18 enero 2012

Cuando la historia se repite

Gélida noche de lunes. Contra todo pronóstico, el aforo de la sala número diez de los multicines StarCity, en la avenida Syngroú, está casi completo. El precio de una entrada de cine en Atenas ronda los nueve euros, así que este ha sido uno de los extras que el ciudadano medio ha optado por cortar casi de raíz. No obstante, hoy la sala rezuma vida gracias a las palomitas, los refrescos y el murmullo de los cientos de espectadores que se acomodan para ver cómo la mítica Meryl Streep se metamorfosea en Margaret Thatcher. 

Indudablemente la mayoría de ellos se encuentra allí por la Streep más que por la Thatcher, que no deja de ser un personaje ajeno a la sociedad y la historia de este país. Esto se confirma al término de la película, cuando me dispongo a sacar de dudas a mis acompañantes sobre algunos de los temas que trata la película (la Guerra de las Malvinas, el fallido atentado del IRA), no porque sepa mucho más del tema que ellos, sino porque, como español y por motivos obvios, estos asuntos me son más familiares. Quizá por eso no les agradase demasiado la película, a pesar de la magnífica interpretación protagonista, pues cuenta ante todo la historia de una mujer, no la un personaje político (de ahí que sepa sortear con elegancia determinados asuntos espinosos). ¿Cómo puede interesar la persona que hay debajo del disfraz de presidente, si apenas se sabe nada de lo que ese presidente hizo?

A mí la película me gustó, aunque es cierto que a ratos se hace un pelín pesada. Me gustó, amén de la fotografía, el vestuario y la sorprendente caracterización de Meryl Streep y su perfectly British accent (¡gracias a Zeus que aquí no hay doblaje!), que varias escenas de la película que mostraban la Inglaterra de principios de los ochenta fueran idénticas a las de la Grecia (y cía.) del XXI: desempleo y subida de impuestos, huelgas y violentas manifestaciones, desahucios y desesperación...

La película no entra al trapo de aprobar o reprobar la gestión de Thatcher, sino que perfila su lado más íntimo, tanto en lo profesional como en lo personal, e independientemente del balance de sus once años en el poder, pretende dejar claro al espectador que se encuentra ante una gran estadista, que en un momento dado afirma algo así como que a los políticos de hoy (o sea, ¡de ayer!) no les preocupa las acciones que deben acometer, sino cómo pueden cambiar su imagen dichas acciones. Inevitables las comparaciones con nuestros actuales títeres (alias "tecnócratas") y sus secuaces en mareas aún más agitadas e inevitable también sentir, cuanto menos, vértigo...

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