19 diciembre 2011

Al pan, pan... y a los higos, higos

Grafiti en la pared de una casa abandonada en el centro.
Una de las enseñanzas que más recuerdo de mi entrañable profesora de Filosofía de COU es la de la idea de progreso unida a la posibilidad de regreso. Dicho de otro modo, que no siempre el progreso es bueno, que a veces se dan pasos en falso en nombre de un supuesto progreso que en verdad no es tal. Tras dos años viviendo en el extranjero, me viene este planteamiento filosófico a la memoria de vez en cuando, al conocer ciertas noticias o nuevas tendencias de la madre patria. Una de las cosas que observo con mayor preocupación es la propagación y posterior implantación de esa moralina de lo "políticamente correcto" importada de EE.UU., a menudo aplicada a los fenómenos equivocados. Ejemplo: como no fumador, pero ante todo como ciudadano con conciencia cívica, me alegra muchísimo ver cómo se ha implantado la ley anti-tabaco en los bares y restaurantes españoles (en Grecia, la causa está más que perdida). Sin embargo, no puedo evitar sentir estupor y un poquito de vergüenza ajena, al leer noticias como la que publicaba hace unos días El País sobre la condena a la TVG gallega porque en una escena de una serie había una máquina de tabaco con un reclamo publicitario. Entiendo que hacer publicidad subliminal del tabaco a estas alturas sea inapropiado y, sí, reprobable. Lo que me preocupa es la parte de la sentencia en que se afirma que la presencia de esa máquina era innecesaria para recrear el interior de un bar.

Esta afirmación, que per se coquetea peligrosamente con la censura, me recuerda a aquella otra noticia (a la que no daba crédito) de la denuncia de la DGT a una productora de cine porque los protagonistas iban en moto y sin casco... ¡en el cartel de la película! Es como si los hijos de la era audiovisual se hubieran idiotizado por completo (cuando cabría esperar lo contrario) y no supieran distinguir entre ficción y realidad. Dentro de poco, veremos cómo la Metro-Goldwyn-Mayer tendrá que pagar una multa ejemplar porque Thelma y Louise, que, como es sabido, no se abrocharon un cinturón en la vida, conducían de forma temeraria. Del mismo modo, se podrían pedir suculentas indemnizaciones a los herederos de la Hayworth por ese sensual baile pitillo en mano en Gilda, que llevó a miles de féminas a identificar la sensualidad con el tabaco. O si de lo que se trata es de censurar todo aquello que desagrada e incomoda a las élites del sistema (con la coartada siempre de la protección y el bien común) podríamos cercenar párrafos (¡libros enteros!) de la literatura universal, desde el realismo sórdido de Bukowski al cinismo (en el sentido ortodoxo del término) con que Galdós nos narró la miseria de la clase trabajadora bajo el yugo del capitalismo que (¡horror!) un siglo más tarde de nuevo parece estar vigente.

Una ventaja de vivir en un país supuestamente más atrasado que el propio es que ridículos remilgos de este corte aún no han cuajado del todo en la sociedad, que sigue llamando a los higos, higos, como reza la variante griega del refrán. Por ello no puedo evitar que me dé la risa cada vez que leo este tipo de noticias en la prensa española. Sin embargo, bajo la sorna yace el miedo, pues tras toda esta propaganda se esconde una mentalidad cada vez más conservadora, impositiva e hipócrita, como la que reina no sólo en EE.UU., sino en media Europa, que se escandaliza de ver un pezón en televisión, pero devora insaciable escenas de violencia y muerte, ya no en el cine, sino en el riguroso directo de los informativos, como si todo lo que sucede lejos del rancho de uno entrara también en el cajón de la ficción.

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