24 diciembre 2011

La última Navidad

Nunca he comprendido a aquellas personas que están en contra de la Navidad. Para los cristianos convencidos, ésta sigue siendo una fiesta cargada de un significado profundo. Por otra parte, para aquellos que han abandonado el cristianismo convencional para abrazar el consumismo como único bastión en una vida sin dimensión metafísica es la época perfecta para lanzarse sin rémoras a un consumo desaforado. Para los que viven lejos de su tierra es una garantía de reencuentro y para los que tienen niños a su alrededor, una oportunidad única de revivir la inocencia y la emotividad de la infancia.

No consigo entender cómo a alguien le puede sentar mal que exista una tregua anual en nuestra vida cotidiana, con sus lujos y miserias, para romper la monotonía, reencontrarse con familiares y amigos, zafarse de la tiranía de la estética y entregarse a los placeres gastronómicos en mitad de un ambiente festivo y despreocupado. Porque, ante todo, para mí la Navidad es eso: poner los pies en polvorosa, colgar el cartel de Cerrado por Vaciones durante unos días, sin ningún tipo de remordimientos y sin que nadie pueda recriminártelo. En Navidad, como en agosto, los telediarios se despojan de la mitad de las noticias desagradables, prueba inequívoca de que la mayoría de nuestras miserias cotidianas son provocadas por el hombre, que en esas fechas se encuentra fuera de juego, ya sea viendo el cielo desde una hamaca en un paraíso lejano o dedicando a sus pequeños el tiempo y la atención que probablemente no reciben en ninguna otra época del año.

De sobra conozco el lado negativo de estas fechas, el vano afán de aparentar ser feliz por imperativo tradicional, el derroche irracional y desmedido en cenas y reuniones, loterías  y cabalgatas, pero esto no deja de ser el resultado de una malversación del espíritu de la fiesta. Este año, en que los griegos no están para juergas, el ánimo navideño es más necesario que nunca. A pesar del ambiente triste y lánguido que los mayores propagan por todas partes, los niños vuelven a esbozar sus enormes sonrisas para caldear las frías calles, que se han llenado tímidamente de luces, mercadillos, bazares benéficos y demás atracciones. No se me ocurre un momento mejor para reivindicar otra vez los efectos beneficiosos de la Navidad, ya no porque sea la excusa para animarse en una época dura y gris, sino porque, a juzgar por el cariz que están tomando los acontecimientos, puede que ésta sea la última Navidad tal y como la conocemos.

 Felices Fiestas.
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