26 septiembre 2012

¡Ya somos Grecia!

La bandera española frente al Parlamento griego en mayo de 2011
Es lo primero que se me vino a la cabeza esta mañana cuando vi, con los ojos a medio abrir y café en mano, las imágenes de la protesta de ayer frente al Congreso de los Diputados. Un intento de cerco similar tuvo lugar el pasado mes de febrero en torno al Parlamento de Atenas, con idéntico resultado: fuerte represión policial, aparición en escena de violentos encapuchados, "baile" de cifras en cuanto al número de manifestantes según la fuente, teorías conspiratorias en torno a la identidad de esos encapuchados (¿antisistema o infiltrados policiales?), efecto silenciador de muchos medios, según el credo o el lobby al que pertenecen. Ya somos Grecia. Afortunadamente. Al menos, ahora es evidente e innegable. Las cortinas de humo vertidas con profusión como un gas somnífero sobre nuestros cerebros por gobiernos, políticos y muchos medios de comunicación durante los últimos dos años se han esfumado al fin. Estamos juntos en esto. Griegos, portugueses, italianos, españoles... Cada uno con sus pecados y sus vicios, pero todos en el mismo pozo. No descartemos que se sume alguien más. Y siempre clases medias, claro. 

Sé que la afirmación "ya somos Grecia" asusta, y precisamente por ello hay que gritarla: para que se convierta en un revulsivo que nos despierte del letargo, de una vez por todas. Porque no nos convertimos en Grecia ayer. Ya éramos Grecia cuando el anterior gobierno recortó los sueldos a los funcionarios (migajas frente al despilfarro obsceno del Estado) y subió el IVA por primera vez. Ya éramos Grecia cuando las urnas entregaron las llaves del reino a un endiosado PP (como en su día hicieran los griegos con el Pasok) para entregarlas, a su vez, a Europa, a Alemania, a los mercados... Ya éramos Grecia cuando se suprimió la paga extra a los funcionarios (pero no a la clase dirigente). Pasito a pasito hemos seguido su senda. La única diferencia es que antes estábamos divididos y ahora no. Y 10 millones de griegos no hacen tanto ruido como 45 de españoles.

La unión hace la fuerza. Ha llegado la hora de tomar las calles y rodear todos los parlamentos, ya sea en Madrid, Atenas o Lisboa. Estamos juntos en esto. Sólo así puede que consigamos frenar esta sangría.

17 septiembre 2012

Dos hermanos

Descubrí a los hermanos Kalogerakis una noche de verano en Iraklio, la capital de Creta. Buscaba la tumba de Kazantzakis cuando de pronto reparé en un túnel que se adentraba en la gruesa muralla veneciana. Una vez atravesado, salí al foso que separaba el muro exterior del interior. Ante mí, un pequeño escenario y un centenar de sillas dispuestas en semicírculo. Consulté entonces uno de los programas de mano que encontré sobre una mesa: los hermanos Michalis y Pantelís Kalogerakis, musicalizan poemas de varios poetas griegos (aunque también hay hueco para Neruda y Kundera), bajo el nombre artístico "Ta adelfia Tade", que podríamos traducir como Los hermanos De Tal.

Al poco de tomar asiento comienza la función. En escena, los dos hermanos, estudiantes universitarios, una guitarra, una flauta melódica, un laúd  y un atril, donde un chico que no llega a la veintena recita los poemas que a continuación se licúan en notas musicales. Un piano cobra vida de tanto en tanto bajo los dedos virtuosos de una chica. La música y las voces líricas y potentes de los muchachos llenan la noche sin más artificio que la piedra vieja del bastión y una luna a medio llenar que aja el raso negro del cielo.

Viendo a estos jóvenes brillantes, frescos y sensibles, pero también divertidos, espontáneos y, en el buen sentido de la palabra, pícaros, recobro por momentos la fe en la generación venidera, esa que tendrá que enmendar los entuertos heredados de las anteriores y la convicción de que, aun en la más absoluta oscuridad a la que nos abocamos, seguirán brillando unos pocos rayos de luz que iluminarán el cielo, por muy profundo que sea el pozo en que nos encontremos.

Rizítiko, tipo de canción tradicional de las montañas de Creta occidental.
Laúd y voz: Michalis Kalogerakis
Iraklio, 24/08/12.
 
"El amor exige sensatez, exige humildad,
exige paso de liebre y rapidez de halcón.
Cuando pases con muchos, haz que no lo ves 
y cuando pases solo, arrebátale un dulce beso.
Y cuando te pregunten cómo lo pasas, 
sobre el amor has de decir:
lo paso bien cuando vengo, 
lo paso mal cuando me voy."





09 septiembre 2012

Riña de gatos

Iraklio no es lo que se dice una ciudad bonita. Sobredimensionada por su estatus de capital administrativa de Creta, la parte moderna de la ciudad, que recuerda a la peor Atenas, ha fagocitado su elegante casco histórico, legado en su mayoría por los venecianos. Con todo, Iraklio sigue siendo un mal necesario, una base estratégica de entrada y salida de la isla y un campamento base sin par para plantarse en Knosós, el corazón de la civilización minoica, a primera hora de la mañana, antes de que las hordas de turistas profanen el lugar, que el sol impenitente irá arrasando conforme pasan las horas.

02 septiembre 2012

Epílogo del verano

Domingo soleado de septiembre. El centro histórico de Atenas rezuma vida gracias a un tropel de turistas que, recién desembarcados de sus cruceros, pasean por las calles, entran y salen de las tiendas de souvenirs y comen y beben en las terrazas de cafés y tabernas. El tiempo, una delicia: un cielo de azul impoluto se extiende sobre los tejados de los edificios y las copas de los árboles, que se mueven con parsimonia a merced de una brisa fresca e incesante. Me siento en un café en una agradable plazuela cerca de Monastiraki, el kilómetro cero del turismo de la ciudad. Esta Atenas del turista es ciertamente sólo una pieza de un gran rompecabezas, pero no por ello se reduce a un espejismo para turistas. Es más, cuando los atenienses empiezan a despotricar sin piedad de su propia ciudad, siempre les digo que su visión variaría considerablemente si incorporaran un poco de esa Atenas turística a su día a día. Así, por ejemplo, hoy me he sentado en un café que podríamos considerar bastante turístico por su ubicación y del que hasta ahora siempre había pasado de largo. En verdad, como me temía, la diferencia entre la calidad y el precio del café es más acusada que en las cafeterías que suelo frecuentar. Sin embargo, el emplazamiento sigue siendo óptimo y por primera vez reparo en la plaza llena de árboles de hojas de verde intenso (rara avis en el centro moderno), las elegantes terrazas de los locales colindantes y la ausencia casi absoluta de cualquier ruido de tráfico. La plaza, lejos de ser bulliciosa, es testigo de un goteo incesante de viandantes: turistas "armados" con cámaras profesionales, trípode y teleobjetivo al hombro, parejas cogidas del brazo, grupos de amigos en su salida dominical. Extranjeros y griegos.

Es el epílogo del verano, una tregua en plena adaptación al entorno urbano, una pequeña prórroga de la despreocupación estival que acompaña a las vacaciones. Sé que el invierno acecha, que se acercan tiempos difíciles e intento no dejarme embaucar por estos cantos de sirena, pero el mantener la guardia no implica necesariamente negar la parte positiva y los placeres cotidianos del momento que vivimos, que siguen siendo muchos e intensos. Porque sería de necios obcecarse en lo mal que están las cosas y lo que te rondaré morena, desperdiciando estos filones de energía y vitalidad de la que habremos de nutrirnos durante los días y las noches del invierno duro que nos espera.