19 diciembre 2012

El invierno más largo

Odio el invierno. No lo puedo remediar y por mucho que cada año por estas fechas intente convencerme de lo contrario, no lo consigo. Odio el frío húmedo que te atraviesa como un afilado témpano de hielo y más aún la sensación de crionización del frío seco del interior. Odio la oscuridad de las noches prematuras que hacen que las ocho de la tarde parezcan casi medianoche. Seguramente esta es la razón por la que nunca he aguantado más de una temporada en latitudes más allá del paralelo 42º N, mientras que en Atenas estoy como pez en el agua. Pero a pesar de todo, el invierno es siempre invierno e incluso en la llanura ática esta sigue siendo con diferencia mi estación menos preferida.

Este año, la verdad sea dicha, el frío nos ha respetado hasta bien entrado el mes de diciembre y el otoño parecía más una primavera tardía que la estación de entretiempo que debería ser. Y menos mal que nos ha dado esa pequeña tregua, pues el que comienza tiene visos de ser el invierno más largo y frío de los últimos años. La razón: la fuerte subida del precio del gasóleo de calefacción que el (des)gobierno griego decretó a principios de octubre en plena fiebre recaudatoria para poder pagar a su hora a sus acreedores. La fórmula ha sido sencilla: equiparar la carga impositiva del gasóleo de calefacción y del gasóleo de automoción. Como resultado, el primero ha aumentado un 40%, mientras que el segundo se ha visto reducido en menos de un 10%.

El litro de gasóleo de calefacción este año oscila alrededor de 1,40€ (frente al 1,08€ de España, según consulto hoy en Petromercado), convirtiéndose así en un artículo de lujo para el ciudadano medio. Ya el invierno pasado muchas comunidades de vecinos que tenían calefacción central decidieron no encenderla, ahogadas por las deudas debido a los, cada vez más, vecinos morosos. Este año, incluso los edificios con calefacción autónoma tienen sus calderas vacías. Lo mismo sucede en viviendas unifamiliares de todo el país. Son muy pocos los que pueden hacer frente al disparatado precio de la calefacción, que se suma a la ya abultada montaña de facturas domésticas: la engrosada factura de la luz que, además de subir en enero, incluye también el jaratsi (el nuevo impuesto sobre la propiedad inmobiliaria). Según los distribuidores de carburante, la demanda del gasóleo de calefacción ha disminuido un 80% en los dos últimos meses, mientras que los fabricantes de estufas de butano y calefactores eléctricos de todo tipo hacen su agosto en pleno diciembre. El (des)gobierno griego ha demostrado una vez más su ineficiencia, pues esta subida abusiva, el enésimo decretazo contra una sociedad debilitada, lejos de lograr una mayor recaudación para las arcas del Estado, lo único que hará será matar a los más desfavorecidos de frío. Incluso colegios y hospitales han restringido severa o completamente el consumo de gasóleo. Hace unas semanas visité un convento construido en una loma apartada, en mitad de una región montañosa del Peloponeso. Las hospitalarias monjas nos invitaron a café y pastas para entrar en calor, mientras comentaban, estoicas, que este año ellas tampoco tendrían calefacción. Por la ventana solo se veían campos de vid y cumbres nevadas en el horizonte.

Mientras tanto, la máquina de hacer dinero que es el capitalismo no puede dejar pasar la oportunidad sin sacar tajada. Los programas de televisión ya no sortean coches ni escapadas de fin de semana, sino cheques regalo para rellenar la caldera de la calefacción, con tan solo hacer una llamada o enviar un mensaje de texto. Algo similiar vi hace unos días en un portal web de noticias. Signos inequívocos de la mutilación de una sociedad y el inicio de un largo invierno que, mucho me temo, se irá extendiendo lentamente por el sur de Europa, sin atisbo alguno de primavera, al menos, de momento.

Un magazín matinal sortea cheques de 500€ para gasóleo de calefacción
Concurso web cuyo premio es 1000€ para calefacción

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