Son las cinco de la mañana y hace un par de horas que estoy en el Aeropuerto de Atenas, trasnochando, junto con otros muchos, muchos viajeros, por obra y gracia de la enésima huelga de todos los medios de transporte urbano sin excepción. Confieso que mi ira se ha desatado en varias ocasiones estos últimos días precisamente debido a estas repetidas huelgas, que en España calificaríamos de "salvajes" (pues no hay servicios mínimos) y que aquí parecen ser lo más normal del mundo. Claro que el mundo también empieza a estar harto de no poder llevar una vida "normal" (todo lo normal que puede ser una vida aquí, tal y como pinta el panorma económico) por culpa de las incansables huelgas. Todo indica que se va a volver a repetir la situación del invierno pasado y volveremos a padecer lo que aquí llaman una "huelga de duración (indeterminada)".
Contra todo pronóstico, mi estancia se desarrolla agradable y apacible, no imaginaba que pudiera haber tanto movimiento y sobre todo tanta tienda abierta a estas horas de la madrugada en un aeropuerto no excesivamente grande. Nunca antes me había detenido a observar y comparar las diferentes cafeterías, hojear los diversos e interesantes libros de las librerías, estudiar el menú de cada restaurante, dejar que los olores de la pastelería fresca me azucen el hambre y, como colofón, sentarme con el ordenador sobre el regazo disfrutando de los 60 minutos de conexión inalámbrica gratuita cortesía del aeropuerto (¡cuánto tenemos que aprender en España de Internet, que hasta aquí nos llevan la delantera!).