20 diciembre 2010

Luces de bohemia

Atenas es una gran ciudad. No es que me haya dado cuenta ahora, pero hacía tiempo que no lo recordaba. A pesar de sus calles atascadas, de sus sempiternas huelgas y violentas manifestaciones (hoy más al día que nunca) y, sobre todo, a pesar de que no todos sus habitantes estén a la altura de su valiosísimo legado milenario.

Esto, entre otras muchas cosas, me ha estado rondando la cabeza esta última semana mientras enseñaba la ciudad a mi amigo Raúl, mientras pateábamos el centro de cabo a rabo, día tras día, obligados por las interminables huelgas del transporte público. A pesar de haber coincidido con la semana más inestable del año, la estancia de Raúl ha resultado muy interesante y provechosa, no sólo para él, que pisaba el gastado suelo ático por primera vez, sino también para mí, pues he vuelto a reinterpretar esta ciudad a través de la mirada del otro. 

La gélida bruma del día de su llegada dio paso a varias jornadas de insistente lluvia y huesos calados por el frío, pues no teníamos más medio de locomoción que nuestras propias piernas. Aun así, hemos disfrutado la ciudad como ningún turista veraniego podrá hacer jamás: 

admirando la majestuosidad con que un Partenón solitario compite en firmeza con un cielo de hormigón;

oliendo la hierba húmeda que rodea el estrado del orador en el Pnyx, el primer parlamento democrático de la Humanidad, desde el que personalidades como Pericles o Demóstenes se dirigieron a los atenienses hace más de dos mil años;

degustando uno de los mejores baklavás de la ciudad en una de esas exquisitas confiterías de ensueño que nos recuerdan que estamos a las puertas de Oriente;

entrando en calor a fuerza de rakómelo bien caliente (una especie de orujo con miel, canela y clavo), acompañado de deliciosos mezedes griegos;

observando en silencio la vieja cancela del Politécnico de Atenas, hoy heroicamente expuesta, que fue derribada hace más de treinta años por los tanques que pusieron así fin a un encierro estudiantil contra la dictadura, que se saldó con decenas de muertos;

comiendo un humilde estofado de legumbres en una mesa compartida con un grupo de sindicalistas desconocidos en una vieja tabernucha sin nombre, escondida en un sótano cerca del Mercado Central;

presenciando la difícil situación de un pueblo contestatario por naturaleza que no se deja arredrar por las coacciones de un sistema económico agonizante;

pero también contemplando desde la selecta cafetería del Hilton una preciosa puesta de sol y cómo de la oscuridad surgen millones de lucecitas que dibujan un fabuloso escenario nocturno. Estas luces de bohemia, que ahora se multiplican con la llegada (aquí también) de la Navidad, son una triste metáfora de los duros tiempos que atraviesa este país, pero también una señal esperanzadora de que al final de todo túnel siempre aguarda una luz. 

Definitivamente, Atenas es una gran ciudad.

1 comentario:

  1. Pues yo no podria definirlo mejor, totalmente de acuerdo contigo

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