01 julio 2013

No solo de frappé vive el griego

Ahora que llega el verano y esta tierra se convierte en lo más parecido a un paraíso terrenal, no podía dejar de tratar uno de mis mayores deleites: los exquisitos cafés fríos. Lo primero que hay que entender es que en Grecia el café es un ritual y como tal requiere tiempo y preparación y su precio va en consonancia. Probablemente estos sean vestigios de su herencia oriental, pues lo cierto es que aquí nadie se toma el café en menos de una hora (para eso se compran uno para llevar en cualquiera de los locales de snacks y bebidas que trufan las calles de cualquier ciudad). Tampoco se improvisan tan fácilmente los cafés en esta tierra: la elección de la cafetería no es tema baladí, lo cual tiene su lógica, pues un café en grupo puede alargarse horas...

Freddo cappuccino

Quizá por ello Grecia se precia de tener el café más caro de Europa, nunca mejor dicho. El café más barato, el café griego (o sea, el turco del país vecino), no suele bajar de los dos euros y el capuchino suele rondar los cuatro en las cafeterías del centro de Atenas. En las cafeterías de hoteles y zonas más exclusivas los precios son sensiblemente mayores, pudiendo incluso doblar esta cantidad. La diferencia entre el café en Atenas y el de otras ciudades europeas, amén de la calidad y la enorme variedad, es que aquí el cliente puede pasarse toda la tarde (y todo el día, como quien dice) sin que nadie se moleste por ello. Esa práctica tan descortés como malintencionada de retirarte la taza en cuanto se vacía que acostumbran en ciertas ciudades españolas es aquí del todo inconcebible, una profanación del ritual. Por tanto, se podría decir que en el precio del café se incluye, además de los impuestos pertinentes, el derecho de “sentada” y abastecimiento de agua, que es otra de las señas de identidad del café helénico. Raro es el recibimiento que no venga acompañado de un vaso de agua (o una jarra, según el número de personas que se sienten a la mesa). Del mismo modo, es habitual que un camarero se pase por las mesas rellenando los vasos vacíos a lo largo del ritual cafetero que, como he dicho, puede llegar a alargarse varias horas. Son estos pequeños detalles los que hacen del café en este país una experiencia mucho más agradable que en otras latitudes.
Café griego servido en el tradicional briki
Pero centrémonos en los cafés fríos, de verano, que es lo que nos interesa. Por café frío no me refiero a echar cubitos de hielo gordos como pedruscos al café, como acostumbramos en Hispania, ni esos experimentos con mucha espuma, mucha leche, mucho sirope y poco café que comercializan las franquicias de café americanas. Me refiero a bebidas realizadas con café de verdad como base y tratadas de forma que se enfríen. El frappé entraría en esta categoría, pero buen café, lo que se dice buen café, no es.

Sin duda, si hay un café “intrínsecamente” griego, a pesar de tener nombre francés, ese es el frappé. En efecto, este café y espumoso es el buque insignia de los cafés fríos en Grecia. Inventado por pura serendipidad por Dimitrios Vakondios, empleado de la casa Nestlé, en la Feria Internacional de Tesalónica en 1957, en pocos años se convirtió, junto con el "griego" tradicional, en el café preferido en esta tierra. Como café, no tiene gran calidad, pues no deja de ser café soluble, batido hasta convertirse en espuma, mezclado con hielo, agua fría y, opcionalmente, un chorrito de leche (evaporada, por lo general). Se podría considerar más bien un refresco a base de café. En cualquier caso, no hay hogar que no tenga una batidora de frappé (ya sea una pequeñita manual o una grande, como las que tienen las cafeterías). El desayuno estándar del currito griego: frappé y tirópita.
Frappé

Durante décadas, el frappé fue el único café frío. Sin embargo, en los últimos años la variedad se ha multiplicado: freddo espresso, freddo latte y, mi preferido, con diferencia, freddo cappuccino. Un buen capuchino frío no es fácil de encontrar, pero cuando das con uno perdonas la mitad de los defectos que tiene este país. La bebida no tiene mucha ciencia: un buen espresso (normalmente doble), con la cantidad de azúcar que el cliente desee, al que se le añaden pequeños cubitos o hielo picado (¡ojo, que no granizado!) y a continuación, abundante crema de leche (afrógala), espesa y blanca como si fuera merengue. El resultado es exquisito: una especie de cóctel bicolor, una hermosa terraza bañada por el sol y el cielo azul del Sur sobre la cabeza. Todo un deleite.

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