09 septiembre 2010

Cereza y cemento

A veces la vida no deja de ser una tonta ironía sin sentido aparente. Esto pensaba el otro día al enterarme de la inminente publicación de un libro donde una adolescente que había pasado la mitad de su vida encerrada en casa de un viejo chiflado narra su calvario. El dinero todo lo puede y todo lo cambia. Imagino cuán diferente será su futuro de su horrible pasado. Lo mismo pensé cuando me enteré de que la policía había detenido en Madrid por conducir hebrio a un conocido profesor universitario. Tras hacer un poco de memoria, comprobé que se trataba del mismo profesor que hace unos pocos años había saltado a la fama por recibir una brutal paliza que casi acaba con su vida al acudir en defensa de una mujer que estaba siendo golpeada en plena calle. En mi memoria caché, aquel hombre había quedado clasificado como un héroe contemporáneo. Hoy, después de haber leído bien la noticia y enterado de la carrera política que sobrevino a aquella gesta heroica, aún más enaltecida por los medios, vuelvo a sospechar que los héroes ya no existen. 

Las personas, como la vida misma, somos la suma de nuestros contrastes. Hoy no eres nadie para el mundo y vives en condiciones infrahumanas y mañana saltas al estrellato de manos de los mass media y la industria editorial. Ayer eras un símbolo de gallardía y humanidad y hoy apareces ante el país como un mindundi irresponsable mascullando excusas patéticas. Esto y más pensaba hace un rato, asomado a mi balcón, mientras un precioso atardecer violeta acariciaba, de nuevo, el feo y gris horizonte ateniense... Contrastes abismales también los de este país a ratos miserable y a ratos fabuloso... Por eso hoy cambio el ocaso de cereza y cemento de la capital, por este otro de mar y ensueño, en la pequeña isla de Elafónisos, apenas unas semanas atrás. Quizá esto nos convenza de que aún quedan héroes por nacer.

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