26 octubre 2012

Donde no existe crisis

Hacía tiempo que apenas salía del centro y ya tocaba ampliar las fronteras de mi Atenas cotidiana. Pasado el mediodía me embarco en un pausado pero deliciosamente sosegado tranvía y me planto a orillas del mar, en el centro de Glyfada. Los distritos del sur de Atenas han experimentado un enorme auge en las últimas décadas y Glyfada se ha convertido en el foco comercial y de esparcimiento de estos barrios acomodados que poco tienen ya que envidiar al abolengo de los distritos del norte, los ricos de toda la vida.


A mí personalmente, y sin haberla frecuentado mucho, lo reconozco, Glyfada siempre me ha parecido un tanto esperpéntica. Por dos razones. Una, por su estética. Aunque es cierto que está notablemente más limpia y mejor planificada que muchos otros barrios, la mayoría de los edificios que albergan las lujosas boutiques y las estilosas cafeterías son construcciones de vidriera y metal que en los noventa eran sinónimo de poderío y hoy provocan urticaria y mareos. Ni un edificio histórico ni una casa solariega como las que sobrevivien en Fáliro (tradicional lugar de veraneo de los atenienses)... Normal, pues como poblado no alcanza el siglo de vida. Y dos, por ese tufo a nuevo rico, a cateto con dinero, a acomplejado que necesita aparentar para ser (o creer que es) que a mí me aburre soberanamente. Glyfada, en definitiva, nunca ha sido santo de mi devoción y no parece que esto vaya a cambiar.

Sin embargo, hoy por primera vez la he mirado con buenos ojos, la he disfrutado al punto de hacerle un hueco en este blog. Porque esta soleada mañana de otoño en Glyfada no había ni rastro de crisis: las tiendas trabajando a pleno rendimiento (para una mañana de diario), sin apenas locales vacíos (rarissima avis en los tiempos que corren), los cafés, los all-day bars y los family restaurants con bastante clientela, mucho paseante y mucho extranjero, pero no de los de tez oscura y mirada perdida, sino de los piel nívea y dentadura perfecta y carricoches con niños bilingües... ¡Otro mundo!


Cuando desde el extranjero me preguntan cómo sigue la situación en Grecia, siempre respondo lo mismo: aunque en general es bastante lamentable, no a todo el mundo le va mal y (¡ojo!, he aquí el quid) no a todos les va igual de mal. No voy a decir que los glifadiotas no estén sufriendo los rigores y los atropellos de esta crisis, pero está claro que saben (porque pueden) capear el temporal con bastante más soltura que otros barrios de la ciudad. Seguro que muchos de esos nuevos ricos que surgieron de la noche a la mañana a golpe de especulación, malversación, tráfico de influencias y tarjetazo a crédito se han visto en la ruina de repente y a más de uno se le habrán caído los anillos del esnobismo y la dolce vita, pero lo cierto es que Glyfada, en su horror arquitectónico noventero, sólo atenuado por la inmediación del mar, recuerda hoy a un barrio cualquiera de un país normal. Y cuando se convive a diario con la gangrena abierta de la crisis, tampoco está tan mal eso de auparse a un tranvía y dejarse llevar lejos del drama, allí donde no existe crisis... o al menos lo parece.

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