24 diciembre 2012

Villancicos griegos

Es conocido que la fiesta religiosa más importante para los ortodoxos es la Pascua de Resurrección y no la Navidad, como para el resto de los cristianos (lo cual, bien pensado, tiene más lógica, pues lo que dota al cristianismo de sentido es la resurrección de Cristo, no su nacimiento). Esto no quita que los griegos mantengan, como los demás pueblos de tradición cristiana, hermosas costumbres locales, como sus exquisitos dulces caseros (a los que ya dedicamos este post hace dos años), la decoración del árbol y..., variante local de la tradición nórdica, del barco, seña de identidad de un pueblo marinero desde los albores de la historia, y, cómo no, sus cánticos navideños.

Los griegos diferencian entre los villancicos tradicionales, cálanda (κάλαντα), de origen bizantino, transmitidos de generación en generación, y los villancicos extranjeros, sean cultos o no, que ya comparten todos los países, desde el Noche de paz (aquí Άγια Νύχτα) o El tamborilero (Ο μικρός τιμπανιστής), hasta el insufrible Santa Claus is coming to town, a los que se refieren simplemente como "canciones navideñas" (χριστουγεννιάτικα τραγούδια).

Hay tres tipos de cálanda: los de Navidad, los de Año Nuevo y los de la Epifanía (si bien estos últimos parecen haber caído en el olvido). En sendas vísperas, los niños van de casa en casa cantando los cálanda correspondientes, a cambio de un aguinaldo, como se solía hacer en España (desconozco si esta tradición pervive). En lugar de panderetas y zambombas, los niños griegos acompañan sus cánticos con el triángulo, la flauta, el laúd y el tambor. Hoy, pues, tocan los cálanda de Navidad y he encontrado esta hermosa versión cantada por la mítica Nana Mouskouri, acompañada de entrañables imágenes. 
¡Felices fiestas! Καλές γιορτές!  

19 diciembre 2012

El invierno más largo

Odio el invierno. No lo puedo remediar y por mucho que cada año por estas fechas intente convencerme de lo contrario, no lo consigo. Odio el frío húmedo que te atraviesa como un afilado témpano de hielo y más aún la sensación de crionización del frío seco del interior. Odio la oscuridad de las noches prematuras que hacen que las ocho de la tarde parezcan casi medianoche. Seguramente esta es la razón por la que nunca he aguantado más de una temporada en latitudes más allá del paralelo 42º N, mientras que en Atenas estoy como pez en el agua. Pero a pesar de todo, el invierno es siempre invierno e incluso en la llanura ática esta sigue siendo con diferencia mi estación menos preferida.

Este año, la verdad sea dicha, el frío nos ha respetado hasta bien entrado el mes de diciembre y el otoño parecía más una primavera tardía que la estación de entretiempo que debería ser. Y menos mal que nos ha dado esa pequeña tregua, pues el que comienza tiene visos de ser el invierno más largo y frío de los últimos años. La razón: la fuerte subida del precio del gasóleo de calefacción que el (des)gobierno griego decretó a principios de octubre en plena fiebre recaudatoria para poder pagar a su hora a sus acreedores. La fórmula ha sido sencilla: equiparar la carga impositiva del gasóleo de calefacción y del gasóleo de automoción. Como resultado, el primero ha aumentado un 40%, mientras que el segundo se ha visto reducido en menos de un 10%.

El litro de gasóleo de calefacción este año oscila alrededor de 1,40€ (frente al 1,08€ de España, según consulto hoy en Petromercado), convirtiéndose así en un artículo de lujo para el ciudadano medio. Ya el invierno pasado muchas comunidades de vecinos que tenían calefacción central decidieron no encenderla, ahogadas por las deudas debido a los, cada vez más, vecinos morosos. Este año, incluso los edificios con calefacción autónoma tienen sus calderas vacías. Lo mismo sucede en viviendas unifamiliares de todo el país. Son muy pocos los que pueden hacer frente al disparatado precio de la calefacción, que se suma a la ya abultada montaña de facturas domésticas: la engrosada factura de la luz que, además de subir en enero, incluye también el jaratsi (el nuevo impuesto sobre la propiedad inmobiliaria). Según los distribuidores de carburante, la demanda del gasóleo de calefacción ha disminuido un 80% en los dos últimos meses, mientras que los fabricantes de estufas de butano y calefactores eléctricos de todo tipo hacen su agosto en pleno diciembre. El (des)gobierno griego ha demostrado una vez más su ineficiencia, pues esta subida abusiva, el enésimo decretazo contra una sociedad debilitada, lejos de lograr una mayor recaudación para las arcas del Estado, lo único que hará será matar a los más desfavorecidos de frío. Incluso colegios y hospitales han restringido severa o completamente el consumo de gasóleo. Hace unas semanas visité un convento construido en una loma apartada, en mitad de una región montañosa del Peloponeso. Las hospitalarias monjas nos invitaron a café y pastas para entrar en calor, mientras comentaban, estoicas, que este año ellas tampoco tendrían calefacción. Por la ventana solo se veían campos de vid y cumbres nevadas en el horizonte.

Mientras tanto, la máquina de hacer dinero que es el capitalismo no puede dejar pasar la oportunidad sin sacar tajada. Los programas de televisión ya no sortean coches ni escapadas de fin de semana, sino cheques regalo para rellenar la caldera de la calefacción, con tan solo hacer una llamada o enviar un mensaje de texto. Algo similiar vi hace unos días en un portal web de noticias. Signos inequívocos de la mutilación de una sociedad y el inicio de un largo invierno que, mucho me temo, se irá extendiendo lentamente por el sur de Europa, sin atisbo alguno de primavera, al menos, de momento.

Un magazín matinal sortea cheques de 500€ para gasóleo de calefacción
Concurso web cuyo premio es 1000€ para calefacción

16 diciembre 2012

En busca de la felicidad

Ηasta ahora no me había percatado de la cantidad de mercadillos y actos benéficos que se organizan en Atenas con motivo de las fiestas navideñas. El frío arrecia y aunque la mitad de las calefacciones están sumidas en un profundo letargo por la brutal subida del gasóleo, la ciudad intenta caldear un año más los gélidos ánimos de la crisis a fuerza de lucecitas en los balcones de las casas, las farolas y los árboles en calles y plazas y un sinfín de bazares navideños en diversos establecimientos e instituciones.

Este finde la agenda estaba apretadísima. El parque cultural Technopolis albergaba el Bazar del Libro. Fuera la cola era espectacular; dentro el gentío, insufrible. No era para menos: todos los libros a 1€, a beneficio del Centro de Acogida y Solidaridad de Atenas. Después decidí apoyar al pequeño comercio local y me perdí en los múltiples bazares de los negocios de Kukaki, mi barrio. Desde los accesorios hechos a manos por Katerina en su nueva tienda, inaugurada hace unas semanas, hasta los objetos de decoración vintage del Tintinambulum, el anticuario del barrio, alojado en una de las joyas neoclásicas que aún se conservan a las faldas de la colina del Filopapo. Ni que decir tiene que allá donde íbamos, nos convidaban a té, chocolate caliente y toda clase de dulces (caseros, por supuesto, ¡esto es Grecia!)
 
En mitad del clima enrarecido y pesimista de los últimos tiempos, tengo la impresión de que esta Navidad intenta aportar una chispa más de calor que la anterior. En primer lugar, por ellos, por los niños, los verdaderos protagonistas de esta fiesta. Pero también un poco por el resto, que también necesita una tregua, un receso en la carrera incansable que es llegar a fin de mes cada vez con menos dinero en el bolsillo y más impuestos que pagar. La vida, en cualquier caso, continúa. No puede ser de otra manera. Independientemente de los infortunios que depare la Historia en la época que a cada cual le toque vivir.

Precisamente este es el eje central entorno al que se desarrolla la excepcional obra Hijos e hijas (Γιοι και κόρες) que se escenifica cada fin de semana en la sala del siempre innovador bar Bios. El autor y director, Yiannis Kalavrianos, recorrió todo el país haciendo a los más viejos del lugar la misma pregunta: "¿Podría recordar alguna historia que marcó su vida?" Sin más apuntes ni sugerencias, 85 hombres y mujeres narraron las historias que cambiaron sus vidas para siempre. Muchas de estas se funden con los acontecimientos clave la historia reciente del país: las Guerras Balcánicas (1912-13), la Ocupación alemana (1940-45), la Guerra Civil (1946-49), la Dictadura de los Coroneles (1967-74)... Historias llenas de amor, miseria, inocencia, odio, infidelidades, injusticia..., que, narradas por sus protagonistas muchas décadas después, recobran vida encarnadas en cinco jóvenes actores sin más artificio que su talento. Una lección para esos jóvenes de hoy que, criados entre algodones, se ahogan en un vaso de agua, ante la primera adversidad. Un himno a la vida, con todo lo que conlleva, las alegrías y las penas, las luces y las sombras, los gozos y los martirios. Un mosaico hecho de las pequeñas historias de la vida que se desarrollan a la par que --pero siempre por debajo de-- la Historia oficial de las naciones. Para aquellos que visiten Atenas en estas fechas y sepan griego, un must-see sin condiciones. Al término de la función se sentirán mejor consigo mismos, más felices.

13 diciembre 2012

La galería del silencio

Galería Arsakíu desde el acceso de la calle Stadiou
Imprenta soviética
Hacía tiempo que quería hablar de las stoés de Atenas, los pasajes o galerías comerciales que abundan en el centro de la ciudad. Aunque no tienen el glamur y la elegancia de las italianas o las parisinas, los pasajes de Atenas son una forma original de conocer mejor la ciudad, para aquellos que no se conforman con el paquete turístico. Hoy quiero hablar de la más majestuosa de todas: la Galería del Libro (Stoá tu Vivlíu) y la Galería Arsakíu, que son, en realidad, dos galerías en una.

La más grande de ellas, la Galería Arsakíu, construida en 1900, fue diseñada por Ernst Ziller, el célebre arquitecto sajón al que Atenas debe varios de sus edificos más emblemáticos, como el Teatro Nacional o el Palacio Presidencial. De planta cruciforme, esta galería fue siempre mi favorita, por varios motivos: la luz natural que, tamizada por su tejado de vidrio, inunda los corredores; la vieja imprenta soviética expuesta en el crucero de la galería, bajo la cúpula; una cuidada librería especializada en viajes y las mesas del café Orfeas que desde 1926 colonizan parte del crucero. Sin embargo, últimamente evito pasar por ella, pues es una herida abierta y supurante de la crisis: las vitrinas relucientes y llenas de color han dado paso a escaparates encadenados que muestran la desnudez de sus entrañas polvorientas. Apenas sobreviven un puñado de negocios y los corredores de la galería son hoy más largos y silenciosos que nunca, sin las mesas del regio café para dotarlos de vida.


La Galería del Libro, propiamente dicha, unida a uno de los extremos del transepto, es otra historia. Y no saben cuánto me alivia. Fundada en 1996 como un punto de encuentro cultural, es la sede de la Universidad Libre (Eléfzero Panepistimio), que organiza seminarios trimestrales sobre diversas materias. Sus locales albergan exclusivamente puntos de distribución y venta de una veintena de editoriales griegas. Es una mañana fría de invierno y mis pasos sin rumbo me han traído aquí. Accedo por la entrada exterior, que da a la calle Pesmazoglou, y me topo de bruces con el mítico Teatro del Arte (Zéatro Tejnis), la vanguardista escuela de artes escénicas que acaba de cumplir 70 años. Me adentro en la galería, que, ¡oh, sorpresa!, rezuma vida. Casi todas las mesas de la cafetería Gramma (oportunísimo nombre, pues significa "Letra") están ocupadas, las librerías, a diferencia de los locales de la galería anexa, están todas en pleno funcionamiento (sólo hay un local vacío). Me doy un paseo por la galería y observo lo que sucede a mi alrededor: en la taquilla del teatro una estudiante adquiere entradas para la función de la noche, un grupo de jóvenes universitarios acarrea una montaña de tochos recién comprados (consigo leer el título de uno de ellos: Teoría de Sistemas), dos hombres restallan las cuerdas de sendos baglamás en una mesa del café, un anciano trajeado lee el periódico... Un refugio acogedor contra el frío del invierno, una sordina al incesante ruido del tráfico en pleno centro de la ciudad, un remanso de ocio y despreocupación donde no tiene cabida la martilleante crisis. Me pregunto cuánto más aguantará. 
(i) Entrada a la Galería del Libro desde el interior de la Galería Arsakíu (d) Entrada del Teatro del Arte (Zéatro Tejnis)

 

El mítico café Orfeas

Interior del café Orfeas

Fachada de la Galería Arsakíu en Panepistimiou

Intersección de las calles Arsaki y Stadiou

Vista aérea desde el NE (Fuente: Bing Maps)

10 diciembre 2012

Esto no es una crisis...

Otro post sobre la crisis. Qué se le va a hacer. Lo da la tierra, la española y la griega, por igual. Hace unas horas he sabido que Iberia cancela varias rutas a partir de enero de 2013. Una de ellas, la de Madrid-Atenas. La noticia es, sin duda, mala. No deja de ser paradójico que Grecia y España, dos países tan parecidos, aunque lo ignoren, dos primas hermanas que apenas se conocen por la barrera lingüística y porque se puso la vanidosa Italia de por medio, vayan a estar aún más lejos la una de la otra en un momento en que sus historias parecen (una vez más, no es la primera) converger en la desgracia. Reconozco que no soy fan de Iberia, más bien al contrario. Esta inquina arrecia estas semanas en que no sé si llegaré a tiempo a la mesa de Nochebuena, por las cinco jornadas de huelga consecutivas (hay una sexta, pero descolgada) que nos regala en nuevo intento de añadir al reencuentro familiar más emoción que el anuncio del turrón. He estado haciendo cálculos: en los últimos 15 meses he realizado 6 viajes (ida y vuelta) a España. De estos, tres los hice con Iberia. De los seis trayectos que componen esos tres viajes de ida y vuelta, Iberia canceló la mitad: dos por huelga y uno por causas sin justificar. Como comprenderán, volar esta Navidad con ellos no era mi primera opción (nunca lo es), pero era la única que se adaptaba a mis circunstancias. En cualquier caso, ahora ya todo eso da igual. De mi experiencia de la crisis griega he aprendido que ya no se pueden hacer planes con meses de antelación. Por lo que parece, esto empieza a ser así también en España.

Que nadie me malinterprete. No pongo en tela de jucio el derecho a huelga de nadie, pero en estos últimos tres años me he tragado más huelgas en Atenas que un español medio en toda su vida y he llegado a la conclusión de que en los tiempos que corren, las huelgas sirven de poco (por no decir de nada). Esto no es una crisis; es algo más, y sea lo que sea, parece que es inmune a las huelgas. Una crisis es algo que se espera (al menos, los entendidos en la materia aseguran verlas venir), es un capítulo más del cíclico devenir de la economía. Llega una época de recesión, se reajusta lo que se tenga que reajustar y después vuelve una etapa de desarrollo, de crecimiento, de expansión. Visto lo que están haciendo con Grecia (y lo que augura el panorama para otros países), lo que seguirá a esto no será una etapa de crecimiento, sino de reconstrucción, como la que sigue a una guerra. Este es ya un estado en ruinas (recalco lo de estado, porque una cosa es el estado y otra el país), saqueado en nombre del capitalismo.

El Rescate 2 (aprobado en febrero de 2012, ahora vamos por el 3, recién salido del horno) trajo consigo la supresión de los convenios de cada sector y la creación de un nuevo salario mínimo. Las consecuencias de aquella votación son visibles hoy: un empleado recién contratado en una tienda podrá cobrar 490€ a jornada completa. Uno a media jornada, tan solo 280€ (80 menos que la prestación por desempleo). Sueldos de pobreza. No son pocas las multinacionales que se han sumado al carro, mientras que las medianas y pequeñas empresas, para las que sus empleados son algo más que un número, intentan mantener unos sueldos más decentes. Es decir, las grandes empresas se están enriqueciendo aún más y es el pequeño empresario el que intenta mantenerse a flote sin tener que arrojar a nadie por la borda. Y estamos hablando del sector privado, de algunas de las multinacionales con ropa de marca carísima (me muerdo la lengua por no dar nombres) que, no creo que tengan mucho que ver con la deuda pública del Estado griego, pues, después de todo, estamos en una economía de libre mercado y bla, bla, bla... ¿no es eso lo que nos habían dicho? De repente, todas las empresas tienen graves problemas económicos, incluso mastodontes como Iberia. Hasta los trabajadores de IKEA en Atenas se pusieron en huelga, porque la empresa ha anunciado recortes en los sueldos. Me cuesta creer que la aerolínea no es rentable (¡a los precios que vuela!) como para tener que despedir a un cuarto de su plantilla, que se dice pronto. Lo único seguro es que su fusión con British Airways ha terminado como el apareamiento de la mantis religiosa. Del mismo modo, no creo que IKEA Hellas le suponga pérdidas a la compañía sueca. El problema es que, según el credo capitalista, el accionista tiene que aumentar sus ganancias sí o sí, con crisis o sin ella. Y si para eso hay que rebajar el sueldo de los trabajadores a la mitad, se rebaja y punto. Por cierto, un diputado griego cobra, si he entendido bien, alrededor de 8.000€ mensuales.

Pero esto no es solo la deuda griega. Pasemos a España, cuyo sistema sanitario y educativo (ahora parece que también de pensiones) se tambalea porque los dirigentes nos han pasado la factura de sus orgías con los bancos arruinados. Pero qué más da; al fin y al cabo, ellos pertencen al grupo de los poderosos. ¿Cuántos hijos de altos mandatarios van a colegios públicos? ¿Y cuántos políticos acuden a la Seguridad Social (pero de verdad, no para hacer una mininoticia en su tele autonómica y sacarle rédito electoral)? Lo que quiero decir con esto es que a los poderosos (defínanlos ustedes al gusto) no les importa lo más mínimo nada de esto, puesto que no les afecta: ellos, con o sin crisis, seguirán estando muy bien avenidos, tendrán sus recursos, mantendrán sus contactos y, sobre todo, una buena reserva económica para empezar de cero, en otro país si es preciso. El pez grande se come al chico. Alemania se come a Grecia. La clase dirigente se come a la clase media. British se come a Iberia y el directivo, al trabajador. Esto no es una crisis. Es un sálvese quien pueda.

04 diciembre 2012

Poemas y crímenes

 

Ediciones Gavrielides es una pequeña casa editorial, dedicada, en gran medida, aunque no exclusivamente, a la publicación de poesía griega contemporánea. Desde hace tiempo es una de mis editoriales fetiche, por dos razones. La primera: es la editora de las novelas policiacas de Petros Márkaris, uno de mis escritores favoritos, al que, una vez más, recomiendo encarecidamente desde aquí. La segunda: por el Poems 'n' Crimes, la cafetería que alberga en el vestíbulo de su sede, en la angosta y sombría calle Ayías Irinis, a dos pasos de Monastiraki. Primero descubrí la cafetería, recién inaugurada, hace algo más de un año. Después supe que los libros y los utensilios de imprenta que veía a través de las vidrieras no eran simples objetos de decoración vacíos de contenido, como es habitual en tantos cafés, sino que aquella hermosa vivienda de finales del XIX, recién remozada, era la nueva sede de una editorial. Y en ese momento supe que este café habría de ser mi steki, que es como los griegos llaman al local que suelen frecuentar, al punto de encuentro habitual con los amigos.
Anoche me encontré inesperadamente en la presentación del libro de un conocido, que tuvo lugar, como de costumbre, en el pequeño salón de actos que hay en la primera planta. Tras la lectura de poemas, el acto continuó en la cafetería, donde se dio un pequeño recital de guitarra con canciones cuya letra había escrito también el anfitrión. Acomodado en la barra, al fondo, detrás de guitarrista y poeta, semioculto entre vasos y botellas, observo a los asistentes: muchos amigos y familiares, bastante gente joven, todos desconocidos... y, de pronto, una cara familiar. Al principio dudo, pues está cabizbajo, prensa tabaco en su pipa, que en seguida prende y, con la primera calada, expele una nube de humo que asciende hasta diluirse en la oscuridad de la sala. Coronilla totalmente despoblada, adornada por una greña blanca en la parte posterior. Petros Márkaris se me manifiesta de repente entre el público y ahogo un pequeño conato de júbilo, como si acabara de encontrar a Wally tras una búsqueda de horas.

Lo observo a ratos. El recital continúa en medio de un ambiente íntimo y agradable. Comparte mesa  con el dueño de la editorial (¿el señor Gavriilidis, supongo?), un campechano cincuentón, que tiene más pinta de tabernero que de editor literario: pantalón marrón de paño, camisa blanca a rayas y unos tirantes que circunvalan los laterales de una protuberante barriga. Al terminar el acto, coincido con el editor en el vestíbulo del aseo, donde se ha producido un pequeño overbooking. Este, espontáneo y afable, bromea con los presentes. Cualquiera diría que ese hombre sonriente y dicharachero, que en su juventud debió de ser el guaperas del barrio, es el dueño de una editorial. En cualquier caso, no hay pizca de altivez ni petulancia en él y eso hace que se meta al personal en el bolsillo.

La audiencia se dispersa, el café se vacía lentamente. Márkaris sigue en su mesa, a solas con su pipa. Desde cerca parece mucho más enjuto y frágil que en la tele o en las fotografías. Siempre me pasa; espero de las personas que admiro, sobre todo si es debido a su talla artística o intelectual, una presencia mucho más imponente, como si el físico debiera corroborar su solidez de espíritu o  intelecto. Mi admiración por este escritor no se debe únicamente a los momentos de intriga literaria que me ha brindado a través de su comisario Jaritos, sino también a su visión límpida e inteligente de la crisis griega, que ha sabido plasmar de forma magistral en diversos artículos publicados en prensa (como este). Por un momento pienso en acercarme a saludarlo, pero en seguida desecho la idea. No quisiera molestarlo y en momentos como estos me vence la timidez. Se me dan mucho mejor los cumplidos desde el otro lado de la página. Además, ¿quién sabe?, puede que un día sea él quien me dirija a mí la palabra, aunque sea para pedirme el azúcar. Al fin y al cabo, según parece, compartimos el mismo steki.