06 noviembre 2011

Yorgos y el lobo

Lo acontecido esta semana que termina en Grecia ha sido sencillamente delirante.

Durante el largo fin de semana que la precedió con motivo de la fiesta nacional del 28 de octubre, en las calles de Atenas se respiraba un aire festivo y despreocupado (rara avis en los tiempos del FMI), imbuido tal vez por el acuerdo alcanzado el día anterior en Bruselas, que suponía la quita del 50% de la deuda pública, y a pesar de no haberse leído aún la letra pequeña que exponía los nuevos sacrificios que ello implicaba.
Así pues, el inesperado anuncio del presidente Papandréu sobre la celebración de una consulta para que el pueblo refrendara lo que tres días antes él mismo había calificado de "solución definitiva" cayó como una bomba en el café de desperezamiento del lunes. La paranoia nacional, en progresión geométrica durante los últimos meses, llegaba así a niveles críticos: los ciudadanos griegos, incluso aquellos que desde el principio se han mostrado radicalmente en contra de la troika, del Gobierno y del pago de la deuda, veían por primera vez las orejas al lobo tan de cerca que ahora que parecía haber llegado el momento de dictar sentencia fueron presas del pánico.

Cierto es que el referéndum de Papandréu, que ahora ha demostrado ser un farol, suponía un chantaje al pueblo griego, amén de una incoherencia mayúscula, después de año y medio defendiendo a capa y espada el "rescate" de Grecia y la desorbitada factura que los ciudadanos están pagando por ello. A estas alturas, como afirmó con el desparpajo que la caracteriza la diputada comunista Liana Kaneli en el Channel 4 británico, los griegos interpretaban la pregunta del referéndum como un ¿preferís morir o preferís que os maten? Al margen de todas estas intrigas palaciegas y cotilleos de pasillos parlamentarios, el griego miedo sigue en un limbo de precariedad, angustia y desesperanza, al que esta semana se ha sumado el vértigo provocado por esta caída libre que ha durado cinco días con sus cinco noches...

En pocas palabras: el señor Papandréu, muy probablemente movido por oscuros intereses personales, le ha regalado al pueblo griego una semana de (aún más) angustia y ansiedad gratuitas para volver, en esencia, al punto de partida de hace una semana y a la tónica de su discurso, en que desde hace dos años viene justificando las brutales medidas adoptadas por su Gobierno: ¡que viene el lobo, que viene el lobo...! Y como en el musical cuento de Prokófiev, no es de extrañar que cuando de verdad esté aquí, ya no quede nadie en Grecia que se lo crea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario