31 julio 2017

La pequeña catedral

  La pequeña catedral de Atenas no es, ni nunca fue, una catedral. El nombre le viene, ya en época moderna, por encontrarse literalmente a la sombra de la novísima Catedral de Atenas, que data de mediados del XIX. Cabe señalar que el concepto de catedral (o metrópolis, μητρόπολη) en la iglesia ortodoxa dista mucho de la magnificencia e importancia que adquiere en la iglesia católica. La estructura administrativa ortodoxa hace que haya muchas más "catedrales" y "obispos" que en la católica, con lo cual su envergadura es muy inferior. Despierta mucho mi interés la concepción del espacio (lo enorme en el catolicismo, lo diminuto en la ortodoxia), algo que impregna todas las manifestaciones religiosas de ambas culturas, pero no quiero apartarme del tema.

24 julio 2017

TouristiFUCKation



Primera mañana en Atenas. Bajo a uno de mis cafés preferidos y me dejo imbuir poco a poco del espíritu helénico. La peatonal calle Olimbíu, que cuando me mudé aquí apenas se conocía fuera del barrio, está ahora plagada de cafeterías y bares y se ha convertido en uno de los hotspots atenienses. Aunque son casi las once, los cucakiotes aún se están desperezando y tengo la terraza del café casi en exclusividad, solo compartida con un hombre y su libro en una mesa apartada. Oigo las conversaciones del cafenío de abueletes un poco más allá. Digo mi primer calimera. Pido mi primer café. Ya estoy aquí.

18 julio 2017

Algún día...

A Elias Vamvacoussis lo conocí anoche, de forma totalmente inesperada, en la terraza del mítico bar Micrá Asía, en Gazi. Aunque cueste trabajo creerlo, el concierto estuvo a punto de ser cancelado por la lluvia, y es que el tiempo en Atenas estos días es más propio de finales que de pleno verano.

Finalmente, una vez despejado el cielo, decidieron actuar en un improvisado unplugged, que dio un aire aún más intimista a la noche pasada por agua. Dos guitarras, dos voces masculinas y una femenina. Sin más artificio.

Entre canciones propias y ajenas, hubo una que me transmitió más que la demás. Quizá fuera la melancolía de la lluvia que aún flotaba en el aire o este atisbo de otoño en mitad de julio. Quizá el rasgar de la guitarra en estado puro y la voz desnuda, sin micrófonos. O la evocación de imágenes cotidianas de esta ciudad que ya forma parte de mí y que algún día serán recuerdos borrosos como la ciudad difuminada tras la lluvia. El caso es que me la llevé prendida en la piel y ya no ha dejado de sonar en mi cabeza. Y quería compartirla aquí.



14 julio 2017

Buenas noches, bienvenido


Vuelvo a Atenas tras siete larguísimos meses de ausencia. A pesar de los precios desorbitados de este verano, en el avión no cabe un alfiler. Con mis más y mis menos, llego a la cinta de equipajes, rescato mi maleta y aprieto el paso para alcanzar el bus que, me consta, sale dentro de un minuto, pero el cansancio ha hecho mella y se me escapa delante de mis narices. Con todo, no maldigo (mucho) mi suerte, pues hay otro dentro de quince minutos. Es cerca de la una de la mañana. Podría ser peor. Para mi desgracia, esos quince minutos se alargan casi a veinticinco y la parada se ha abarrotado. Y el bus también, obviamente. No sé si será que me estoy haciendo mayor y más gruñón, pero yo no recuerdo jamás haber cogido el bus al centro así de lleno a estas horas horas. Sí que recuerdo lo incómodo que se hace el trayecto y lo tétrica que es la periferia ateniense de madrugada. 

Al llegar a Syntagma la turba se deshace. La mayoría revolotea de aquí para allá, con mapas y móviles en mano. Yo me dirijo directamente a la calle Filellinon a enfrentarme al "monstruo" de la pantalla final, el taxista que ha de llevarme a casa. Para empezar, uno no sabe qué taxi coger, porque se supone que hay dos paradas independientes (Filellinon y Ermou), pero la ristra de taxis empieza en el segundo semáforo de la calle y ocupa todo el perímetro oeste de la plaza hasta casi la calle Stadiou. Eso son unos trescientos metros. Me hace gracia cómo los taxistas se engrescan por la presa (o sea, yo), porque sé que al final el ganador saldrá escaldado. En seguida se da cuenta de que no soy guiri: hablo griego fluido; le digo dónde voy, no con calle y número, sino con el punto de referencia que solo los locales saben; además le digo por dónde iremos (ya pagué la novatada, recién llegado, hace años); y por último, el importe de la carrera no excederá los 5 euros. El resultado, el de siempre: ni las buenas noches me da. 

Los taxistas griegos tienen fama (merecida) de fulleros. Es cierto que con la liberalización del sector en los primeros años de la crisis han surgido taxistas "de nueva generación", mucho más jóvenes, pero sobre todo, mucho más educados y honrados. También ayuda el hecho de que el trabajo haya caído en picado; al parecer en los años de bonanza era imposible encontrar un taxi libre de noche, mientras que mi experiencia es que, incluso en Nochevieja, minutos antes de la medianoche, he podido parar alguno (aunque no sin dificultad).

El caso es que aquí estoy yo, sano y salvo en casa. Aunque el taxista se haya enfadado. Aunque me haya negado las buenas noches (¡con lo bonito que suena: kalinijta!). No importa. Yo sé que esta es la forma que esta ciudad tiene de decirme: bienvenido.