28 agosto 2015

Balance del verano

Y así termina el verano menos veraniego de todos los veranos griegos. Con esta frase lapidaria pretendía rematar este texto. Se me vino a la cabeza cuando ni siquiera tenía claro que fuera a escribir nada, o más bien no sabía qué iba a escribir. Sea como fuere, a la hora de la verdad, al abrir mi cuaderno de notas, he decidido que fuera la primera y no la última frase, lo cual me obliga a matizarla, dejando la puerta  abierta a un final más optimista.


Hace años que vengo afirmando (seguramente también por escrito) que si hay algo que caracteriza el verano griego, para mí, no es ni el sol ni el mar (que también), sino un continuo estado de despreocupación. Así como en la Antigüedad los Juegos Olímpicos eran un periodo de tregua sagrada a todos los efectos, el verano helénico supone una tregua de un par de meses en que los problemas cotidianos parecen, si no esfumarse, sí reducirse a dosis casi inocuas.

En mi percepción de este verano como "poco veraniego" influyen factores de diversa índole. Intento, no sin esfuerzo, desbrozar los estrictamente personales de los más generales y el balance global sigue dando poco veraniego, por sus bajos índices de despreocupación. Todo comenzó con el órdago del gobierno de Tsipras en forma de referéndum, lo que llevó al corralito y la polarización de la sociedad entre los partidarios del Sí y los del No. La victoria de este último en las urnas y su posterior derrota (humillante, diría yo) en Bruselas pasó factura a los ánimos de los griegos y la tensión de semanas dio paso a una honda decepción. Como prueba de ello, Atenas se resistía a vaciarse hasta bien entrado el mes de agosto. Todo el mundo parecía estar en guardia, a la espera de algo. Afortunadamente, la saudade importada en esas primeras semanas de corralito se fue esfumando conforme el sol iba calentando la llanura ática y poco a poco, mucho más discretamente que otros años, los atenienses fueron esparciéndose por tierra, mar y aire y, con ellos, también gran parte de sus preocupaciones.

Sin embargo, el Parlamento seguía funcionando a pleno rendimiento, trasnochando literalmente para votar el sinfín de medidas impuestas por Bruselas y propuestas por un gobierno a la deriva que finalmente habría de zozobrar. En la tarde-noche del veinte de agosto, la tregua estival se vio interrumpida por la dimisión del Primer Ministro, cuyo mensaje a la nación me sorprendió de camino a Atenas. La voz solemne de Tsipras, con el rozar de las ruedas sobre el asfalto como música de fondo, es uno de los momentos más emocionantes que me deja este verano, augurio del advenimiento de nuevos momentos históricos.

Superada esta pequeña recaída, el verano heleno vuelve a recuperar su pulso en la recta final y, como suele suceder, las cosas no son tan feas como las pintan. Sin ir más lejos, el corralito, una vez establecido y reajustado, es poco más que una anécdota en la vida cotidiana del griego medio. Es más, gracias al control de capitales, el pago con tarjeta se ha extendido de forma asombrosa, lo que favorece la recaudación de impuestos y facilita la vida del consumidor. No hay mal que por bien no venga y yo me pregunto si no habría que imponer un corralito también en España, para evitar la fuga de capitales...

Se avecina un invierno duro y lleno de incertidumbre para Grecia, pero al menos los griegos vendrán cargados de luz y mar para aguantar lo que les echen, como han hecho siempre a lo largo de su agistada historia. Y me vuelvo a reafirmar: no hay mejor antídoto para los males (del alma, del cuerpo y del país) que una isla griega. Y si es cicládica, mucho mejor. Amén.

06 agosto 2015

Al pequeño viento del norte...


Seis de la mañana. El meltemi sopla en el patio, golpeando todo lo que encuentra a su paso. Se adentra en el dormitorio y me envuelve en una caricia fresca y firme, casi violenta. Y en este precoz despertar, me viene la melodía que Theodorakis puso a los versos Elitis...


Al pequeño viento del norte le pedí que fuera un buen chico,
que no me diera portazos ni golpes en la ventana,
pues en esta casa velo a mi amor que se muere,
y le miro a los ojos y apenas respira.

¡Adiós, huertos; adiós, arroyos!
¡Adiós, besos y adiós, abrazos!
Adiós a los cabos y a los rubios arenales,
adiós a los juramentos eternos.

Me inundan los lamentos, pues en este mundo
los veranos perdí y caí en el invierno.
Como el barco que iza sus velas y se hace a la mar
veo desaparecer la tierra y contraerse el mundo.
ODISEAS ELITIS