¡Ay, de los vencidos!

La batalla ganada de la alianza y la guerra perdida de Grecia.
Artículo de Stelios Kouloglou en el núm. 280 de la revista Lifo (2/2/12).
Traducción: Miguelάκος. Versión original aquí.

Está en la naturaleza de los hombres y los pueblos el maltratar a los más débiles, a aquellos que se encuentran en el lugar más desfavorecido: los griegos a los inmigrantes albaneses, los albaneses a los paquistaníes, éstos a los afganos y así sucesivamente. La historia nos da miles de ejemplos de estados fuertes que hacen lo mismo, sobre todo cuando la parte débil ha perdido la guerra. ¡Ay, de los vencidos!, exclamó Breno, el líder de los galos, tras ocupar Roma, cuando los romanos se negaron a darle el oro que pedía para marcharse de la ciudad sagrada con sus tropas.

Similar fue el trato que recibió Alemania de los vencedores tras la I Guerra Mundial. La humillación nacional y la crisis económica y social por las medidas impuestas por los vencedores llevaron a Hitler al poder. En cambio, ahora que ganan la guerra económica con Europa en el epicentro, se comporta del mismo modo con los débiles de la eurozona, y especialmente con el país derrotado.

Grecia ha perdido la guerra y cuanto antes se dé cuenta, antes podrá sanar sus heridas y recomponerse. Por culpa de un sistema político corrupto e inútil, se encontró débil e indefensa cuando la guerra económica internacional estalló en 2008. Y los políticos que tomaron el mando a continuación para librar la batalla la condujeron a una humillante derrota y a la bancarrota.

La alianza de los vencedores, los europeos del norte, que durante la guerra acusa a los europeos del sur, y especialmente a los griegos, de ser vagos, incompetentes y corruptos, impuso medidas económicas que tenían como objetivo primordial asegurar sus bancos. Estas medidas, junto con la inutilidad proverbial de los gobernantes griegos para aplicar ciertas reformas que se deberían haber llevado a cabo hace años, pusieron al país de rodillas. Evidentemente los vencedores no tienen ninguna intención de aceptar que su receta era equivocada; es más, quieren aplicarla también en otros países donde sus bancos corren peligro. Acusan, pues, a los vencidos de ser incompetentes y de no poder apañárselas por sí solos, de ahí que necesiten un supervisor extranjero que los guíe.

Esto fue, más o menos, lo que condujo a la propuesta no oficial de Alemania de colocar un comisario que controlará las cuentas públicas del país y que tendrá derecho a veto en las decisiones del gobierno autóctono. A esta propuesta le acompañó otra exigencia aún más repugnante: que con los fondos que ingrese Grecia cumpla primero con sus prestamistas y sólo lo que sobre vaya a los griegos, aunque tengan que cerrar escuelas y hospitales o se mueran de hambre en las calles. Todo esto para que se firme el nuevo préstamo, que, junto con el PSI (la quita de la deuda griega), se supone que aliviará nuestras penurias.

La reacción que provocó en toda Europa el documento en cuestión, cuando se publicó, anula de momento la propuesta de la colocación de un comisario (extrañamente, no se comenta en absoluto el segundo punto, mucho más repugnante).  Con toda seguridad se firmarán la quita y el nuevo préstamo, para que no salte la eurozona por los aires. Sin embargo, en algún momento los vencedores deberán preguntarse si en el país vencido todo esto podría estar alimentando varios pequeños Hitler. Y aquellos vencidos que no hayan perdido la cabeza deberán pensar en el modo de evitar que algo así suceda.