26 octubre 2011

Esos héroes cotidianos

Lo veo muchas mañanas asomado al balcón, en pijama, con la cabeza gacha, en apariencia distraído, pero a la vez muy atento a cuanto acontece en las gastadas aceras o sobre el maltrecho asfalto de la calle. Tiene el pelo cano y, como cabría esperar en un hombre de su edad, algunos claros. No sé nada de él, ni cómo se llama ni si vive solo ni si tiene familia ni si está enfermo. A veces juego a imaginar qué estará sintiendo al contemplar este horizonte urbano de hormigón y acero, seguramente tan diferente al de su niñez en algún pueblo hermoso del interior, lleno de naturaleza y de vida, pero también de pobreza y penurias... y me invade una ligera tristeza.

Pero ayer por la mañana, cuando abrí la ventana, no me lo encontré en su balcón, sino abajo, en la calle, trajeado como un señor, recogiendo y ordenando los montones de basura que rebosan del contenedor que corresponde a su edificio. La salvaje huelga de recogida de basuras ha convertido Atenas en un basurero tan descomunal que, aun una semana después de haberse restablecido el servicio, la mayor parte de los contenedores siguen enterrados en la porquería. La gran mayoría de los vecinos, en lugar de almacenar sus deshechos en sus balcones como buenamente puedan a la espera de que la situación vuelva a la normalidad, han preferido echarlos a la calle, colaborando así al colapso de muchas aceras y a la atmósfera literalmente nauseabunda de sus barrios. Por eso me emocionó ver a este hombre anciano, vestido como el señor que demuestra ser, recolocando con pulso firme y sin ningún tipo de vergüenza ni remilgo la basura que sus vecinos (la mayoría jóvenes) aventaban desde hacía semanas sin preocuparles que estuvieran alimentando un foco de infecciones y enfermedades a un metro de su propio portal. Después, lo veo enjuagarse bien las manos con agua, antes de coger cepillo y recogedor para hacer lo que debería hacer el Ayuntamiento: barrer la acera. 

Esta mañana vi que había colocado en su balcón la bandera blanquiazul, como harán tantos otros, con motivo de la Fiesta Nacional, el día 28 de octubre. Parece difícil que tal y como está el patio alguien pueda sentirse orgulloso de nada en este país y, sin embargo, yo me siento orgulloso de vivir enfrente de uno de esos héroes cotidianos, un héroe anónimo, como son los héroes de verdad, sin medallas ni galones, que representa no sólo un atisbo de civismo y de sentido común en mitad de la selva metropolitana, sino además un rayo de esperanza entre los densos nubarrones que cubren el futuro de esta tierra.

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