19 febrero 2012

Los símbolos ignífugos


Sé que a muchos extrañará el que me considere afortunado de haber vivido en primera persona el inicio y el desarrollo de la crisis griega. Me siento, además, afortunado por haber vivido en dual la reacción de la gente, los análisis de expertos y tertulianos de la prensa española, por un lado, y las voces de Grecia, por el otro. Desde el principio me di cuenta de que ambos enfoques se asemejaban en ciertas cosas y diferían en muchas otras. Se parecían en la primera reacción, tanto de políticos como de medios de información, de quitar hierro al asunto, a costa de los demás. En España fueron muchísimas las voces, con la del ex-presidente Zapatero como colofón, que repetían que "no somos Grecia" y acusaban al Estado griego de "malas artes" y a sus ciudadanos de vagos y pícaros. Los medios griegos, por su parte, buscaban resarcimiento haciéndose eco de rumores de pasillo, como el que decía que España, entre otros, sería la siguiente en caer en la red de salvamento (tela de araña, la llamaría yo) de la Troika. Incluso recuerdo los comentarios maliciosos de ciertos alumnos míos al oír en los medios griegos que el panorama económico y laboral en España era cada vez más aciago. Mi respuesta fue parca y solemne: me retiré en silencio hacia la pizarra y escribí el sabio refrán español "Mal de muchos, consuelo de tontos".

Sin embargo, en casi todo lo demás, los enfoques variaban considerablemente. Un ejemplo de esto lo encontramos en la propia terminología que se usa en ambos países para referirse a los mismos conceptos. Así, lo que en español rápidamente se popularizó como "mecanismo de rescate" (¡qué gran palabra, rescate! -- díganselo a un montañista en apuros), en Grecia se denominaba simplemente "mecanismo de apoyo" (μηχανισμός στήριξης), mucho menos efectista. En Grecia nos habíamos aprendido ya el palabro Troika, hasta entonces rarísimo tecnicismo ruso, inaudito para la mayoría de los mortales (a mí personalmente me sonaba a contemporánea Inquisición). En España, aún se hablaba de la "comisión formada por FMI, BCE y UE". Después llegó el contrato, el acuerdo prestatario entre el Estado griego y la Troika, que los medios españoles vuelven a llamar "paquete de medidas" (aunque es más que eso) o "rescate" a secas (el domingo pasado, se aprobó el 2º Rescate) y los griegos llaman "mnimonio" (μνημόνιο), término de derecho internacional para designar un documento diplomático que recoge propuestas y reivindicaciones de un Estado o institución (algo así como un memorándum, en español). Lo que se votó el pasado domingo, mientras Atenas se convertía en la Roma de Nerón (aquí pocos dudan de la connivencia de las autoridades, por decirlo suavemente), es, para los griegos, el "Mnimonio 2".

Ahora han pasado dos años desde que Grecia recurriera al "mecanismo de rescate" y España sigue sin ser Grecia, pero se aproxima peligrosamente. Dos años de recetas milagrosas de la docta mano de los expertos económicos que no solo no han dado los resultados esperados, sino que han hundido aún más al país. Ahora que a gran parte de Europa le están empezando a administrar ese mismo jarabe amargo, la gente empieza a despertar del letargo, a desconectarse de la melodía hipnótica de algunos informadores y a abrir los ojos. Tras la masiva repulsa de los griegos el domingo pasado, acallada mediáticamente por el espectáculo de humo y fuego, y el porvenir ominoso que se cierne sobre el continente, con los griegos como avanzadilla, ciudadanos de toda Europa comienzan a mostrar signos de solidaridad, bajo el lema "Todos somos griegos". Estos gestos simbólicos demuestran que ha habido un cambio de opinión, una evolución hacia la solidaridad y la empatía por parte de los ciudadanos de a pie. En estos voraginosos tiempos modernos, en que todo es efímero y nada es lo que parece, se nos olvida que los símbolos siguen importando, como siempre lo han hecho, ya se trate de una palabra que utilizamos para describir una realidad, de una sentada solidaria en la puerta de una embajada o de un mítico teatro (después, cine) que es pasto de las llamas. En cuanto a esto último, lo escandaloso no es que se perpetrara tamaña atrocidad, sino que nadie (y por nadie entiéndase el ministro del Interior, J. Paputsís) admitiera responsabilidades por ello. El patrimonio nacional se destruye y el propio Estado escurre el bulto. Otro símbolo inequívoco de la Grecia actual. Que no pase desapercibido.

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