08 octubre 2011

El amor en los tiempos del caos

Nena y Pavlos son dos jóvenes comunes y corrientes. Él tiene un puesto administrativo en una empresa. Ella es enfermera en un hospital de El Pireo. Él vio cómo el local donde trabajaba a media jornada para sacar unos ingresos extra cerró la pasada primavera por una mala gestión del negocio. Ella se ve obligada a desempeñar día tras día su trabajo en unas condiciones cada vez más precarias. Ambos son griegos pónticos, descendientes de la antiquísima comunidad helena que durante siglos estuvo asentada en el litoral meridional del Mar Negro. El sábado decidieron unir sus vidas en santo matrimonio, siguiendo las pintorescas y entrañables tradiciones milenarias de su pueblo en una Atenas cada vez más inhumana, a la cabeza de un país que se asfixia lentamente entre el gas letal de los mercados (ese Todopoderoso sin rostro) y los gases lacrimógenos con que el establishment pretende aniquilar cualquier oposición por parte de un pueblo que agoniza.


Kostas tiene 28 años y trabaja como diseñador gráfico en una agencia de publicidad. Me llama el domingo a media tarde para tomar un café de consolación, pues acaba de salir de una cita frustrada. Apostado en la barra de una cafetería en una entrañable y recóndita placeta del centro se lamenta de su mala racha en los asuntos del corazón y busca consuelo en un semidulce espumoso servido con una ralladura de naranja. Después de casi dos años en paro, hace unos meses encontró trabajo y desde entonces sus jornadas laborales ocupan la mitad de la jornada natural, con lo que su vida social se ha visto muy reducida y su vida sentimental (que intenta construir) prácticamente anulada. A Kostas obviamente le podrían preocupar hoy otras cosas, que de hecho le preocupan, como el incierto futuro de la empresa que lo esclaviza, pero hoy su mayor cuita es precisamente el poco tiempo libre de que dispone y la imposibilidad de encontrar a alguien con quien poder disfrutarlo plenamente.

De camino a casa me vuelvo a topar con una concentración (me pregunto si espontánea) frente al Parlamento y calles y avenidas cerradas al tráfico. Algo se cuece en Atenas, pienso mientras intento encontrar la mejor forma de volver a casa, y en ese momento todo me parece un sueño, los bailes y las alegrías de la boda de Nena, los males de amor de Kostas, cada vez más livianos a medida que pasan la tarde y las copas por la barra... Todo se funde en negro, como el cielo tras este atardecer tempranero de septiembre y como el abismo, la incertidumbre, el caos de este otoño incipiente.

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