25 diciembre 2010

Dulce Navidad

Una de las sorpresas mayúsculas que depara esta tierra al visitante es, sin duda, su variada y exquisita repostería. Las confiterías griegas y los dulces tesoros que albergan merecen un post exclusivo, pero tal día como hoy es obligatorio hacer mención a los dulces navideños. En efecto, en estas fechas aquí como en casi todo el mundo lo dulce ocupa un sitio privilegiado en la mesa. Sin embargo, a diferencia de otros países aquí los dulces navideños son todavía caseros, mucha gente los sigue preparando en el calor del hogar, con premura y ayuda de la familia. 
No puedo dejar que termine este año diez sin nombrar (¡y mostrar!) estos dulces casi divinos: 

- melomakárona. Mis favoritos, con diferencia; esponjosas y jugosas "galletitas" de nuez, miel y ralladura de naranja. Altamente adictivos.

- kurabiédes. Menos dulces que los anteriores, por fuera parecen hojaldrinas cubiertas de azúcar glas, pero cuando les hincas el diente, su textura es terrosa y suave, mucho más fina que la del polvorón. Su ingrediente principal es de nuevo la nuez.

- vasilópita. La versión griega de nuestro roscón de Reyes: un apetitoso bizcocho (a veces hecho con masa de brioche), que esconde en su interior una moneda que traerá buena suerte al que la encuentre. Se corta el día de Año Nuevo, festividad de San Basilio o Ai-Vasilis (de ahí su nombre), que así llaman los griegos al gordo vestido de rojo que les trae (a ellos también) los regalos.

Volveremos a hablar de la repostería griega, pero eso será el año que viene. Hasta entonces, tengamos todos una muy dulce Navidad...

20 diciembre 2010

Luces de bohemia

Atenas es una gran ciudad. No es que me haya dado cuenta ahora, pero hacía tiempo que no lo recordaba. A pesar de sus calles atascadas, de sus sempiternas huelgas y violentas manifestaciones (hoy más al día que nunca) y, sobre todo, a pesar de que no todos sus habitantes estén a la altura de su valiosísimo legado milenario.

Esto, entre otras muchas cosas, me ha estado rondando la cabeza esta última semana mientras enseñaba la ciudad a mi amigo Raúl, mientras pateábamos el centro de cabo a rabo, día tras día, obligados por las interminables huelgas del transporte público. A pesar de haber coincidido con la semana más inestable del año, la estancia de Raúl ha resultado muy interesante y provechosa, no sólo para él, que pisaba el gastado suelo ático por primera vez, sino también para mí, pues he vuelto a reinterpretar esta ciudad a través de la mirada del otro. 

La gélida bruma del día de su llegada dio paso a varias jornadas de insistente lluvia y huesos calados por el frío, pues no teníamos más medio de locomoción que nuestras propias piernas. Aun así, hemos disfrutado la ciudad como ningún turista veraniego podrá hacer jamás: 

admirando la majestuosidad con que un Partenón solitario compite en firmeza con un cielo de hormigón;

oliendo la hierba húmeda que rodea el estrado del orador en el Pnyx, el primer parlamento democrático de la Humanidad, desde el que personalidades como Pericles o Demóstenes se dirigieron a los atenienses hace más de dos mil años;

degustando uno de los mejores baklavás de la ciudad en una de esas exquisitas confiterías de ensueño que nos recuerdan que estamos a las puertas de Oriente;

entrando en calor a fuerza de rakómelo bien caliente (una especie de orujo con miel, canela y clavo), acompañado de deliciosos mezedes griegos;

observando en silencio la vieja cancela del Politécnico de Atenas, hoy heroicamente expuesta, que fue derribada hace más de treinta años por los tanques que pusieron así fin a un encierro estudiantil contra la dictadura, que se saldó con decenas de muertos;

comiendo un humilde estofado de legumbres en una mesa compartida con un grupo de sindicalistas desconocidos en una vieja tabernucha sin nombre, escondida en un sótano cerca del Mercado Central;

presenciando la difícil situación de un pueblo contestatario por naturaleza que no se deja arredrar por las coacciones de un sistema económico agonizante;

pero también contemplando desde la selecta cafetería del Hilton una preciosa puesta de sol y cómo de la oscuridad surgen millones de lucecitas que dibujan un fabuloso escenario nocturno. Estas luces de bohemia, que ahora se multiplican con la llegada (aquí también) de la Navidad, son una triste metáfora de los duros tiempos que atraviesa este país, pero también una señal esperanzadora de que al final de todo túnel siempre aguarda una luz. 

Definitivamente, Atenas es una gran ciudad.

13 diciembre 2010

Noches pónticas

Es con diferencia la noche más fría desde que vivo en Atenas. Son las once y media de la noche y aunque la nieve dejó de caer hace unas horas, el viento cortante como una cuchilla coge una velocidad vertiginosa en la interminable e inhóspita avenida Pireós, que une el centro con la ciudad portuaria de El Pireo. En este tramo de la carretera sólo hay grandes naves industriales, la mayoría de ellas en estado de abandono, y de la nada surge el edificio del Kortsopon. El Kortsopon es uno de los muchos locales con música tradicional en directo y (cómo no) baile: esa forma de diversión intrínsecamente griega.

El local es una inmensa cabaña de madera y en su interior alberga, además del escenario y una pista de baile cuadrangular, medio centenar de mesas donde la gente beberá, comerá, presenciará la exhibición de baile y finalmente se unirá a este, participando así activamente de la gran fiesta. Esta noche me siento privilegiado, pues soy invitado de la Sociedad Póntica del distrito de Ayía Varvara, al oeste de la ciudad.

Los griegos pónticos (o pondios a secas, como se conocen en griego) merecen un post exclusivo, pero para contextualizar la noche de hoy, me limitaré a decir que son una comunidad griega asentada desde hace miles de años en el litoral sur del Mar Negro (actualmente, parte del Estado turco). La historia de los pondios se parece tristemente a la de los armenios, pues ambos pueblos fueron víctimas de genocidio a manos de los turcos, si bien el genocidio póntico no está reconocido oficialmente (entiéndase por EEUU) y sea aún hoy un tema controvertido. En la actualidad, se calcula que de los once millones de habitantes que posee el Estado griego, unos dos millones son pondios, etnia helénica y cristiana ortodoxa con su propio dialecto (más cercano al griego clásico que el griego moderno estándar), tradiciones e historia. Lo más evidente esta noche son sus bailes, que en nada recuerdan a los "típicos" bailes griegos a los ojos de un extranjero.
 
Esta noche me siento especialmente afortunado, no sólo porque mis anfitriones se deshagan en atenciones y me hayan acogido como uno de ellos (hasta me atreví con el más sencillo de los ochenta bailes pónticos existentes), sino porque soy testigo de una reunión entrañable y festiva, donde gente de todas las edades y condiciones, que viven desperdigados y mezclados en esta voraginosa amalgama de pueblos y gentes que es hoy Atenas, se dan cita para rendir homenaje a las tradiciones heredadas de sus ancestros, que se resisten a olvidar, y el amor a una tierra, a una nación (el Ponto) que otrora fue suya y que ya no existe ni existirá,. Una nación que aún sobrevive en cada nota de la lira o el taúl, en cada verso sobre el amor, el desamor y la nostalgia de la Madre Patria y, sobre todo, en las generaciones venideras de pónticos, cualquiera que sea su ciudad o país de nacimiento.

09 diciembre 2010

Mosquitos en diciembre

Por extraño que parezca. Como si la naturaleza quisiera compensar las calamidades de otra índole que está sufriendo este país, el invierno se resiste a entrar en Atenas. Mejor --dice la gente-- así nos ahorramos un pico en petróleo, y lo cierto es que a principios de diciembre no sólo siguen las calefacciones en letargo, sino que el lamento que más se oye en los corrillos se refiere a los picotazos nocturnos de no pocos mosquitos "rezagados". A la espera de que se produzca la esperada y definitiva caída del mercurio, anunciada para este fin de semana (ya veremos), la vida en Atenas bien podría discurrir apacible y perezosa. Nada más lejos de realidad, pues lo que la naturaleza no da, en este caso los atenienses se lo buscan y a los picotazos de estos pequeños chupasangres venidos de África hay que sumar otros tantos.

A la vitoreada elección de nuevo alcalde (tan ansiada para la mayoría de ciudadanos con un mínimo sentido común) le ha seguido la reacción bajuna del que ha sido un alcalde nefasto: el despido de un centenar de empleados del vertedero municipal que a su vez ha provocado una huelga de basureros. A las puertas de Navidad, los engalanados tejados y farolas contrastan con las aceras invadidas por la basura que rebosa de los contenedores. Este es, pues, el regalo que el alcalde saliente hace a su sucesor (que tomará posesión el primero de año) y a todos los habitantes de la ciudad. O quizá decir el último picotazo del mosquito acorralado que intuye su triste final. 

Por si esto fuera poco, llega otro seis de diciembre y no hay quien se salve de otros chupasangre: los que con su violencia desmedida arrebatan la tranquilidad a los habitantes del centro de la ciudad. Paseo por la céntrica avenida Panepistimíu y a las puertas del Rectorado ya están reunidos un nutrido grupo de estudiantes horas antes de que empiece la manifestación. Delante de mí, sorprendo a tres chavales (que no tendrán más de quince años) recogiendo piedras que luego arrojarán a la policía. Es la gran paradoja de este país, que se autodefine revolucionario, aunque su táctica sea tan primitiva y acaso ineficaz como la de la bestia que embiste contra un muro una y otra vez.

En resumidas cuentas: lo que se supone debía ser un acto público de repulsa tan enérgica como pacífica en el segundo aniversario del asesinato infame de un adolescente inocente a manos de una policía esquizofrénica y abusiva se convertiría horas después, de nuevo, en una excusa de los violentos (los denominados antisistema) para destrozar el mobiliario urbano y los locales comerciales que encuentran a su paso. Y al yugo de miles de millones de deuda que llevan al cuello los griegos habrá que sumar el coste de todos estos desperfectos (afortunadamente, una anécdota comparado con lo que aquí se armó dos años atrás) provocados por un grupo de inadaptados alentados por un sector insensato de la población y tolerados por la impotencia de un gobierno incompetente.

08 noviembre 2010

Hablemos de Política

Cálido y soleadísimo domingo de noviembre: un día espléndido para celebrar elecciones municipales. No me gusta demasiado hablar de política en público (y menos por escrito), pero en un día como hoy sería una injusticia ignorar la política de aquí, de la polis que dio a luz a la Democracia. No voy a aburrir a nadie con nombres impronunciables ni siglas que nada nos importan, sino que me centraré en un solo nombre, que ha pulverizado los pronósticos, haciendo que muchos atenienses recuperen la esperanza. Se trata de Yorgos Amirás, que ha conseguido el apoyo de un sector del que apenas representa el 8% del electorado.

¡¿Un ocho por ciento?! ¿Tanto jaleo por un ocho por ciento?, se preguntarán. Pues sí. La propuesta de la plataforma ciudadana encabezada por Amirás (Epiménume Athina, Insistimos en Atenas), aunque un tanto idealista en determinados puntos, ha resulta do ser vergonzosamente vanguardista. Y resalto lo de vergonzosamente, pues propone acciones básicas que se dan por hecho en cualquier capital europea (y aquí radica otra de las virtudes de esta plataforma : está libre de complejos y compara y adopta las medidas que han triunfado fuera).  Es vergonzoso, pues, que a estas alturas ninguno de los grandes partidos que se reparten el poder se haya interesado por los temas fundamentalísimos que Amirás propone.

Básicamente, el programa electoral de Epiménume Athína se resume en las 5 π (pi): pezodrómia (aceras), podílata (bicicletas), prásino (verde), párking y politismós (cultura). En la  campeona europea del cemento y el asfalto, la polución y la marginalización, tan sólo seis años después de las Olimpiadas, ninguna otra propuesta puede sonar mejor. Y más si nace de una plataforma ciudadana independiente, sin afiliaciones políticas ni lobbies económicos que los sustenten. Tal día como hoy, con la que está cayendo, un ocho por ciento es un Triunfo con mayúsculas de los atenienses (y de los  que se sienten atenistas, pero de éstos hablaremos otro día).
FOTOGRAFÍAS: PÁGINA OFICIAL DE GIORGOS AMIRAS EN FACEBOOK.

24 septiembre 2010

Un año de Atenas

Hace exactamente trescientos sesenta y cinco días pisaba Atenas por primera vez no como turista, sino como inmigrante, en el sentido más puro de la palabra. Cuando evoco las impresiones y emociones de aquel día y los venideros, el lapso que media entre el entonces y el ahora se me antoja casi abismal. Recuerdo que mi llegada fue completamente diferente a la de ocasiones anteriores, en las que Atenas era simplemente un lugar de paso a otras destinaciones o un efímero destino vacacional. Esta vez, sin embargo, apenas pude disfrutar de la belleza y el encanto del casco histórico ni deseaba ser uno más de los muchos turistas que aún correteaban por Plaka. Mis ojos empezaban a ver más allá, posados en un mapita recorrían una y otra vez miles de calles y avenidas alejadas de las zonas turísticas, barrios enteros que desconocía por completo y me preguntaba una y otra vez dónde estaría mi nueva casa, cuál sería mi barrio, qué estación de metro o qué línea de autobús se convertiría en el fondo de pantalla de mi nueva vida en Grecia.
 
Hoy, trescientos sesenta y cinco días después, miro aquel viejo mapa de bolsillo arrugado (que aún suelo llevar encima para consultas discretas cuando el entramado urbano me pone a prueba) y pongo a cada uno de esos coloridos trazos rectilíneos no sólo una imagen de su aspecto real, sino además un anexo con todo tipo de informaciones y precisiones (si es una avenida ruidosa o una zona pija o si hay algún café entrañable). Mi Atenas hoy es, desde luego, otra. Ha pasado sólo un año, pero mi forma de percibir esta ciudad y este país ha cambiado radicalmente. Puede que el mito griego idealizado durante años a base de estancias de verano y alguna que otra vacación se me haya caído estrepitosamente, pero no es menos cierto que esta nueva imagen del país, menos idílica pero más real, sigue hechizándome de un modo que aún no alcanzo a explicar... Pero esto lo dejaremos para el siguiente post.

09 septiembre 2010

Cereza y cemento

A veces la vida no deja de ser una tonta ironía sin sentido aparente. Esto pensaba el otro día al enterarme de la inminente publicación de un libro donde una adolescente que había pasado la mitad de su vida encerrada en casa de un viejo chiflado narra su calvario. El dinero todo lo puede y todo lo cambia. Imagino cuán diferente será su futuro de su horrible pasado. Lo mismo pensé cuando me enteré de que la policía había detenido en Madrid por conducir hebrio a un conocido profesor universitario. Tras hacer un poco de memoria, comprobé que se trataba del mismo profesor que hace unos pocos años había saltado a la fama por recibir una brutal paliza que casi acaba con su vida al acudir en defensa de una mujer que estaba siendo golpeada en plena calle. En mi memoria caché, aquel hombre había quedado clasificado como un héroe contemporáneo. Hoy, después de haber leído bien la noticia y enterado de la carrera política que sobrevino a aquella gesta heroica, aún más enaltecida por los medios, vuelvo a sospechar que los héroes ya no existen. 

Las personas, como la vida misma, somos la suma de nuestros contrastes. Hoy no eres nadie para el mundo y vives en condiciones infrahumanas y mañana saltas al estrellato de manos de los mass media y la industria editorial. Ayer eras un símbolo de gallardía y humanidad y hoy apareces ante el país como un mindundi irresponsable mascullando excusas patéticas. Esto y más pensaba hace un rato, asomado a mi balcón, mientras un precioso atardecer violeta acariciaba, de nuevo, el feo y gris horizonte ateniense... Contrastes abismales también los de este país a ratos miserable y a ratos fabuloso... Por eso hoy cambio el ocaso de cereza y cemento de la capital, por este otro de mar y ensueño, en la pequeña isla de Elafónisos, apenas unas semanas atrás. Quizá esto nos convenza de que aún quedan héroes por nacer.

01 septiembre 2010

Entre el cielo y el mar

La de Punda es una de esas playas de las que los griegos dirían que no son para bañarse. Situada en uno de los cabos más meridionales del Peloponeso, el único atractivo del lugar es el atracadero cercano desde el que parten  los ferries para la vecina islita de Elafónisos. Sin embargo, a los ojos de un español acostumbrado a las playas (en gran parte, normalitas) del litoral ibérico, violadas sistemáticamente por políticos corruptos e inversores sin escrúpulos, este retazo de arena pulverizada, más blanca aún a la tibia luz del ocaso, se transforma de repente en el ansiado oasis al final de una larga y apasionante incursión rumbo al Sur por retorcidas carreteras entre olivares centenarios. 

En este mar de cristal, el cuerpo flota como una tabla a merced de la corriente, y en el horizonte las dunas fosforecen aún bajo la luz titilante de la luna. Definitivamente, no es para bañarse, pienso, sino para reconciliarse con este viejo Mar y añorar el propio litoral perdido.

En este improvisado baño tardío en esta especie de Fin del Mundo, entre el cielo y el mar, no hay más que mar.

25 agosto 2010

Pansélinos (Plenilunio)

Para muchas culturas la Luna llena de agosto es una luna mágica y tal noche como esta, Grecia nos vuelve a brindar una tradición tan impresionante como entrañable: acceso nocturno libre a casi cien sitios arqueológicos de todo el país, para poder admirar estos imponentes testigos de la Historia del Hombre bajo la intensa luz de la Luna llena, acompañada en algunos casos por los acordes en directo de una orquesta sinfónica. 


En esta era de la tecnología en que nos hemos entregado por completo a un nuevo hábitat artificial, muchos de los allí presentes habíamos olvidado la potente luz que irradia la Luna en noches así. Sin lugar a dudas, y a pesar de la asfixiante aglomeración de personas, subir de noche a la Roca Sagrada para admirar el mármol rotundo de sus viejos edificios que a veces se nos antojan cansados bajo este enorme platón de alpaca como única iluminación, es una experiencia privilegiada, única y afortunadamente repetible: el año que viene en una luna como esta. Vayan echando mano del calendario, pues es algo que no se pueden perder.

07 agosto 2010

Grecia es el mar

Este pequeño país, en su esquinita de Europa, con su forma caprichosa que se desparrama sobre el Mediterráneo como si fuera un trapo ajado por el paso de los siglos, esconde un tesoro único e irrepetible: miles de islas y peñascos que salpican el azul y esmeralda del mar como si fueran jirones de tela blanca que se desprenden del Continente...

En esta calita rocosa y minúscula al suroeste de Paros, con el agua hasta los tobillos y las yemas de los dedos del pie acaraciando el tacto aterciopelado de los surcos de arena, sólo se oye el rumor del mar y el romper de las olas contra las rocas. La insistente brisa cicládica me envuelve dulcemente en un velo de fresco lino... Y entonces imagino esta misma escena tres mil años atrás, cuando surcaban estos mares los barcos que transportaban el preciado mármol de la isla que hoy podemos admirar, convertido en obras de arte, en los museos de medio mundo. 

Grecia es el mar, infinito y esférico, que ha sabido conquistar a fuerza de esparcir sus islas como piedras preciosas desgranadas de un rosario o, mejor aún, de un kombolói...

29 junio 2010

A los pies de una roca

Hace poco me preguntaron por enésima vez qué me había traído a Atenas y volví a responder lo de siempre: lo mismo me pregunto yo casi todos los días. Esta respuesta, aparentemente una ocurrencia más de las mías e interpretada como tal por mi interlocutor, que suele echarse a reír, es, sin embargo, una verdad simple y desnuda. Y por más que me hago la pregunta, no logro dar con ninguna respuesta convincente. Atenas no es la joven promesa de Berlín ni la grandeur de París ni la ciudad de las oportunidades de Nueva York... Tampoco es la joya oriental de Estambul ni el caos de El Cairo ni el exotismo de Pekín... Y sin embargo a veces se parece un poquito a todas a la vez. No es Europa ni es Asia y quizá sea esa encrucijada milenaria, piedra angular de lo que somos hoy, la que hace de ella una ciudad con un aura mágica, decadente y embriagadora, lejos de la ostentación y la vanagloria de muchas de nuestras metrópolis contemporáneas...   Y todo esto a los pies de una Roca Sagrada. Que se dice pronto.


En la foto, la terraza del bar Bios y su impresionante vista. Puede que no sepa muy bien qué me ata a esta ciudad, pero en noches como esta solo sé que no podría estar en ningún otro lugar.

14 junio 2010

Nada es para siempre


Como si no lo supiéramos, pero hay días en que conviene recordarlo...
El verano ha hecho su entrada triunfal a principios de junio. De fondo, la creciente preocupación por el incierto futuro económico ya no sólo de los griegos, sino de todos los europeos. Para abstraerse un poco y sobre todo para relativizar, nada mejor que dejarse caer por el muy in bar Bios, en el centro de Atenas; no subiremos a su fabulosa terraza (de eso ya hablaremos otro día). Esta vez nos quedamos en la planta baja, pero sin quitar ojo a la calle. Durante algo más de una hora, y en el marco del Festival de Atenas, la vanguardista compañía de teatro Omada Blitz recrea con nosotros los últimos días del Mundo. A través de la cristalera del local y gracias a unos auriculares de frecuencia inalámbrica asistimos en directo a la gran debacle, que tiene lugar fuera, en la calle, convertida en un escenario infinito con el denso tráfico de vehículos y transeúntes que se cuelan sin saberlo en la función.  Indiferencia, miedo, euforia, incertidumbre, ingenuidad, amor, soledad, nieve y hasta una lluvia de pompas de jabón... Todos los sentimientos y sensaciones se suceden en apenas una hora, en que todo ocurre a un ritmo cada vez más vertiginoso, más impactante e hipnotizador, hasta tal punto que nos olvidamos por completo de todo, del endemoniado calor de la sala, de nuestras miserias cotidianas que en ese momento nos parecen tan nimias...
Nada es para siempre. Ni nuestras tremendas preocupaciones. Ni las noches de verano. Ni siquiera el Universo.

01 junio 2010

Cine bajo las estrellas

El verano ateniense se ha adelantado unas semanas, por suerte o por desgracia. Por desgracia, porque esta es una de las ciudades con menos espacios verdes de Europa y la canícula se sufre aquí especialmente. Por suerte, porque con las altas temperaturas, la ciudad se echa a la calle de la forma en que los pueblos del Sur llevan haciendo desde hace milenios. Un elemento básico de esta cultura de la calle, que afortunadamente aún pervive, son los cines de verano. Sólo de oídas puedo contar seis en el centro de Atenas. Personalmente, a mí los cines de verano me evocan mi infancia... Anoche inauguré no sólo la temporada cinematográfica estival, sino (casi literalmente) también la nueva azotea de la Filmoteca Nacional. La excusa: L'uomo che ama, producción italiana (donde actuaba también nuestra Marisa Paredes). No es la mejor película que he visto últimamente, pero en líneas generales me gustó. Claro que allí arriba, aún más cerca del cielo sin estrellas de la Polis, disfrutando de la brisa vespertina y de una buena cerveza a la luz del proyector cualquier película sabe mejor...

20 mayo 2010

La vida sigue (igual)

Atenas vuelve a paralizarse un día más por una nueva huelga generaloide. Y digo generaloide porque, si bien es cierto que hoy el país funciona a medio gas, el hecho es que sigue funcionando. La gran diferencia entre una huelga general en España y en Grecia (además de que a los españoles sólo parece movilizarnos un atentado o una ley antibotellón) es que aquí sólo la cumple a rajatabla el sector público. Las calles de Kukaki tenían hoy un ligero aire ocioso, más perezoso que festivo, pues el tráfico era pausado y agradable y aunque se notaba que había más gente disfrutando del buen tiempo en las terrazas de las cafeterías, todos los comercios y supermercados estaban abiertos.

Han pasado exactamente 15 días desde aquella otra manifestación teñida de humo y sangre, cuyas imágenes dieron la vuelta al mundo y aunque en el imaginario colectivo universal haya quedado la impresión de que la ciudad sigue en llamas (inciso: ardieron "solo" dos edificios en una ciudad de casi cinco millones de habitantes), la realidad es bien diferente. El griego medio hace frente como puede a la nueva situación económica, pero sigue viviendo, trabajando y disfrutando de un país que, aunque en apuros, sigue ofreciendo los frutos de tradiciones milenarias que, junto a sus miserias, compartimos todos los pueblos mediterráneos.

Anteayer un amigo me regaló el programa del Festival de verano de Atenas, que arranca el primero de junio con espectáculos que van desde Shakespeare a Tennessee Williams, del jazz al fado, de la fotografía al montaje audiovisual en quince recintos en Atenas y alrededores. Como colofón, Sófocles y Aristófanes (pero también un Cavafis musicalizado) en el Antiguo Teatro de Epidauro, de más de dos mil años de antigüedad. La economía son ciclos. Como la vida misma.

07 mayo 2010

Días históricos

Dakrygónα llaman los griegos a los gases lacrimógenos. Anoche cuando volvía del trabajo los respiré por primera vez, aunque afortunadamente se trataba sólo de los restos después de una nueva batalla campal en los alrededores del Parlamento: un cosquilleo que te sube por el tabique nasal, un ligero escozor de ojos... En las calles, de nuevo, papeleras arrancadas de cuajo, piedras y objetos varios esparcidos por todas partes y las céntricas y ruidosas avenidas completamente desiertas. Sólo había policía. Mucha policía. Como si hubieran declarado el toque de queda. "Vivimos días históricos", me dice una alumna, y lo cierto es que esta calma tensa, esta rarísima quietud en plena plaza de Síndagma, centro neurálgico del país, plaza que nunca duerme, con sus quioscos abiertos 24 horas, sus decenas de taxis haciendo guardia noche y día, lejos de tranquilizarte, te activa la adrenalina, te pone en estado de alerta... Como cuando se retira la marea justo antes del tsunami.

04 mayo 2010

Ante todo, salud

Se lo escuché ayer tarde camino del trabajo a un grupo de ancianos que se despedían así en la céntrica calle Vukurestíu, que en apenas doscientos metros concentra lujosas firmas como Prada, Louis Vuitton y Rolex. Eran tres viejecillos en total y por lo poco que pude escuchar de pasada me dio la impresión de que se despedían hasta el año que viene, como si fueran antiguos compañeros de universidad que se reúnen periódicamente desde hace cincuenta años...

Lo cierto es que me enterneció esta escena, especialmente en unos días en los que nadie en Grecia ni en el resto de Europa parece hablar de otra cosa que no sea  economía. Al ver despedirse a este grupito de ancianos en aquella calle del lujo en medio de un país que se precipita al abismo financiero con ese deseo (ingenuo, sí, pero sin duda también esencial), pensé qué no habrán vivido estos hombres otrora fuertes y sanos y ahora consumidos por el tiempo: probablemente fueran unos niños cuando los nazis ocuparon Grecia y en la colina de la Acrópolis ondeó la bandera con la cruz gamada; seguramente recordarán la guerra civil que sucedió a la Ocupación y los años de misera y hambre que después llevarían a la mitad de la población a emigrar a la capital; podrían contarnos cómo vivieron el golpe de Estado de abril de 1967 y la matanza del Politécnico años más tarde, que puso fin a la Dictadura de los Coroneles... Esta gente, hecha sin duda de otra pasta, no se amedrenta fácilmente por los titulares alarmistas y tendenciosos de los medios, porque quizás lo que se avecina no les parece nada comparado con las calamidades que han venido sufriendo a lo largo de sus vidas.

Se acercan años difíciles. Nadie lo niega, pero de momento la vida sigue en Grecia, como en cualquier otra parte del mundo. La gente se despierta cada mañana deseando que la jornada laboral le sea llevadera, los estudiantes van a sus clases cargados con sus libros y cuadernos, preocupados más por ese proyecto que tienen que entregar que por los spreads, el FMI y los bonos basura... La gente sigue enamorándose, yendo al teatro o al cine, riéndose con sus amigos, indignándose con los vertidos de crudo al mar, pidiendo por algún familiar enfermo mientras encienden velas en las minúsculas iglesias bizantinas, yéndose al campo a coger flores como manda la tradición el Primero de Mayo, desesperándose porque no termina de llegar el autobús, haciendo el amor...


 La vida sigue aquí, pese al apocalipsis mediático, más o menos como en Múnich o en Burgos, siempre y cuando no le fallen a uno las fuerzas... Así que, como ya nos tienen dicho, deseémonos, ante todo, mucha salud para vivir y superar otros tantos cataclismos financieros.

Vista de Atenas desde la Colina del Filopapo el 1º de Mayo. El reguero de humo proviene de algunos contenedores que quemaron los de siempre (antisistema). Esto es lo que yo "sufro" de los altercados con que se inician los telediarios...

29 marzo 2010

Kukaki o el Pequeño París ateniense

Que conste que lo del Pequeño París no lo digo yo, sino el semanario Athens Voice. Lo cierto es que se refería a la época dorada del barrio, allá por los ochenta, cuando en la zona se concentraba un imporante número de animadas tabernas y muchos artistas, músicos y actores griegos eligieron Kukaki para vivir. Hoy en día, es una zona residencial pero muy céntrica de la capital, que se extiende casi literalmente a los pies de la Acrópolis, entre la colina del Filopapo y la avenida de Singrú (Συγγρού), que une el centro con la costa.


Cada vez me gusta más este barrio. Puede que urbanísticamente sea caótico, con sus calles retorcidas y sus altísimos edificios de viviendas y que la media de edad roce la cuarentena, pero por otra parte es uno de los barrios donde se conservan más edificios neoclásicos en pintorescas callejuelas con aire de pueblo, lejos del ruido y el humo de los coches.

Kukaki es un barrio de contrastes. Conforme vamos ascendiendo en dirección a la Colina del Filopapo, las casas son cada vez más antiguas y más señoriales, los coches aparcados en sus puertas más modernos y caros y los naranjos se multiplican, impregnando de olor a azahar las primeras noches de la primavera.


Sin embargo, conforme bajamos y nos acercamos a la estación de metro Syngrou-Fix, en la transitadísima avenida, nos encontramos con la otra cara de la noche ateniense, locales de fiesta, (algunos de discutible reputación) y algún que otro travestí haciendo la calle... Pero la vida se desarrolla tranquila y segura aquí, dentro de esta pequeña burbuja donde reina un aire nostálgico, en ocasiones decadente, en la que el tiempo parece detenerse...

Edificio neoclásico en la parte alta del barrio
Vistas al SE: la luna sobre el monte Himeto

27 marzo 2010

Atenas ya huele a azahar

Me di cuenta, para mi mayúscula sorpresa, dando un paseo nocturno por el decadente barrio de Metaxuryío (Μεταξουργείο). Salíamos de ver Los amantes del Círculo Polar, última proyección de la Semana del Cine Español en la Filmoteca de Grecia. Nunca antes había callejeado por este barrio y lo cierto es que, pese al ruinoso estado de varios edificios y el aire a gueto de proscritos, alberga algunas pequeñas joyas, preciosos edificios neoclásicos, recónditas plazuelas que te sorprenden al doblar una esquina cualquiera... Todo ello, a estas horas de la madrugada, adquiere el aspecto de un decorado de ciudad fantasma. Al parecer es el último destino de artistas y bohemios, una tendencia que podría animar y revitalizar esta zona... Metaxuryío (léase a la española) significa "fábrica de seda". A mí el nombre me parece muy bonito. Un atisbo de belleza entre tanta dejadez y olvido.