22 enero 2013

Nada bajo tierra

Entrada a la estación 'Akropoli'
Martes, veintidós de enero. Una vez más el tiempo, casi primaveral, parece haberse apiadado de la suerte de los atenienses, que afrontan otra jornada, la sexta consecutiva, sin servicio alguno en la red de metro. Bien es sabido que en lo que a huelgas se refiere, Grecia es un país peculiar. Cuando en televisión se nos bombardea con la enésima huelga general en lo que va de año (el que sea), se suele obviar el detalle de que, en realidad, los paros afectan casi exclusivamente al sector público y que los sufridos trabajadores del sector privado acuden en masa a sus trabajos como un día cualquiera (lo que denota el enorme fracaso sindical de este país). Por otra parte, aquí el concepto de "servicios mínimos" brilla por su ausencia y, por lo general, cuando los trabajadores del sector público se ponen en huelga, especialmente en el sector transportes, no se mueve ni una hoja y, una vez más, los sufridos trabajadores del sector privado tienen que hacer el pino con las orejas para poder acudir a su puesto de trabajo. Y así, mes tras mes, año tras año. Porque los últimos dos años raro es el mes que no hay aunque sea un día de huelga en alguno de los medios de transporte urbanos.


Entrada a la estación 'Syntagma'
Si tenemos en cuenta lo anterior más el hecho de que un importantísimo porcentaje de esos trabajadores del servicio público consiguieron su puesto de trabajo por vías poco transparentes (creo que les sonará eso del Estado clientelista), a nadie extraña que a un porcentaje cada vez mayor de la población se le esté acabando la paciencia y se le atraganten las interminables huelgas de transportes de la capital. Está claro que los trabajadores del metro, como los de cualquier otra empresa, ya sea pública o privada, tienen derecho a defender sus intereses y a resisitirse ante cualquier decisión que revierta negativamente en sus condiciones laborales, pero tomar al resto de la población como rehén no deja de ser injusto y rastrero. Injusto, porque se aprovechan de su situación de poder, al trabajar en un sector clave para la actividad cotidiana de la ciudad, haciendo huelgas salvajes que en otros sectores no se darían, por no jugar ese rol esencial. Rastrero, porque, aun siendo empleados de un sector privilegiado en comparación con el currito medio en cualquier empresa privada, crean gravísimos contratiempos a los demás trabajadores, tanto a aquellos que se las ven y se las desean para poder llegar a sus trabajos a tiempo, como a los comerciantes y hosteleros del centro, que queda medio necrosado cada vez que se bloquean las vías de acceso por culpa de los paros del transporte.

Para poner la guinda al pastel, ayer nos enteramos de que, de los 1300 trabajadores del metro de Atenas, apenas 200 se han declarado en huelga, mientras que el resto del personal ha recurrido a días de permiso o incluso bajas por enfermedad para no acudir a sus puestos de trabajo. En pocas palabras, que a pesar de estos seis días de paro absoluto en las vías del metro ateniense, casi todos sus trabajadores cobrarán sus sueldos íntegros a final de mes, como si hubieran trabajado. Y aquí no ha pasado nada. Y mucho menos el metro. Por supuesto.
Paradas abarrotadas, autobuses a rebosar, en otro día más sin metro

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