25 diciembre 2010

Dulce Navidad

Una de las sorpresas mayúsculas que depara esta tierra al visitante es, sin duda, su variada y exquisita repostería. Las confiterías griegas y los dulces tesoros que albergan merecen un post exclusivo, pero tal día como hoy es obligatorio hacer mención a los dulces navideños. En efecto, en estas fechas aquí como en casi todo el mundo lo dulce ocupa un sitio privilegiado en la mesa. Sin embargo, a diferencia de otros países aquí los dulces navideños son todavía caseros, mucha gente los sigue preparando en el calor del hogar, con premura y ayuda de la familia. 
No puedo dejar que termine este año diez sin nombrar (¡y mostrar!) estos dulces casi divinos: 

- melomakárona. Mis favoritos, con diferencia; esponjosas y jugosas "galletitas" de nuez, miel y ralladura de naranja. Altamente adictivos.

- kurabiédes. Menos dulces que los anteriores, por fuera parecen hojaldrinas cubiertas de azúcar glas, pero cuando les hincas el diente, su textura es terrosa y suave, mucho más fina que la del polvorón. Su ingrediente principal es de nuevo la nuez.

- vasilópita. La versión griega de nuestro roscón de Reyes: un apetitoso bizcocho (a veces hecho con masa de brioche), que esconde en su interior una moneda que traerá buena suerte al que la encuentre. Se corta el día de Año Nuevo, festividad de San Basilio o Ai-Vasilis (de ahí su nombre), que así llaman los griegos al gordo vestido de rojo que les trae (a ellos también) los regalos.

Volveremos a hablar de la repostería griega, pero eso será el año que viene. Hasta entonces, tengamos todos una muy dulce Navidad...

20 diciembre 2010

Luces de bohemia

Atenas es una gran ciudad. No es que me haya dado cuenta ahora, pero hacía tiempo que no lo recordaba. A pesar de sus calles atascadas, de sus sempiternas huelgas y violentas manifestaciones (hoy más al día que nunca) y, sobre todo, a pesar de que no todos sus habitantes estén a la altura de su valiosísimo legado milenario.

Esto, entre otras muchas cosas, me ha estado rondando la cabeza esta última semana mientras enseñaba la ciudad a mi amigo Raúl, mientras pateábamos el centro de cabo a rabo, día tras día, obligados por las interminables huelgas del transporte público. A pesar de haber coincidido con la semana más inestable del año, la estancia de Raúl ha resultado muy interesante y provechosa, no sólo para él, que pisaba el gastado suelo ático por primera vez, sino también para mí, pues he vuelto a reinterpretar esta ciudad a través de la mirada del otro. 

La gélida bruma del día de su llegada dio paso a varias jornadas de insistente lluvia y huesos calados por el frío, pues no teníamos más medio de locomoción que nuestras propias piernas. Aun así, hemos disfrutado la ciudad como ningún turista veraniego podrá hacer jamás: 

admirando la majestuosidad con que un Partenón solitario compite en firmeza con un cielo de hormigón;

oliendo la hierba húmeda que rodea el estrado del orador en el Pnyx, el primer parlamento democrático de la Humanidad, desde el que personalidades como Pericles o Demóstenes se dirigieron a los atenienses hace más de dos mil años;

degustando uno de los mejores baklavás de la ciudad en una de esas exquisitas confiterías de ensueño que nos recuerdan que estamos a las puertas de Oriente;

entrando en calor a fuerza de rakómelo bien caliente (una especie de orujo con miel, canela y clavo), acompañado de deliciosos mezedes griegos;

observando en silencio la vieja cancela del Politécnico de Atenas, hoy heroicamente expuesta, que fue derribada hace más de treinta años por los tanques que pusieron así fin a un encierro estudiantil contra la dictadura, que se saldó con decenas de muertos;

comiendo un humilde estofado de legumbres en una mesa compartida con un grupo de sindicalistas desconocidos en una vieja tabernucha sin nombre, escondida en un sótano cerca del Mercado Central;

presenciando la difícil situación de un pueblo contestatario por naturaleza que no se deja arredrar por las coacciones de un sistema económico agonizante;

pero también contemplando desde la selecta cafetería del Hilton una preciosa puesta de sol y cómo de la oscuridad surgen millones de lucecitas que dibujan un fabuloso escenario nocturno. Estas luces de bohemia, que ahora se multiplican con la llegada (aquí también) de la Navidad, son una triste metáfora de los duros tiempos que atraviesa este país, pero también una señal esperanzadora de que al final de todo túnel siempre aguarda una luz. 

Definitivamente, Atenas es una gran ciudad.

13 diciembre 2010

Noches pónticas

Es con diferencia la noche más fría desde que vivo en Atenas. Son las once y media de la noche y aunque la nieve dejó de caer hace unas horas, el viento cortante como una cuchilla coge una velocidad vertiginosa en la interminable e inhóspita avenida Pireós, que une el centro con la ciudad portuaria de El Pireo. En este tramo de la carretera sólo hay grandes naves industriales, la mayoría de ellas en estado de abandono, y de la nada surge el edificio del Kortsopon. El Kortsopon es uno de los muchos locales con música tradicional en directo y (cómo no) baile: esa forma de diversión intrínsecamente griega.

El local es una inmensa cabaña de madera y en su interior alberga, además del escenario y una pista de baile cuadrangular, medio centenar de mesas donde la gente beberá, comerá, presenciará la exhibición de baile y finalmente se unirá a este, participando así activamente de la gran fiesta. Esta noche me siento privilegiado, pues soy invitado de la Sociedad Póntica del distrito de Ayía Varvara, al oeste de la ciudad.

Los griegos pónticos (o pondios a secas, como se conocen en griego) merecen un post exclusivo, pero para contextualizar la noche de hoy, me limitaré a decir que son una comunidad griega asentada desde hace miles de años en el litoral sur del Mar Negro (actualmente, parte del Estado turco). La historia de los pondios se parece tristemente a la de los armenios, pues ambos pueblos fueron víctimas de genocidio a manos de los turcos, si bien el genocidio póntico no está reconocido oficialmente (entiéndase por EEUU) y sea aún hoy un tema controvertido. En la actualidad, se calcula que de los once millones de habitantes que posee el Estado griego, unos dos millones son pondios, etnia helénica y cristiana ortodoxa con su propio dialecto (más cercano al griego clásico que el griego moderno estándar), tradiciones e historia. Lo más evidente esta noche son sus bailes, que en nada recuerdan a los "típicos" bailes griegos a los ojos de un extranjero.
 
Esta noche me siento especialmente afortunado, no sólo porque mis anfitriones se deshagan en atenciones y me hayan acogido como uno de ellos (hasta me atreví con el más sencillo de los ochenta bailes pónticos existentes), sino porque soy testigo de una reunión entrañable y festiva, donde gente de todas las edades y condiciones, que viven desperdigados y mezclados en esta voraginosa amalgama de pueblos y gentes que es hoy Atenas, se dan cita para rendir homenaje a las tradiciones heredadas de sus ancestros, que se resisten a olvidar, y el amor a una tierra, a una nación (el Ponto) que otrora fue suya y que ya no existe ni existirá,. Una nación que aún sobrevive en cada nota de la lira o el taúl, en cada verso sobre el amor, el desamor y la nostalgia de la Madre Patria y, sobre todo, en las generaciones venideras de pónticos, cualquiera que sea su ciudad o país de nacimiento.

09 diciembre 2010

Mosquitos en diciembre

Por extraño que parezca. Como si la naturaleza quisiera compensar las calamidades de otra índole que está sufriendo este país, el invierno se resiste a entrar en Atenas. Mejor --dice la gente-- así nos ahorramos un pico en petróleo, y lo cierto es que a principios de diciembre no sólo siguen las calefacciones en letargo, sino que el lamento que más se oye en los corrillos se refiere a los picotazos nocturnos de no pocos mosquitos "rezagados". A la espera de que se produzca la esperada y definitiva caída del mercurio, anunciada para este fin de semana (ya veremos), la vida en Atenas bien podría discurrir apacible y perezosa. Nada más lejos de realidad, pues lo que la naturaleza no da, en este caso los atenienses se lo buscan y a los picotazos de estos pequeños chupasangres venidos de África hay que sumar otros tantos.

A la vitoreada elección de nuevo alcalde (tan ansiada para la mayoría de ciudadanos con un mínimo sentido común) le ha seguido la reacción bajuna del que ha sido un alcalde nefasto: el despido de un centenar de empleados del vertedero municipal que a su vez ha provocado una huelga de basureros. A las puertas de Navidad, los engalanados tejados y farolas contrastan con las aceras invadidas por la basura que rebosa de los contenedores. Este es, pues, el regalo que el alcalde saliente hace a su sucesor (que tomará posesión el primero de año) y a todos los habitantes de la ciudad. O quizá decir el último picotazo del mosquito acorralado que intuye su triste final. 

Por si esto fuera poco, llega otro seis de diciembre y no hay quien se salve de otros chupasangre: los que con su violencia desmedida arrebatan la tranquilidad a los habitantes del centro de la ciudad. Paseo por la céntrica avenida Panepistimíu y a las puertas del Rectorado ya están reunidos un nutrido grupo de estudiantes horas antes de que empiece la manifestación. Delante de mí, sorprendo a tres chavales (que no tendrán más de quince años) recogiendo piedras que luego arrojarán a la policía. Es la gran paradoja de este país, que se autodefine revolucionario, aunque su táctica sea tan primitiva y acaso ineficaz como la de la bestia que embiste contra un muro una y otra vez.

En resumidas cuentas: lo que se supone debía ser un acto público de repulsa tan enérgica como pacífica en el segundo aniversario del asesinato infame de un adolescente inocente a manos de una policía esquizofrénica y abusiva se convertiría horas después, de nuevo, en una excusa de los violentos (los denominados antisistema) para destrozar el mobiliario urbano y los locales comerciales que encuentran a su paso. Y al yugo de miles de millones de deuda que llevan al cuello los griegos habrá que sumar el coste de todos estos desperfectos (afortunadamente, una anécdota comparado con lo que aquí se armó dos años atrás) provocados por un grupo de inadaptados alentados por un sector insensato de la población y tolerados por la impotencia de un gobierno incompetente.