25 marzo 2013

Kalamata, my love!

Hacía tiempo que Kalamata, capital de la provincia de Mesenia, en la esquina suroeste del Peloponeso, se me resistía. Lo cierto es que yo mismo la había desmerecido en favor de otras atracciones cercanas. Bien es sabido que Grecia carece de ciudades bonitas, en el sentido contemporáneo del término ciudad, de ahí que Kalamata, para mí una ciudad provinciana más a orillas del mar, quedara siempre eclipsada por destinos más sugerentes, como las cercanas Methoni y Pilos. Sin embargo, todo cambió el fin de semana del carnaval.



Carnaval en Kalamata, ¿desde cuándo?, preguntaban extrañados mis amigos. Lo normal es irse a Patra, cuyo carnaval es, con diferencia, el más populoso del país. Sin embargo, este año, con la que está cayendo, resulta que a los de Kalamata les ha dado por organizar carnaval con desfile y toda la parafernalia por primera vez. Excéntrico, incoherente, desacertado... Hay opiniones para todos los gustos, pero a mí me pareció estupendo: me encontré con una ciudad rebosante de vitalidad que, a pesar de los pesares, intenta seguir adelante. Necesitaba un cambio de aires, alejarme del cenizo ateniense (impostado, casi siempre, es eso lo que me exaspera) y adentrarme en el Peloponeso, en la Grecia rural que tanto denostan los "capitalinos" y que, en el fondo, es la esencia de este país.



Kalamata me recibió de la mejor manera posible, con su playa de arena fina que se extiende hasta donde alcanza la vista, delimitada por el Egeo de un lado y un cuidado paseo marítimo de otro. Los edificios en primera línea de playa nada tienen que ver con los engendros de hormigón del litoral ateniense, pues se conservan preciosos edificios decimonónicos, algunos de ellos auténticos palacetes, que nada tienen que envidiar a los del mismísimo Nafplio.



Ciclistas, corredores, grupos de amigos, padres con sus hijos... Caminar por el paseo marítimo es toda una gozada. De fondo, un luminoso horizonte recortado por el imponente Taigeto, la legendaria montaña desde la que los espartanos arrojaban a los bebés que nacían con malformaciones.



Es raro encontrar en Grecia ciudades que conserven tan bien el carácter como Kalamata. Claro que no se libra de la lacra de los horrorosos edificios de hormigón, pero se nota que el brutal terremoto de 1986  hizo una buena criba y grandes áreas de la ciudad fueron reconstruidas con más sensatez, dando como resultado un desarrollo urbanístico más equilibrado que la media del país.

El centro histórico de la ciudad, a unos veinte minutos a pie del puerto, fue otra revelación: construcciones de una o dos alturas, bastantes edificios neoclásicos (no todos en buen estado)...


Iglesias de diferentes épocas y estilos (la más llamativa, la bizantina dedicada a los Santos Apóstoles).



Varias plazas empedradas con pizarra y el castro medieval, construido por los francos, dominando la ciudad desde las alturas.

Aristomenous es, sin duda, una de las calles peatonales mejor cuidadas de Grecia.


Delineada por bellos edificos neoclásicos, limpia y libre de coches y motos (en Grecia el concepto "peatonal" siempre va acompañado de concesiones)...



 Un importante eje comercial, que desemboca en la plaza principal, con el monumento a los héroes de la Revolución de 1821. Cabe destacar que Kalamata fue la primera ciudad que se liberó del yugo otomano, lo que trajo una época de prosperidad que hoy queda reflejada en su patrimonio arquitectónico.


En cuanto a la vida nocturna, evidentemente todo estaba a rebosar, debido al carnaval. En cualquier caso, me llamó la atención el estilo de muchos bares y cafés que poco tienen que envidiar a los de la capital.



Y de la comida, ¿qué decir? Esta es, junto con Creta, la región olivarera por excelencia. En el mundo anglosajón las Kalamata olives son toda una institución. El lunes, primer día de la cuaresma, llamado "de Purificación" (Καθαρά Δευτέρα), la tradición manda, amén de volar cometas, comer marisco, moluscos, taramosalata, lagana (pan ácimo con semillas de sésamo) y legumbres... ¡Qué mejor lugar para degustar todo esto que a orillas del mar!


No quisiera dar una imagen idílica de la ciudad. Las huellas de la crisis son visibles, como en cualquier rincón del país, por ejemplo, en la infinidad de comercios que han echado el cierre. Al visitarla en una festividad tan señalada, no tuve ocasión de tomarle el pulso a la actividad cotidiana de la ciudad, donde, supongo, se verán más indicadores de la situación, como la pobreza y la indigencia de muchos que hasta hace unos meses se consideraban clase media.


Sin embargo, como siempre que me alejo de Atenas y me encuentro con un entorno más sano, más sostenible, infinitamente más natural, me pregunto si no sería más sensato abandonar la gran ciudad, como ya están haciendo muchos jóvenes que vuelven a sus lugares de origen, o al de sus padres, en pos de un futuro mejor.

Especialmente en Grecia, donde "la provincia" (como siguen llamando a todo lo que no sea Atenas) está visiblemente menos desarrollada que en otros países, puede que esta sea la oportunidad de oro para que jóvenes con formación y cultura, sueños y ganas de abrir caminos alternativos (ante la incapacidad del sistema de integrarlos) pongan su granito de arena para el desarrollo de las regiones. Así como la destrucción del terremoto del 86 dio a Kalamata una oportunidad para empezar de nuevo, quién sabe, puede que tras este marasmo económico y social veamos crecer de entre los escombros flores aún más bellas.


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