29 junio 2010

A los pies de una roca

Hace poco me preguntaron por enésima vez qué me había traído a Atenas y volví a responder lo de siempre: lo mismo me pregunto yo casi todos los días. Esta respuesta, aparentemente una ocurrencia más de las mías e interpretada como tal por mi interlocutor, que suele echarse a reír, es, sin embargo, una verdad simple y desnuda. Y por más que me hago la pregunta, no logro dar con ninguna respuesta convincente. Atenas no es la joven promesa de Berlín ni la grandeur de París ni la ciudad de las oportunidades de Nueva York... Tampoco es la joya oriental de Estambul ni el caos de El Cairo ni el exotismo de Pekín... Y sin embargo a veces se parece un poquito a todas a la vez. No es Europa ni es Asia y quizá sea esa encrucijada milenaria, piedra angular de lo que somos hoy, la que hace de ella una ciudad con un aura mágica, decadente y embriagadora, lejos de la ostentación y la vanagloria de muchas de nuestras metrópolis contemporáneas...   Y todo esto a los pies de una Roca Sagrada. Que se dice pronto.


En la foto, la terraza del bar Bios y su impresionante vista. Puede que no sepa muy bien qué me ata a esta ciudad, pero en noches como esta solo sé que no podría estar en ningún otro lugar.

14 junio 2010

Nada es para siempre


Como si no lo supiéramos, pero hay días en que conviene recordarlo...
El verano ha hecho su entrada triunfal a principios de junio. De fondo, la creciente preocupación por el incierto futuro económico ya no sólo de los griegos, sino de todos los europeos. Para abstraerse un poco y sobre todo para relativizar, nada mejor que dejarse caer por el muy in bar Bios, en el centro de Atenas; no subiremos a su fabulosa terraza (de eso ya hablaremos otro día). Esta vez nos quedamos en la planta baja, pero sin quitar ojo a la calle. Durante algo más de una hora, y en el marco del Festival de Atenas, la vanguardista compañía de teatro Omada Blitz recrea con nosotros los últimos días del Mundo. A través de la cristalera del local y gracias a unos auriculares de frecuencia inalámbrica asistimos en directo a la gran debacle, que tiene lugar fuera, en la calle, convertida en un escenario infinito con el denso tráfico de vehículos y transeúntes que se cuelan sin saberlo en la función.  Indiferencia, miedo, euforia, incertidumbre, ingenuidad, amor, soledad, nieve y hasta una lluvia de pompas de jabón... Todos los sentimientos y sensaciones se suceden en apenas una hora, en que todo ocurre a un ritmo cada vez más vertiginoso, más impactante e hipnotizador, hasta tal punto que nos olvidamos por completo de todo, del endemoniado calor de la sala, de nuestras miserias cotidianas que en ese momento nos parecen tan nimias...
Nada es para siempre. Ni nuestras tremendas preocupaciones. Ni las noches de verano. Ni siquiera el Universo.

01 junio 2010

Cine bajo las estrellas

El verano ateniense se ha adelantado unas semanas, por suerte o por desgracia. Por desgracia, porque esta es una de las ciudades con menos espacios verdes de Europa y la canícula se sufre aquí especialmente. Por suerte, porque con las altas temperaturas, la ciudad se echa a la calle de la forma en que los pueblos del Sur llevan haciendo desde hace milenios. Un elemento básico de esta cultura de la calle, que afortunadamente aún pervive, son los cines de verano. Sólo de oídas puedo contar seis en el centro de Atenas. Personalmente, a mí los cines de verano me evocan mi infancia... Anoche inauguré no sólo la temporada cinematográfica estival, sino (casi literalmente) también la nueva azotea de la Filmoteca Nacional. La excusa: L'uomo che ama, producción italiana (donde actuaba también nuestra Marisa Paredes). No es la mejor película que he visto últimamente, pero en líneas generales me gustó. Claro que allí arriba, aún más cerca del cielo sin estrellas de la Polis, disfrutando de la brisa vespertina y de una buena cerveza a la luz del proyector cualquier película sabe mejor...