29 agosto 2012

Listos para zarpar


Para muchos griegos tan importante como la isla que quieren visitar es el modo en que llegarán a ella. Para la mayoría el verano es sinónimo de barco, de travesía encaramados a cubierta, preferentemente por el Egeo. Cada vez más siento yo también lo mismo y cuanto más largo sea el viaje, mejor. Prefiero pagar un poco menos y tardar un poco más, si eso significa que podré merodear por las diferentes cubiertas del barco para terminar admirando la inmensidad del mar mientras el viento salpica mi cara con espuma de olas.

Cuando partes de El Pireo, sientes siempre la excitación incontenible de un viaje iniciático. Cuando vas a su encuentro, el sol y el mar te permiten condurar un poquito más la magia de las vacaciones. Sólo cuando irrumpen en lontananza los grises edificios del puerto como una masa informe de hormigón aparece el "GAME OVER" sobre la frente de los viajeros que se apresuran a recoger sus equipajes y ser los primeros en abandonar la nave. Éste es el primer signo del estrés de la ciudad, sin haber puesto siquiera el pie en tierra.

16 agosto 2012

Andros: de roca y espuma


Andros es un vergel. Aunque no lo parezca. Aunque grandes moles de tierra pedregosa amenacen con despeñarse por su litoral desnudo. Aunque rocas metamórficas irrumpan con vehemencia en la superficie, abriéndose paso desde las entrañas de la tierra.

Andros es fértil y salvaje y montañosa, con carreteras y caminos que se retuercen como culebrillas sobre las lomas y laderas escarpadas de sus montes, como si de un capricho de los dioses se tratara.

Andros es también rica y codiciada. Venecianos, otomanos y alemanes han desembarcado en sus puertos. Los primeros dejaron tras de sí bellos edificios y una ciudadela; los segundos pasaron como de puntillas, sin pena ni gloria; los últimos destruyeron gran parte de lo que construyeron los primeros en aquella contienda infame.


La Jora de Andros es elegante, aristocrática, reflejo del esplendor y la prosperidad de siglos gracias a la industria de la seda y los navieros. Zambullirse en las inmediaciones del viejo castro con las ruinas del puente enmarcando el horizonte y oír el crepitar de la fauna marina en el arrecife es una de esas sensaciones revitalizantes que, al recordarlas, hacen del verano más que una estación luminosa, un estado de ánimo imperecedero.



04 agosto 2012

Andíparos o el paraíso en miniatura

Me encanta Andíparos. No puedο decir que haya sido un descubrimiento; ya me dejé caer por aquí hace un par de años. Entonces fue sólo una excursión del día desde la vecina Paros y no me permitió adaptarme y moverme según los ritmos de la isla. Ahora, en cambio, Andíparos era mi destino exclusivo y sólo a ella dediqué mi atención desde el primer momento.
La isla cuenta con una sola población y un par de asentamientos formados por residencias de veraneo. El pueblo es, como no podía ser de otra manera tratándose de las Cícladas, una joya encalada de blanco radiante. Todo está cuidado al detalle: bancos, colegio, Correos, consultorio médico... no hay edificio que desentone. Un idílico pueblecito de juguete a escala natural.

 La esencia de Grecia, que no es otra que la sublimidad de lo sencillo, se encuentra aquí en varias de sus vertientes: en el pulpo a la brasa que horas antes viste salir del cubo, recién llegado del mar, y colgado a secar en el alambre, o el paladeo del queso local (xinomisizra) sin más aliño que un buen chorreón de aceite de oliva o un chapuzón en cueros en las aguas esmeralda del Egeo como divina recompensa a las pedaladas con sabor a salitre y sudor por las cuestas y llanuras de la isla.
El día transcurre lento y perezoso bajo el sempiterno cielo azul, sobre todo en las callejuelas y plazoletas del pueblo... y pasadas las nueve, cita en la playa de Sifneiko para ver el sol caer. Parejas que se besan con pasión --un tanto forzado, un poco cliché-- tras el horizonte rectilíneo. El cielo muda su color, del naranja al melocotón y de éste al ciruela... hasta que de pronto el mar ha oscurecido y el sol absorbe cada vez más rápido los colores que había dispersado en el horizonte, se inyecta de un rojo brillante y, como un globo aerostático, 
                                        pierde su forma, 
                                                                   se aleja
                                                                                  y desaparece.