25 abril 2013

F de Felicidad

Zanasis Efcimiadis ha sido, sin saberlo, uno de mis muchos profesores "extraoficiales" de griego, a los que debo, aparte de muchos momentos de deleite, gran parte de lo que hoy sé, ya no solo en el plano lingüístico o cultural (entendiendo este como la cultura más o menos "oficial" de un país), sino a todo aquello que de un país solo se aprende mediante la participación activa y la inmersión absoluta en su sociedad. Digo que Zanasis no sabe que ha hecho las veces de profesor, porque ni siquiera me conoce, aunque el pasado lunes a punto estuve de acercarme y decírselo en persona, pero como de costumbre, me venció la timidez...

Lo vi por primera vez a los pocos meses de mudarme a Atenas, a través de Dolce vita, comedia de enredo de mediados de los noventa, un clásico ya de la televisión griega. Zanasis, por si no lo han adivinado todavía, es actor y en aquella serie no hacía más que interpretar un papel, el del joven que, por avatares del destino y sin saberlo, se lía nada más y nada menos que con su futura suegra... Muchas son las horas que pasé pegado casi literalmente a la pantalla para no perder ripio de aquel folletín hilarante con grandes dosis de humor absurdo. Está claro que lo más difícil de comprender en un idioma extranjero es el humor, ya no solo por el uso disparatado y peculiar que se suele hacer de la lengua, sino además por todas las referencias culturales que esconde detrás cada chascarrillo o frase lapidaria. Por eso, aparte de reírme de lo lindo en una época no del todo fácil (κάθε αρχή και δύσκολη, dicen aquí, los comienzos son siempre duros), aprendí muchísimo sobre las gentes que, de pronto, se habían convertido en mis conciudadanos.

Es por todo esto que no pude declinar la invitación de asistir a la función Έφη. Aπό το Ευτυχία (Efi, de Felicidad), monólogo dulciamargo, como la vida misma, a cargo de Zanasis Efcimiadis, en el teatro Apothiki, una pequeña sala llena de encanto situada en un viejo almacén (eso significa apothiki), en el decadente barrio de Psirí.

La escena representaba el patio de un kafenío, el café tradicional griego que en nada se asemeja a las supercafeterías de nuevo corte, cuyo único cliente es un camionero que, pasada la cuarentena, evoca la avalancha de recuerdos que componen su vida tras el encuentro, no del todo fortuito, con Efi, su gran amor de juventud, de esos que marcan una vida para siempre. Efi, diminutivo de Eftijía (Felicidad, en griego). El amor que se le escapó de entre las manos como si fuera un pez, como se nos escapa la felicidad por momentos, y no fue capaz de recuperar.


Espectacular y sobrecogedor, Zanasis Efcimiadis demuestra en un cara a cara con el espectador sin más fuegos de artificio que los focos sobre las tablas que es un actorazo, aunque arrastre de por vida la sombra del granujilla al que dio vida en aquella comedia de los noventa (que no ha dejado de reponerse desde entonces), aunque, como tantos y tantos actores geniales fuera del circuito anglófono, jamás sea conocido a escala internacional ni pise una alfombra roja en Hollywood. No puedo terminar sin mencionar el seibékiko, el más visceral de los bailes griegos, con el que firmó el final de la actuación, lágrimas en los ojos y vello de punta, que electrificó la atmósfera de la pequeña sala y que pueden disfrutar en este vídeo. Si se dejan caer por Atenas esta primavera y saben griego, no se me ocurre mejor plan para la noche del lunes.



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