09 enero 2012

Los placeres del regreso

Comentaba hace algún tiempo un amigo que la inmigración, ya sea por gusto o por necesidad, habría de hacerse siempre con el objetivo de mejorar las condiciones de que se disfruta en el propio país. Debo reconocer que estoy de acuerdo con esta afirmación sólo en parte, o con algunas cautelas, pues lo de las "condiciones" o la "calidad de vida" es tan relativo y poco objetivable que a menudo no se corresponde lo comúnmente entendido con el juicio libre de cada cual. Un par de posts atrás ya hice alusión a las dificultades que entraña la permanencia (libre y disfrutada, además) de un extranjero en la Grecia de la bancarrota, así que no me gustaría repetirme. Sin embargo, ahora que cambiamos de año y hacemos balances de todo tipo, quiero exponer aquí una serie de inconmensurables placeres que no sólo hacen mi día a día en la cuna de la (in)civilización más llevadero, sino que además lo dotan de sentido. Se trata, pues, de una pequeña muestra de pequeños caprichos cotidianos que he recuperado gracias a la migración a este rinconcito del planeta por el que el alabado Progreso decidió pasar de largo... al menos de momento.

Me entrego al hedonismo de los sentidos cada viernes por la mañana, cuando las calles de mi barrio se inundan de frutas, verduras, especias y semillas recién traídas desde la fértil huerta mediterránea al corazón de la metrópolis de asfalto. Bendigo la suerte de un pueblo que aún puede comer tomates con sabor a tomate y no a plástico invernadero, que aún puede tocar, sopesar e incluso probar la fruta antes de comprarla, que no necesita coger el metro o el autobús para ir al carísimo mercado semanal de ningún barrio trendy para poder ver de cerca cómo son de verdad los productos de la tierra, porque una vez a la semana sin excepción los productos agrícolas invaden las calles del vecindario, vivan donde vivan.

Viajo por un instante a mi infancia gracias al intenso olor a quesos y embutidos de mi supermercado de barrio, idéntico al olor de la tienda de pueblo donde mi madre solía comprar cuando yo era niño. Me engatusan  los enormes bloques de fiambre dispuestos geométricamente tras el mostrador y la abundancia de todo tipo de quesos (de los que Grecia es el primer consumidor a nivel mundial). Disfruto eligiendo cada vez un sabor nuevo, con el sabio consejo del tendero, que corta con precisión y envuelve con maña la cantidad exacta que decido llevarme a casa.

Levito de felicidad cuando me acerco a la panadería de la esquina, donde me aguarda ya no sólo una amplia gama de excelente pan horneado la noche anterior en la misma recámara del establecimiento, sino además un sinfín de productos caseros, desde las archiconocidas empanadas griegas hasta galletas y bollos, con el sabor del horno de pueblo... pero en pleno centro de Atenas.


Me entretiene la siempre fastidiosa tarea de buscar casa, pues además de la prensa o Internet aquí aún se estila el clásico cartel amarillo con un "Se Vende" o "Se alquila" en la puerta o en las inmediaciones del inmueble en cuestión. Así, basta con dar un agradable paseo por la zona que te interesa para ver qué hay disponible a la vez que se vive y se participa de la vida del barrio en tiempo real. Sí, sí, ya sé que ahora por obra y gracia de Google uno puede ver qué se va a encontrar a dos metros de cualquier portal, pero esto no deja de ser como quien compara chatear en un sitio de contactos con el ligoteo frente a frente en la barra de un bar. Y puede que el Progreso nos dé tomates en enero y nos lleve de viaje sin levantarnos del sofá, pero todo esto no es más que un sucedáneo y es bien sabido que la copia difícilmente supera el original.

3 comentarios:

  1. todo se ha dicho muy bien como siempre! bienvenido a atenas de nuevo!

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  2. Casi podía oler los tomates :-) qué envidia, Migue! aprovecha, tú que puedes... Rasinka

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  3. ¡Muchas gracias! Rasinka, pues ya sabes por dónde te tienes que dejar caer este verano ;-)

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