16 agosto 2012

Andros: de roca y espuma


Andros es un vergel. Aunque no lo parezca. Aunque grandes moles de tierra pedregosa amenacen con despeñarse por su litoral desnudo. Aunque rocas metamórficas irrumpan con vehemencia en la superficie, abriéndose paso desde las entrañas de la tierra.

Andros es fértil y salvaje y montañosa, con carreteras y caminos que se retuercen como culebrillas sobre las lomas y laderas escarpadas de sus montes, como si de un capricho de los dioses se tratara.

Andros es también rica y codiciada. Venecianos, otomanos y alemanes han desembarcado en sus puertos. Los primeros dejaron tras de sí bellos edificios y una ciudadela; los segundos pasaron como de puntillas, sin pena ni gloria; los últimos destruyeron gran parte de lo que construyeron los primeros en aquella contienda infame.


La Jora de Andros es elegante, aristocrática, reflejo del esplendor y la prosperidad de siglos gracias a la industria de la seda y los navieros. Zambullirse en las inmediaciones del viejo castro con las ruinas del puente enmarcando el horizonte y oír el crepitar de la fauna marina en el arrecife es una de esas sensaciones revitalizantes que, al recordarlas, hacen del verano más que una estación luminosa, un estado de ánimo imperecedero.



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