Dos años, dos, hacía que no ponía un pie en las Cícladas. Por increíble que parezca. Dos años sin surcar su mar y sin atracar en sus puertos. Y no sé si será la inmediatez del avión (medio utilizado en mis últimos traslados, más por necesidad que por convicción) o el verdor del Jónico, el caso es que he vuelto a descubrir el encanto del secarral cicládico y la energía milenaria del Egeo.
19 agosto 2014
03 agosto 2014
La Flor de Levante
Admito que tenía mis prejuicios sobre
Zante, la más meridional de las Islas Jónicas. De entrada, hasta la
forma de nombrarla en español me resultaba (y me sigue resultando)
molesta. Porque la traducción del topónimo griego, Ζάκυνθος /Sákinzos/,
en nuestra lengua es Zacinto. La sensualidad de la ese sonora inicial
(de la que, de todas formas, carece el español), la grácil combinación
de los sonidos n+z y el ritmo de esdrújula se pierden completamente en
la cacofónica sucesión de zetas y la burda similitud con la palabra
"jacinto". La segunda denominación de la isla, Zante, la más extendida,
es, sin duda, mucho más sonora, pero no deja de ser el nombre veneciano
de la isla y remite inevitablemente a los siglos en que ésta formaba
parte de la Serenísima República. Algo así como seguir llamando
Constantinopla a Estambul (cosa que los griegos siguen haciendo, pero
esto es harina de otro costal).
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