jeroglíficos fueron poco a poco cobrando sentido, formando palabras en las que, ¡oh, sorpresa!, enraizaban muchas del español, para después narrar mitos y realidades que definieron por siempre las civilizaciones venideras... hasta nuestros días. Hoy me descubro, adulto ya, tras una larga travesía por las islas del norte, donde otras ninfas me cortejaron, desembarcado en mi Ítaca, esta Atenas que se desangra, víctima del capitalismo oscuro. Sin embargo, lejos de lamentarme, peleo y evoco a Cavafis:
Ítaca te dio el hermoso viaje.
Sin ella no hubieras salido al camino.
Pero ya no tiene nada para darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.
Sin el griego clásico y el latín no habría hoy ni viajes ni Ítacas. Ni siquiera habría Ulises.

16 noviembre 2012

La muerte como salida (o la Psicología de la Resistencia)

Es viernes por la mañana. Atenas se ha despertado bajo un cielo gris, como de hormigón, y con la vista fija en el horizonte, pienso en la muerte. No tanto influido por el día, sino por el artículo con el que hoy acompaño mi café mañanero que dice que los casos de suicidio en Grecia han aumentado un 40% en el primer semestre de 2012, en comparación con el año anterior. Con todo, el país sigue estando a la cola de la tasa de suicidos a nivel mundial y son países idílicos, como los escandinavos, los que siguen en cabeza. Este dato vuelve a demostrar, especialmente en esta época en que parece que los mediterráneos menospreciamos más que nunca nuestra tierra, nuestra historia, nuestros valores, que en todas partes cuecen habas y que en el norte habrá más "calidad de vida" (así, en abstracto), pero algo oscuro deben de esconder las entrañas de esa tierra, porque si no, no se explica...  

Continúo rumiando este interesantísimo artículo (dejo el link aquí, para los que sepan griego), horas después de leerlo, porque, a diferencia de las noticias en prensa, deja a un lado números y  estadísticas, en la medida de lo posible, para analizar el caldo de cultivo en que se producen estos suicidios. Carga las tintas en los sentimientos y el estado de ánimo de los griegos (los casos de depresión se han triplicado en el último trienio) y transmite, al fin, un mensaje desdramatizador y alentador. Las crisis siempre han formado parte de la vida del hombre, y no nos referimos sólo a crisis económicas, sino también a las guerras, cataclismos, dictaduras... El problema de esta "guerra ecónomica" en que está inmersa Grecia, a diferencia de un conflicto bélico convencional, radica en que a los ciudadanos no pueden siquiera consolarse con la idea de la victoria. Es como si los griegos no tuvieran derecho a la esperanza, sentimiento imprescindible de todo pueblo en mitad de una contienda.

En las guerras convencionales está claro quién es el enemigo y quién el aliado; aquí se lucha contra un enemigo invisible e inidentificable. Ni siquiera los aliados sobre el papel (la UE, la Troika) se sienten como tales entre la población civil. Se diría, pues, que los pueblos del sur de Europa están luchando, sin apenas armas y con los griegos en primera línea de combate, contra una fuerza oscura que nadie sabe de dónde viene ni cómo se desplaza, pero que parece imparable. Con este panorama, no es de extrañar que cada vez más personas se hayan quitado la vida. Son, en su mayoría, personas indefensas o que pertenecen a los grupos más "vulnerables": jubilados con pensiones bajísimas, parados, personas ahogadas por las deudas... Cualquiera que haya visto una buena película o leído un libro sobre alguna guerra real sabe que no eran pocos los que preferían el suicido antes de caer en manos del enemigo. Parece que la muerte autoimpuesta, tanto entonces como ahora, es una de las cartas que el ser humano baraja en situaciones de miseria, opresión, violencia o esclavitud.

Pero vayamos al mensaje desdramatizador, que es lo que nos interesa, lo que necesitamos para salir adelante; mi intención al escribir este post no es hacer leña del árbol caído ni meter el dedo en la llaga ajena, sino todo lo contrario. En el artículo se recoge un concepto que, sin saberlo, ya había abrazado hace meses, no porque sea muy listo, sino porque en su momento me contagié yo también del desánimo, ese fantasma negro que la crisis siembra en la sociedad, hasta que un buen día decidí hacerle frente. Los psicólogos lo llaman "psicología de la resistencia"; yo hasta ahora lo llamaba instinto de supervivencia animal. Basta ya de llorar nuestra desdicha (que, bien mirado, no es tan grave, ya que, como decía el bueno de Murphy, ¡mañana puede ser peor!). Basta de buscar subterfugios victimistas para no hacer lo poquito que está en nuestra mano para aliviar el dolor colectivo, para salir adelante. Esta crisis es un desafío más de la vida que debemos aprovechar para conocernos mejor, para sacar fuerzas de flaqueza, para alejarnos del demonio del egocentrismo onanista alimentado por  el consumismo desaforado, para volver a sentir que somos personas, no consumidores, y que nos necesitamos los unos a los otros. Y todo esto, además, disfrutando del camino, disfrutando de la única vida que tenemos. La psicología de la resistencia es, en palabras del psicólogo Apóstolos Sabaziotis, "la aceptación de una determinada realidad, no para someternos a ella, sino para enfrentarnos a ella y transformarla". Es comenzar la revolución por uno mismo y su entorno. Es negarse a ser un muerto en vida.

13 noviembre 2012

Una ciudad magnetizante

Siempre he dicho que Atenas es una gran ciudad... a su manera. Sé que en muchos aspectos no está a la altura de la mayoría de las capitales europeas. Claro que la mayoría de las capitales europeas tampoco pueden competir con Atenas en historia y simbolismo. Puede que hayan pasado milenios desde que la ciudad aportó su granito de arena (en este caso, toneladas de mármol) a la Humanidad, pero esa potente energía que iluminó a Occidente antes incluso de que el Cristianismo llegara para quedarse sigue presente entre los no pocos vestigios que salpican la metrópoli contemporánea.

Dicen que la Acrópolis, como tantos sitios de veneración ancestral, ya sean obra del hombre o de la naturaleza, forma un campo magnético de tal intensidad que hace que no la sobrevuele ave alguna. Yo, que al principio recelaba de esta teoría, no sólo he terminado por creerla, sino que, además, sospecho que debe de estar imantada; sólo así se explica que en medio de este tsunami siga aquí, orgulloso habitante de esta Atenas que se descompone poco a poco a causa de una crisis absurda y cruel. 

Todo esto se me pasaba por la cabeza mientras volvía a ver este maravilloso vídeo que condensa en cinco minutos un día cualquiera de los habitantes liliputienses de una Atenas diminuta, magnetizada de encanto y magia. La música la pone el genial Gustavo Santaolalla. Que lo disfruten.



07 noviembre 2012

A solas con la Historia

Es uno de los edificios más bonitos y mejor situados de la ciudad, en una simpática plazuela ajardinada a apenas doscientos metros de la enorme Syntagma, y, sin embargo, es un gran desconocido para locales y foráneos por igual. Puede que el Museo Nacional de Historia no exhiba objetos del calibre de los del Museo de la Acrópolis o el Arqueológico Nacional, pero en los tiempos que corren no hay sitio mejor que éste para contextualizar la debacle que se está produciendo en este país.

El valor añadido de este modesto museo es el precioso edifico neoclásico que lo alberga: el palacio del Antiguo Parlamento, inaugurado en 1875, obra del arquitecto francés François Boulanger, posteriormente modificado por el griego Panayotis Kalkos. Ésta fue la primera sede permanente del parlamento griego hasta que en 1935 se trasladó a la actual, el antiguo Palacio Real, en la plaza de Syntagma.

Es sábado por la mañana y apenas hay una docena de personas en el edificio, contando al personal del museo, lo que hace que la experiencia sea aún más íntima, pues entre los objetos de todo tipo que se exponen y el visitante no media más que un profundo silencio. 

Gran parte de la historia moderna y contemporánea de Grecia, ésa que el extranjero desconoce casi por completo, está concentrada en este palacete: la era bizantina, los cuatro siglos de ocupación otomana (que los griegos llaman Turkokratía), la Revolución de 1821 y la turbulenta historia del siglo XX, las Guerras Balcánicas, las Guerras Mundiales... Son muchos los retratos de los griegos ilustres de estos últimos dos siglos, la mayoría héroes de la Revolución y mandatarios de primer orden: Otón I, príncipe bávaro que se convertió en primer rey de Grecia; Ioannis Kapodistrias, primer presidente del gobierno asesinado por un anarquista en 1831; Theódoros Kolokotronis (alias "el Viejo de Morea"), quizá el más grande de los héroes nacionales, cuya estatua ecuestre se encuentra a las puertas del museo, o el legendario Eleftherios Venizelos, con diferencia el personaje político más venerado, en cuyo honor se han bautizado calles y plazas en casi todas las ciudades de Grecia, además del nuevo aeropuerto de Atenas, inaugurado en 2001.


El salón de plenos es la estancia central en torno a la cual se disponen el resto de salas del museo. Aunque relativamente pequeña y desprovista de grandes lujos, no pierde un ápice de su solemnidad, añejada por la Historia, gracias a sus lámparas de araña y sus bancadas semicirculares, que durante años ocuparon políticos ilustres que pasaron a la Historia y que poco debieron de parecerse a los que hoy se sientan en el Parlamento de Syntagma, aquellos que tras saquear las arcas del Estado durante décadas, insisten en seguir desgobernando un país que ellos mismos arruinaron.


01 noviembre 2012

La isla de los leprosos

Spinalonga, la última leprosería de Grecia os espera. "Dejad toda esperanza los que aquí entráis". Estos versos del Canto III del Infierno, de la Divina Comedia, se reproducen sobre un enorme panel negro en una de las entradas a la ciudadela. Spinalonga, la isla de los leprosos, a menos de un kilómetro de la costa nororiental de Creta, se alza como un espejismo sobre el brillo cegador del mar.

Es una tarde tórrida de finales de agosto. Nos apresuramos a coger la última barca que lleva al otro lado, a la orilla maldita de la isla de los malditos. "Tú, el último leproso". Es el nombre de la exposición del artista griego Kostas Tsoclis, que ha realizado una intervención en el sitio arqueológico sirviéndose de la pintura, la escultura, la música... Una cruz colosal descansa sobre la puerta principal de la fortificación, en cuya cima ondean un centenar de banderas negras que ya durante la travesía en barco presagian la suerte que espera al visitante a su llegada.

Desembarcamos. El sol quema la vieja piedra veneciana de los bastiones, el viento se cuela por entre las rendijas de los postigos desvencijados y silba burlón al pasar por chimeneas y muros agujereados. El túnel por el que nos adentramos en el castro está forrado de espejos que reflejan nuestros cuerpos y los multiplican. Hubo un tiempo en que los espejos estaban prohibidos en este lugar para evitar que los enfermos vieran cómo sus cuerpos se consumían, pasto de la lepra. Personas estigmatizadas de por vida, apartadas de sus seres queridos y del resto de la sociedad. Muchos de ellos, desesperados, intentaron escapar a nado, de noche, ganar la orilla de enfrente y volver junto a sus familias, recuperar sus vidas... 


Pero no todo era llanto y miseria en la última leprosería de Grecia. Como siempre ha demostrado a lo largo de su historia, el ser humano se adapta, sobrevive y lucha por un mañana mejor, aunque éste se vea constreñido por unas gruesas murallas rodeadas de mar. Aquí, en esta vieja fortificación medieval, crearon una comunidad autosuficiente, un mini Estado, con sus comercios, su hospital, sus huertos, sus hornos... Estos hombres y mujeres sufrieron los devastadores efectos de una enfermedad aún peor que la lepra: la ignorancia, la intransigencia y la injusticia humanas. Homo homini lupus. Y a pesar de todo, estos parias de una sociedad podrida trabajaban, reían, se enamoraban, soñaban... En 1957 la leprosería cerró definitivamente y consiguieron su libertad y volvieron a sus casas, a sus familias.

Han pasado más de dos meses desde aquella tarde de sol y silencio en la isla deshabitada, pero cada vez que pronuncio ese nombre, Spinalonga, y cierro los ojos, vuelve a mí la estampa recortada por las ventanas del viejo hospital en ruinas: 
el zumbido ensordecedor del silencio, 
el infranqueable mar
y los montes de Creta, 
tan cerca
                y a la vez
                                 tan 
                                      lejos.


28 octubre 2012

Corruptocracia

Esta historia comienza en la primavera de 2010, cuando el servicio de inteligencia griego (EYP) pide al homólogo francés una lista con los nombres de ciudadanos griegos que tienen depósitos en el banco suizo HSBC. Meses más tarde, en diciembre del mismo año, la ministra de economía de Francia, Christine Lagarde (hoy presidenta del FMI) entrega al entonces el Ministro de Finanzas Papakonstantinou un pendrive con una lista de 2.059 nombres. Éste considera que esta información no se ha conseguido mediante procedimientos legales y, por tanto, no puede utilizarse. La lista pasa entonces a posesión del jefe de la Unidad de persecución de delitos fiscales (SDOE), quien decide no hacer nada con ella, por los mismos motivos. En junio de 2011, Evangelos Venizelos (actual líder del PASOK) toma las riendas del ministerio y es puesto al día sobre la lista de la "chivata" Lagarde. La argumentación es la misma que la de su antecesor: al ser resultado de "robo de información", la lista que, presumiblemente, revela la identidad de grandes evasores fiscales no puede utilizarse y duerme el sueño de los justos en un cajón de su despacho. Mientras tanto, los "rescates" se suceden, se firma un nuevo memorándum, se aprueban más y más recortes en sueldos y pensiones, se imponen nuevos impuestos, el IVA alcanza el 23%, el paro se dispara y la miseria va fagocitando sin prisa pero sin pausa las capas más tiernas de la clase media griega.

Pasa un año, elecciones generales por partida doble, y Grecia es (des)gobernada por una colación tritapartita de los partidos "pro-rescate". En septiembre salta la noticia, a través del diario británico The Guardian, ni más ni menos, de que la SDOE (la unidad que persigue el fraude fiscal) ha perdido la lista Lagarde (!) y quiere pedir una copia a los socios europeos. El ridículo más absoluto. A partir de ese momento, se desata la tormenta política griega, los unos acusan a los otros, los otros a los unos... ¡y sálvese quien pueda! Un par de semanas más tarde, la revista Hot Doc, que se ha convertido en la punta de lanza del periodismo de investigación en Grecia, anuncia que ha tenido acceso a la lista de marras y publica ayer sábado en un número extraordinario los nombres y profesiones contenidos en ella (sin dar detalles sobre sus datos bancarios). Horas más tarde, se dicta una orden de busca y captura contra el redactor jefe de la revista, Kostas Vaxevanis (cuyo artículo El miedo al miedo traduje y publiqué en este blog), acusado de violar la ley de protección de datos. El propio periodista, en paradero desconocido a lo largo del día de ayer, relata desde su cuenta de Twitter el desproporcionado despliegue policial activado para su detención: 
Alguien ha dado orden de que me detengan a cualquier precio. Hay policías hasta en los locales que suelo frecuentar. 
De noche no se persigue ni a los criminales. Hay policía enfrente de mi casa, de la redacción de Hot Doc, incluso en casa de mis amigos.
Finalmente, esta misma mañana, tras haber publicado un vídeo explicativo en Internet, es el mismo Vaxevanis el que reta a la policía: 
Estoy en [la calle] Pontou, 16, en Drosiá [extrarradio de Atenas]. Fuera hay 15 policías. Que entren y me detengan en el aniversario del "No", como "yermanοtsoliades"
Hoy se celebra el Día del No, la fiesta nacional griega, que conmemora la negativa del entonces dictador griego Metaxás a la solicitud de Mussolini para que sus tropas entraran en territorio griego, lo que supuso la entrada de Grecia en la II Guerra Mundial. Los "yermanotsoliades" eran guardias griegos (tsoliades) que actuaban en favor de los invasores (los nazis). El último tweet de Vaxevanis hace tres horas era el siguiente:  
Ahora mismo están entrando en mi casa la policía con el fiscal. Me detienen. Difundid.
Las reacciones tras esta detención no se han hecho esperar: twitter echando humo, una recién creada página de FB en favor del periodista que ronda ya los cuarenta mil miembros y mucha, mucha tinta pixelada en redes sociales, blogs y la prensa digital sobre la detención de un simple periodista mientras que los mandatarios que ocultaron y "extraviaron" la lista parecen irse, una vez más, de rositas. En una fecha tan simbólica como la de hoy, el sistema democrático imperante, la corruptocracia (no sólo en Grecia, por desgracia) vuelve a demostrar sobre qué valores y en beneficio de quién actúa: de la podrida clase dominante, de los corruptos (esa gran parte de nuestros políticos, empresarios, banqueros y demás), que provocan y perpetúan la putrefacción social de esta vieja Europa que se descompone día a día.

Kostas Vaxevanis y la portada del número de Hot Doc donde se publica la lista Lagarde (de la página en su apoyo en FB)

26 octubre 2012

Donde no existe crisis

Hacía tiempo que apenas salía del centro y ya tocaba ampliar las fronteras de mi Atenas cotidiana. Pasado el mediodía me embarco en un pausado pero deliciosamente sosegado tranvía y me planto a orillas del mar, en el centro de Glyfada. Los distritos del sur de Atenas han experimentado un enorme auge en las últimas décadas y Glyfada se ha convertido en el foco comercial y de esparcimiento de estos barrios acomodados que poco tienen ya que envidiar al abolengo de los distritos del norte, los ricos de toda la vida.


A mí personalmente, y sin haberla frecuentado mucho, lo reconozco, Glyfada siempre me ha parecido un tanto esperpéntica. Por dos razones. Una, por su estética. Aunque es cierto que está notablemente más limpia y mejor planificada que muchos otros barrios, la mayoría de los edificios que albergan las lujosas boutiques y las estilosas cafeterías son construcciones de vidriera y metal que en los noventa eran sinónimo de poderío y hoy provocan urticaria y mareos. Ni un edificio histórico ni una casa solariega como las que sobrevivien en Fáliro (tradicional lugar de veraneo de los atenienses)... Normal, pues como poblado no alcanza el siglo de vida. Y dos, por ese tufo a nuevo rico, a cateto con dinero, a acomplejado que necesita aparentar para ser (o creer que es) que a mí me aburre soberanamente. Glyfada, en definitiva, nunca ha sido santo de mi devoción y no parece que esto vaya a cambiar.

Sin embargo, hoy por primera vez la he mirado con buenos ojos, la he disfrutado al punto de hacerle un hueco en este blog. Porque esta soleada mañana de otoño en Glyfada no había ni rastro de crisis: las tiendas trabajando a pleno rendimiento (para una mañana de diario), sin apenas locales vacíos (rarissima avis en los tiempos que corren), los cafés, los all-day bars y los family restaurants con bastante clientela, mucho paseante y mucho extranjero, pero no de los de tez oscura y mirada perdida, sino de los piel nívea y dentadura perfecta y carricoches con niños bilingües... ¡Otro mundo!


Cuando desde el extranjero me preguntan cómo sigue la situación en Grecia, siempre respondo lo mismo: aunque en general es bastante lamentable, no a todo el mundo le va mal y (¡ojo!, he aquí el quid) no a todos les va igual de mal. No voy a decir que los glifadiotas no estén sufriendo los rigores y los atropellos de esta crisis, pero está claro que saben (porque pueden) capear el temporal con bastante más soltura que otros barrios de la ciudad. Seguro que muchos de esos nuevos ricos que surgieron de la noche a la mañana a golpe de especulación, malversación, tráfico de influencias y tarjetazo a crédito se han visto en la ruina de repente y a más de uno se le habrán caído los anillos del esnobismo y la dolce vita, pero lo cierto es que Glyfada, en su horror arquitectónico noventero, sólo atenuado por la inmediación del mar, recuerda hoy a un barrio cualquiera de un país normal. Y cuando se convive a diario con la gangrena abierta de la crisis, tampoco está tan mal eso de auparse a un tranvía y dejarse llevar lejos del drama, allí donde no existe crisis... o al menos lo parece.

16 octubre 2012

En el nombre del Padre, del Hijo y de la Aurora Dorada

"¿Libertad o muerte?" Portada de la revista Lifo (18/12/12)
Llevaba varios días bloqueado. No porque no tuviera nada que contar, sino todo lo contrario: hay tanta tela que cortar y toda tan tupida que no daba ni con el patrón ni con las tijeras adecuadas. Finalmente, he logrado gestionar el caudal de pensamientos y emociones que me recorría por dentro y decido centrarme un episodio negro, que no ha sido tratado por la prensa española y creo tener el deber moral de compartirlo.

Así que vayamos al grano. Existe una obra teatral titulada Corpus Christi, escrita en 1997 por el dramaturgo estadounidense Terrence McNally, que, al parecer (no la he visto), presenta a Jesucristo y a sus apóstoles como un grupo de homosexuales en la Texas de los años cincuenta. Toda una provocación, pues es sabido la obsesión por el tema que profesa la conservaduría cristiana (ortodoxos y católicos a la cabeza). Y si al fuerte vínculo conyugal Iglesia-Estado que todavía existe en este país se le suma que el director es un joven griego de madre albanesa, la polémica está más que servida y el jueves pasado, día del estreno y tal como se esperaba, los comensales se presentaron dispuestos a zampársela: fanáticos ortodoxos (con lo de fanáticos me quedo corto, la mayoría de ellos parecía que habían conseguido un permiso de día del psiquiátrico de Dafní), unos cuantos curas siniestros (aunque a la mayoría de curas de aquí no les hace falta mucho para dar miedo con esas pintas que se gastan) y la chusma neonazi que se sienta hoy en el Parlamento (bajo el nombre de Aurora Dorada). También había gente que acudió a ofrecer su apoyo a los actores y en defensa de la libertad de expresión, entre ellos algunos diputados de izquierda. Los cristianísimos insultaron a actores, espectadores y viandantes, arrancaron y pisotearon los carteles de la obra, intentaron derribar las puertas del teatro, donde quedaron sitiados los miembros de la compañía y varios periodistas. Los antidisturbios habían cortado la calle y... poco más, la verdad; parece mentira que fueran los mismos que gasean y empujan al personal en las manifestaciones contra el gobierno y la Troika...



A la turba enloquecida arengaba, entre otros, uno de los diputados de Aurora Dorada, un matón del inframundo, afecto de un movimiento marginal hasta hace unos meses (probablemente para dar sentido a su abyecta existencia, como suele pasar en estos casos), reconvertido de pronto en representante del pueblo en la asamblea nacional. Basta con verle uno la cara para darse cuenta de que hubo una confusión en el reparto de papeles y a este hombre le pegaría más custodiar la entrada de algún antro de los bajos fondos que ocupar un escaño de un parlamento democrático. Otro que tal baila, el que en junio abofeteó en riguroso directo a una diputada comunista en un plató de televisión, hizo la siguiente declaración a los medios: "Cada vez que se hiera el sentimiento religioso de los griegos y su memoria histórica, Aurora Dorada intervendrá de forma activa". Ahí lo llevas. De día partido político con representación parlamentaria, de noche banda de corte mafioso-criminal que imparte justicia por sus propios métodos. ¿Que consideran que tal o cual obra, exposición, libro o película atenta contra lo que ellos entienden por "valores de la nación helénica"? Pues se plantan donde haga falta dispuestos a lo que haga falta: ya sea derribar las puertas de un teatro o partir una docena de cráneos.


El estreno se suspendió, obviamente, aunque la función llegó a representarse al día siguiente. Los fanáticos eran menos, los que acudieron a apoyar a la compañía (y la democracia, en general) bastante más y, sobre todo, la mucha policía presente, esta vez sí, estuvo más por la labor y escoltó a actores y espectadores a las puertas del teatro (me pregunto por qué no pudo hacer lo mismo el día anterior). Pero no canten victoria tan rápido, pues al cabo de un par de días supe por la prensa que las representaciones se suspendían debido a las amenazas de muerte que habían recibido tanto el director como su familia. Estamos en la Europa del siglo XXI, en la que se es considerada (cruel ironía) la Cuna de la Civilización. Con este oscurantismo medieval rampante, lo próximo será ver una quema masiva de libros impíos o antipatrióticos en la plaza Syntagma. Aunque, si finalmente Ray Bradbury tenía razón y "para destrozar una cultura, no hace falta quemar libros, sino hacer que la gente deje de leerlos", quizá no haga ni falta. En cualquier caso, bienvenidos al medievo.




10 octubre 2012

Más de lo mismo

Me llama mi madre a mediodía para preguntarme por la jornada de ayer. Yo al principio no sabía a qué se refería; después caí en la cuenta: las manifestaciones por la visita de Angela Merkel. En cualquier caso, aun habiéndome quedado claro cuál era la pregunta, no supe muy bien qué responderle. Porque en verdad, no pasó nada. Bueno, pasó lo de siempre... O sea, nada. Si bien es cierto que el despliegue policial y el "blindaje" del centro, con anulación temporal del derecho  de reunión (!) no es algo habitual, las manifestaciones de ayer fueron una gota más en el inmenso mar de marchas y protestas que ha anegado el centro de la ciudad, llevándose por delante muchos comercios y negocios de diversa índole, que han optado por emigrar a zonas más tranquilas, donde puedan realizar su trabajo con normalidad.

Foto de 2011 (bien podría haber sido de ayer)
Debo reconocer que no entendí las manifestaciones de ayer. Y me consta que, al igual que yo, muchos griegos tampoco. Por eso, aunque no fueron pocos los que se concentraron, no sé si podríamos calificarla de multitudinaria, tomando como referencia otras manifestaciones masivas, como la del febrero pasado, por poner un ejemplo. No seré yo quien defienda la postura de Alemania en esta crisis ni la figura de Angela Merkel, pero tampoco creo que sea inteligente ni útil demonizar a este país y a su mandataria por los funestos derroteros de la maltrecha Hélade. Al fin y al cabo, aquí cada palo aguanta su vela, y eso mismo hace Alemania; la desgracia de Grecia es que sus dirigentes son, además de corruptos, inútiles e intocables (están aforados). Admito, también, que desde las elecciones de junio, donde volvieron a ganar los de siempre (aunque in extremis y en una frágil coalición), no sé qué sentido tiene seguir paralizando la vida de la ciudad, día sí y día no, con huelgas de un sector público de por sí ineficiente y manifestaciones orquestadas por los grandes sindicatos de siempre (algunos de ellos politizados hasta la médula) que sólo reúnen ya a unos cuantos correligionarios. ¡Ojo! Que no se me malinterprete: no digo que el pueblo no deba manifestarse, sino que debe hacerlo cuando de verdad toca (ya se rumorea que el mes que viene se aprobarán más (¡por Dios!) sangrantes recortes), no a la primera de cambio y movidos por el populismo malicioso. Y sobre todo (¡sobre todo!), a la hora de la verdad: cuando se está frente a las urnas. Estas manifestaciones de medio pelo a mí me recuerdan a la parafernalia semanasantera: puro folclor, desprovisto ya de significado.

06 octubre 2012

Odós Filopappou

Siempre he dicho que Atenas no es una ciudad fácil para el visitante, cuánto menos si éste desconoce la lengua local; que es una ciudad que hay que querer querer, cuya historia, sobre todo la más reciente, es preciso saber para poder entenderla; que basta con rascar un poquito más allá del paquete turístico y la manida ruta arqueológica para descubrir y apreciar sus encantos sutiles y dejarse embelesar por ellos. 

Esto andaba pensando una tarde-noche hace unas semanas, mientras recorría las callejuelas intrincadas entre Monastiraki y Kukaki. Sentía que la ciudad me volvía a dar la razón y entonces, entre la neblina que sigue a una débil tormenta de verano y la nebulosa narcoléptica del masivo éxodo urbano, surgió ante mis pies la desierta calle Filopappou...