15 febrero 2013

El legado de Lisícrates

Es, sin duda, mi rincón favorito de la ciudad. Primero, por su ubicación, discreta e inesperada, a un paso de los circuitos turísticos más trillados. Y después, porque se encuentra muy cerca de mi casa y es, por tanto, lugar de paso habitual y parte de mi día a día. Se trata del Monumento de Lisícrates, aunque yo suelo referirme a él como el "chirimbolo", a secas, por los motivos obvios. Construido en el año 334 a.C. sobre base cuadrada de piedra porosa y cuerpo cilíndrico de mármol pentélico, con seis columnas de orden corintio, es el único monumento corégico que ha sobrevivido, casi íntegro, a la azarosa y extensa historia de Atenas. Para ser exactos, quedan restos de otro, el monumento de Trasilo, que son esas dos columnas solitarias que destacan a los pies de la muralla sur de la Acrópolis.




Lisícrates era un acaudalado ciudadano ateniense y, como tal, tenía el honor de ejercer de corego (χορηγός), una suerte de mecenas de la Atenas clásica que patrocinaba representaciones en el Teatro de Dioniso y apadrinaba a los coros participantes. Estas actuaciones eran algo así como certámenes y el coro vencedor recibía un trípode de bronce a modo de trofeo. Al principio estos trípodes solían dejarse en el Santuario de Dioniso, como recordatorio de la victoria, pero a partir del siglo IV a.C. se extendió la costumbre de exponerlos públicamente, colocándolos sobre pequeños templetes construidos con ese fin y consagrados a una divinidad.

Nikés decorando un trípode. Vasija del 400 a.C.

En este caso, sabemos que el monumento estaba dedicado a Dioniso, pues el friso representa la escena mitológica en que el dios convierte en delfines a los piratas que lo habían capturado. Estos monumentos se construían a lo largo de una de las calles principales de la Atenas clásica, la que unía el Teatro de Dioniso con el Ágora, y que pasó a llamarse Tripodon, es decir, "calle de los Trípodes". Hoy, Tripodon (Τριπόδων) arranca a unos pasos del monumento con un trazado similar al original y es una de las callejas más pintorescas y menos alienadas por el turismo, de Plaka.


Pero la historia del Monumento de Lisícrates no termina ahí. En el siglo XVII fue comprado, junto con la parcela circundante, por unos monjes capuchinos franceses que construyeron allí su convento y lo convirtieron en biblioteca y sala de estudio. En ese mismo monasterio se hospedaría Lord Byron, quizá el helenófilo más célebre de cuantos apoyaron la causa griega en la guerra de la independencia del Imperio Otomano. Por esa misma época lord Elgin, el mismo que desvalijó la Acrópolis, entre otros muchos tesoros arqueológicos, intentó desensamblarlo para llevárselo a Inglaterra, pero el monumento se había convertido ya en un símbolo de la Revolución y los monjes no se lo permitieron. Durante el sitio de Atenas por los turcos, en 1824, el monasterio fue quemado y el monumento sufrió graves desperfectos. Ya en tiempos de paz, los franceses reclamaron el monumento, pero finalmente lo cedieron al Estado griego, a cambio de los derechos de restauración y explotación del sitio arqueológico (que correría a cargo de sus arquitectos y arqueólogos) y de una parcela para construir el Instituto Francés, que sigue funcionando en el mismo lugar, en la calle Sina 31, hoy pleno centro.


Y ahí sigue, veintitrés siglos después, que se dice pronto, prácticamente intacto, en el recodo de una de las tantas callejas de Plaka, milenario germen de la ciudad. Son muchas las imitaciones que de él se han hecho en todo el mundo. La más famosa, quizá, el monumento al filósofo Dugald Stewart, en la Calton Hill de Edimburgo. La más cercana, la que decora la plaza de Metaxuryío. Pero solo hay un original. Y es este. En la capital histórica de Europa. La misma que en sus tres milenios de historia renació una y otra y otra vez de sus cenizas... y lo seguirá haciendo.

Fuente en la plaza de Metaxuryío

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