11 junio 2013

Dueños de las calles

Hay gatos callejeros que parecen personas. Examinan posibles alimentos, escudriñan rincones placenteros, se mueven ora con sigilo ora con decisión y, cuando invades el espacio que ellos consideran su territorio, te miran fijamente a los ojos, temerosos y desafiantes a partes iguales. ¿O quizá es al revés? En esta Atenas cuarteada en mil castas por los rigores de la crisis, muchas son las personas que han aprendido a vivir como gatos callejeros. Rebuscan en la basura, rescatan cualquier cosa que pueda serles útil, acomodan sus escasas pertenencias en algún rincón que pueda transformarse en hogar (las aceras porticadas, los aledaños del metro...) o a la más absoluta intemperie en las elegantes avenidas del centro histórico. Ahora que el tiempo es benévolo (en verdad, desde finales de abril lo es) parecen multiplicarse las colonias de inquilinos callejeros. No puedo llamarlos vagabundos, pues no vagan; allí donde los encuentres han establecido su hogar, como el hombre hiciera en tiempos cuando dejó de ser nómada. No me gusta el término "sin techo", porque es frívolo e injusto (¿cuántos tienen hoy un techo propio, de facto, sin hipotecar?). Muchos de los "con techo" bien podrían entrar en otras categorías ("sin escrúpulos", "sin vergüenza", "sin palabra", "sin perdón") y no lo hacen. Por eso yo prefiero llamarlos dueños de las calles, pues ellos más que nadie las viven, las conocen, las pueblan. Ojalá algún día puedan volver a pasar por ellas como meros transeúntes. Estoy convencido de que ellos serán los más justos peatones.

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