09 julio 2013

La sinfonía del disparate

Lo observo desde mi balcón. Un autocar se ha quedado atrapado en una bocacalle. Hay coches aparcados a ambos lados del asfalto, cuando en teoría solo se permite estacionar en uno, y no puede avanzar. Supongo que se dirige al hotel a cuyas espaldas da mi casa y que en esta época del año suele concentrar un buen número de turistas. El ruido blanco del runrún de la avenida Syngrou se ve interrumpido por el zumbido irritante y enfurecido del claxon del autocar. Apenas un minuto más tarde, lo acompañan los de los automóviles que se han ido acumulando detrás y comienza un concierto orquestado por un puñado de conductores agresivos que han perdido la poquita paciencia que pudieran tener.

Es en estos momentos en los que, después de el fastidio originado por las bocinas (sin duda, unos de los sonidos más estridentes y desagradables que existen), me invade una risa amarga, pues, por muy disparatadas que resulten las acciones que origine, la estupidez humana no deja de ser un elixir amargo para el espectador. Pasan varios minutos y tanto el autocar como su comitiva siguen contaminando la atmósfera con su metálico estruendo. Hasta ahora, a nadie se le ha ocurrido que, al menos, los coches pueden apurar un poco y enfilar la otra calle, estamos ante una bifurcación triple. Tampoco el autocar ha pensado que, una vez disuelta la comitiva, podría recular unos metros y tomar la otra calle. En lugar de parar justo en frente de la puerta del hotel, podría hacerlo cerca de la salida trasera. No se trata de un coche que está atascando el tráfico, sino de tres. Normalmente, son trabajadores de las empresas cercanas quienes aparcan en ese cruce. No se solucionará el problema en cinco minutos. De hecho, al rato vuelvo a salir al balcón y ahí sigue, escorado en el mar de asfalto, solo, mudo ya, esperando que se disipe la bruma de automóviles. Después de un cuarto de hora, lo consiguió.

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