01 noviembre 2012

La isla de los leprosos

Spinalonga, la última leprosería de Grecia os espera. "Dejad toda esperanza los que aquí entráis". Estos versos del Canto III del Infierno, de la Divina Comedia, se reproducen sobre un enorme panel negro en una de las entradas a la ciudadela. Spinalonga, la isla de los leprosos, a menos de un kilómetro de la costa nororiental de Creta, se alza como un espejismo sobre el brillo cegador del mar.

Es una tarde tórrida de finales de agosto. Nos apresuramos a coger la última barca que lleva al otro lado, a la orilla maldita de la isla de los malditos. "Tú, el último leproso". Es el nombre de la exposición del artista griego Kostas Tsoclis, que ha realizado una intervención en el sitio arqueológico sirviéndose de la pintura, la escultura, la música... Una cruz colosal descansa sobre la puerta principal de la fortificación, en cuya cima ondean un centenar de banderas negras que ya durante la travesía en barco presagian la suerte que espera al visitante a su llegada.

Desembarcamos. El sol quema la vieja piedra veneciana de los bastiones, el viento se cuela por entre las rendijas de los postigos desvencijados y silba burlón al pasar por chimeneas y muros agujereados. El túnel por el que nos adentramos en el castro está forrado de espejos que reflejan nuestros cuerpos y los multiplican. Hubo un tiempo en que los espejos estaban prohibidos en este lugar para evitar que los enfermos vieran cómo sus cuerpos se consumían, pasto de la lepra. Personas estigmatizadas de por vida, apartadas de sus seres queridos y del resto de la sociedad. Muchos de ellos, desesperados, intentaron escapar a nado, de noche, ganar la orilla de enfrente y volver junto a sus familias, recuperar sus vidas... 


Pero no todo era llanto y miseria en la última leprosería de Grecia. Como siempre ha demostrado a lo largo de su historia, el ser humano se adapta, sobrevive y lucha por un mañana mejor, aunque éste se vea constreñido por unas gruesas murallas rodeadas de mar. Aquí, en esta vieja fortificación medieval, crearon una comunidad autosuficiente, un mini Estado, con sus comercios, su hospital, sus huertos, sus hornos... Estos hombres y mujeres sufrieron los devastadores efectos de una enfermedad aún peor que la lepra: la ignorancia, la intransigencia y la injusticia humanas. Homo homini lupus. Y a pesar de todo, estos parias de una sociedad podrida trabajaban, reían, se enamoraban, soñaban... En 1957 la leprosería cerró definitivamente y consiguieron su libertad y volvieron a sus casas, a sus familias.

Han pasado más de dos meses desde aquella tarde de sol y silencio en la isla deshabitada, pero cada vez que pronuncio ese nombre, Spinalonga, y cierro los ojos, vuelve a mí la estampa recortada por las ventanas del viejo hospital en ruinas: 
el zumbido ensordecedor del silencio, 
el infranqueable mar
y los montes de Creta, 
tan cerca
                y a la vez
                                 tan 
                                      lejos.


1 comentario:

  1. Maravillosa descripción de un lugar verdaderamene único! Si dejo volar mi imaginación, parece que aún estoy por aquellas callejuelas en ruinas paseando, con la música de fondo que salía del antiguo hospital ...qué fuerte! Felicidades de nuevo!!
    No sabes lo que llegas a transmitir con tus palabras!
    Φιλάκια πολλά

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