25 enero 2016

Un año de (des)engaños

Hoy se cumple un año de la victoria histórica de Alexis Tsipras, un año desde que Grecia decidió pasar página, tal y como dijo el recién electo presidente a la nación y al mundo desde el propíleo del Rectorado de la Universidad de Atenas, ante una multitud eufórica y un extraordinario desplegue de medios nacionales e internacionales.


Recuerdo que aquellos días, no tan lejanos, una ola de optimismo y esperanza («La esperanza ya viene» fue el lema de la campaña de Syriza) inundó el ánimo de la inmensa mayoría de los griegos. Recuerdo la jura del cargo de Primer Ministro por parte de Tsipras, por primera vez sobre la Constitución y no sobre la Biblia. A pesar de algunas espinas, como la decisión de pactar con el nacionalismo trasnochado de los Griegos Independientes, en vez de con fuerzas más moderadas, al menos sobre el papel, aquellos primeros días auguraban vientos a favor de un cambio a mejor en las condiciones de vida y la autoestima del pueblo heleno.

Recuerdo también que tras tomar posesión del cargo, Tsipras acudió al monumento en honor a las víctimas del nazismo que hay en el distrito de Kesarianí, donde se perpetraron horribles matanzas durante la Ocupación alemana. Este acto estaba cargado de un simbolismo que hacía pensar que el nuevo gobierno se mostraría mucho más firme en las negociaciones con la Troika y que los griegos podrían aflojarse un poquito el cinturón que los estrangulaba desde hacía ya un lustro. El fichaje estrella de Syriza, Yanis Varufakis, iba a ser determintante para ello. Casi todos estaban exultantes y expectantes: algo nuevo, y bueno, comenzaba. Los nubarrones parecían alejarse para siempre... pero no fue así.

Incluso en aquellos días de resaca electoral y a pesar de esos actos simbólicos que me llenaron a mí también de esperanza, algo ensombrecía mi optimismo. Sabía no solo que no le iban a poner las cosas fáciles a Tsipras, sino que harían lo imposible para que el proyecto zozobrara. No había que ser un lumbreras; ese mismo año habría elecciones en Portugal y España, y no las altas esferas no podían permitir que este "desacato" se extendiera. Lo que no podía imaginarme, ni yo ni nadie, es que los griegos volverían a las urnas dos veces más ese mismo año, y que ej ambas saldría vencedor Tsipras... para nada. 

Un año después la situación de Grecia es igual, si no peor, que la que dejó el nefasto gobierno tripartito de Samarás, con el agravante de que ahora ni siquiera hay "oposición", y no hablo de oposición parlamentaria, sino de oposición a los "rescates", a las políticas de austeridad, a la primacía del capital a costa del tan cacareado Estado del Bienestar europeo... El gobierno de Syriza es, pese a ciertos gestos progresistas, como la legalización (por fin y no sin polémica) de las parejas de hecho para personas del mismo sexo, el brazo ejecutor (y firmante) de los memorandos negociados (léase impuestos) por la Troika, tal y como los gobiernos anteriores. La resistencia al statu quo, una parte escindida de Syriza, es mínima y no cuenta con grandes apoyos entre la ciudadanía. La izquierda se atomiza una vez más en un sinfín de partidos, grupos y grupúsculos, con su característico onanismo ético-filosófico de política de salón, que en la práctica a nada conduce. Y mientras se siguen privatizando puertos y aeropuertos, anunciando nuevos recortes a las paupérrimas pensiones, los conservadores de Nueva Democracia ya tienen nuevo candidato (un Mitsotakis, la tercera saga política del país), y aparecen primeros en las encuestas. 

Prometer al pueblo a sabiendas de que lo que apalabrado no es factible, desafiar al acreedor cuando no se tiene la fuerza para ganar la partida ni el arrojo para romper la baraja (Varufakis, al parecer, sí lo tenía, y eso le costó el puesto), movilizar al pueblo para luego firmar justo lo contrario de lo que votó, no trae sino más descrédito, más humillación y desesperanza. Solo deseo que la historia no se repita en España, cuando andamos buscando gobierno, justo un año después. A pesar de las diferencias más que notables, no logro obviar el hecho de que en los últimos tiempos las historias de ambos países parecen correr en paralelo. Ojalá me equivoque.

02 enero 2016

Frenesí

Dicen los griegos que depende de cómo te pille el año nuevo, así te irá el resto del año. A mí el dieciséis por poco no me encuentra corriendo a todo correr por las calles de Psirí al encuentro de mis amigos que me esperaban en una taberna. Eso me habría asegurado, al parecer, un año frenético... Claro que hubiera sido aún peor que el cambio de año me hubiera pillado en el taxi que me llevó hasta allí (y del que me arrojé casi literalmente a las doce menos cinco), en compañía de un señor gruñón que apestaba a tabaco...  Afortunadamente, llegué con el tiempo justo de saludar, sentarme y entonar al alimón el Pai o paliós o jronos ("Se va el año viejo"), cancioncilla entrañable que da la bienvenida al nuevo año. Misión cumplida, pues.  


Atenas recibe el año ambientadísima, con las calles a rebosar de luces y gente, a pesar de los rayanos cero grados y la nevisca de la tarde. Aquí, a falta de un ritual tan tiránico como el de las uvas (¡en España sí que lo inauguramos estresados!), el cambio del año (que no hay necesidad de llamar campanadas) es poco más que un mero trámite. Claro está que es el pistoletazo de salida para el desfase venidero, pero sin darle demasiada importancia. El trasiego de gente que entra y sale de los locales es interminable e ininterrumpido, tanto antes como después de las doce... Mucho vino y aguardiente, comida y palamakia (palmas) al compás de la orquesta. 

La noche avanza y, como toca repartirse un poco, decido cambiar de compañía y ambiente. Me adentro en las empinadas callejuelas que separan Colonaki de Exarjia para unirme a más amigos en uno de esos bares recoletos con mucho y muy buen gusto, que reúne a gente de las artes y el teatro. Bien por ser ocasión tan destacada, bien porque la gente del "artisteo" suele tener otro temple, el bar está extraordinariamente animado, y casi todo el mundo baila (rara avis por estos pagos). La selección del dee-jay debe de ser muy acertada, pues el ambiente no decae en ningún momento, llegando al casi literal frenesí, cuando el repertorio deriva en los clásicos indiscutibles de los saraos griegos, tantos los propiamente suyos (de Macedonia a Creta) como los asimilados por adstrato (balcánicos, armenios...). En estos momentos es cuando uno se da cuenta, no sin cierta ironía, de la profunda veta balcánica y oriental, tan poco europea (con las denotaciones actuales del término) que existe en la cuna de Europa.

El año que despedimos ha sido, quizá, el más decisivo para Grecia a contar desde 2010, cuando la Troika y los memorandos irrumpieron con fuerza en su día a día. El desencanto de la política ha batido récords, así como el aguante de los ciudadanos. El año que empieza no se presenta demasiado halagüeño, pero si de algo estoy seguro, es de que el pueblo griego seguirá resistiendo y, pese a todo, disfrutando al máximo de la vida, danzando en corro con los brazos al viento hasta el amanecer. Con un frenesí de estos da gusto inagurar el año...  
Και του χρόνου, λοιπόν!