25 enero 2013

Descarrilamientos

Viernes, veinticinco de enero, cuatro de la mañana. Los MAT, los agentes antidisturbios de la policía, irrumpen en las cocheras del Metro, en el barrio de Sepolia, poniendo fin al encierro de los trabajadores de la empresa de transportes. Horas antes, el Gobierno ha ordenado la "movilización" del personal laboral, cuya desobediencia puede resultar en despido o, incluso, cárcel. La respuesta no se hace esperar: los huelguistas no solo se niegan a volver al trabajo, sino que el resto de transportes urbanos de Atenas (autobuses, trolebuses, tranvías, ferrocarril y cercanías) se retiran también en señal de protesta y solidaridad con los compañeros del metro. Resultado: tras ocho días de huelga ininterrumpida de metro (algunos de ellos, con huelga o paros en los otros medios), Atenas amanece hoy sin ningún transporte público en funcionamiento. 


¿A qué se debe esta huelga salvaje y encubierta del metro? ¿Qué reivindican los trabajadores? En pocas palabras, se oponen a su inclusión en lo que podríamos denominar "nómina única" (ενιαίο μισθολόγιο), un marco común de retribución para todos los empleados del sector público (desde profesores hasta administrativos). Evidentemente, estos ajustes en la retribución se hacen a la baja y de forma horizontal, dando lugar a un sistema de retribución más precario e injusto. 

Mientras tanto, en la calle, los ciudadanos se dividen.  Por un lado, están los que ven en esta huelga de duración sin precedentes el principio de la resistencia que hace tiempo debería haber opuesto el pueblo griego ante los atropellos de los sucesivos gobiernos en nombre de la Troika. Si los trabajadores logran poner freno a esta reforma, será una primera victoria, que dotaría de mucha más fuerza al resto de trabajadores públicos y, en última instancia, también a los del sector privado (cuyos sueldos se han visto reducidos en torno al 20% desde la aprobación del segundo rescate, en febrero de 2012). Por la red circulan todo tipo de reflexiones al respecto. Me quedo con esta que dice: "el tema aquí no es que los demás cobren menos, como tú, sino encontrar la forma de volver a cobrar más, de recuperar tu estatus salarial, de recobrar tus derechos laborales violados... No que los pierdan también los demás".

Por otra parte, son muchos los que no apoyan esta huelga que sufren día tras día en carne propia, como usuarios del transporte público. Muchos tachan a los trabajadores del metro de "acomodados", los acusan de haber entrado en el sector público no por méritos, sino por enchufe (la última ola de contratación masiva fue durante la precampaña electoral de 2009) y de cobrar sueldos muy superiores al del ciudadano medio, lo que desacredita sus reivindicaciones. Ambas posturas, a favor y en contra de la huelga, son cada vez más enconadas.

¿Quién lleva razón en esta historia? ¿Cuál es la solución? Debo reconocer que, cuanto más lo pienso, más difícil me parece y mi postura inicial, más bien en contra de la huelga encubierta (la mayoría recurre a días de permiso o falsas bajas por enfermedad, para no perder días de sueldo), se va matizando conforme pasan los días. Esta es, sin duda, una muestra más de la descomposición del Estado y la sociedad griega, como resultado de los rescates que sólo rescatan el capital de los poderosos. En una población con un paro galopante (a la cabeza de Europa tras superar a España hace unos meses) y una precariedad laboral con metástasis (la reducción salarial es en torno al 30% en ambos sectores, público y privado), es inevitable que los trabajadores del Metro, así como de otros servicios públicos, lejos de inspirar solidaridad, despierten la desconfianza y antipatía de sus conciudadanos. Después de todo, ellos participaron, a su manera, de la orgía presupuestaria de los sucesivos gobiernos griegos que han llevado al país al borde del abismo.

Por otra parte, los huelguistas no parecen conectar con los usuarios, anuncian sus huelgas con poquísima o ninguna antelación y no exponen los motivos de sus protestas, con lo que la mayoría de la población no sabe realmente cuáles son exactamente sus reivindicaciones. Falta, como en la sociedad griega en general, el sentimiento de unidad, de colectividad, ese que dice que la victoria de un trabajador hoy puede ser la de todos mañana. Al contrario, se tiene la impresión de que aquí cada cual defiende su interés, aunque este vaya en contra del interés del prójimo, y que cada palo aguante su vela. Para muchos los trabajadores del metro miran por conservar su estatus laboral privilegiado, pero esto no incidirá en modo alguno en el del resto de los trabajadores.

Y luego está la Ley. ¿Qué Ley? En un país donde el gobierno ha pisoteado leyes y derechos en beneficio siempre del más fuerte. Tras la intervención policial en nombre de la Ley, hay un gobierno deslegitimado de facto por la inmensa mayoría de la población. Un gobierno (este y sus anteriores, todos pro-Troika) gracias al cual, ocho de cada diez griegos no tiene calefacción este año, el salario mínimo apenas roza los 500€, el IVA se ha disparado al 23%, las pensiones se  han derrumbado... y un largo etcétera. Es lógico que la intervención policial y la movilización no sean medidas muy populares entre la población. 

Mientras tanto, los trabajadores del metro convocan una marcha de protesta este mediodía a la que invitan a unirse a la población general como muestra de solidaridad. Quizá deberíamos darles un voto de confianza a este grupo de contestatarios que, ahora sí, está arriesgando su puesto por desobediencia civil a la movilización decretada por el gobierno. ¿Podría ser este el principio del fin de los abusos y atropellos en nombre de la plutocracia? ¿Podría ser el principio del principio de la resistencia del pueblo griego? ¿Puede comenzar la revolución por un grupo de trabajadores, donde la meritocracia brilla por su ausencia y constituye una muestra más de un Estado clientelar putrefacto? Sería una contradicción, sin duda. Y sin embargo, la Historia está llena de ellas.

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