01 marzo 2012

¿Y qué esperaban?

Me he venido unos días a España por motivos de trabajo. En un abrir y cerrar de ojos pasé de contemplar  las ruinas del cine Attikón bajo una leve llovizna a oír el triste monólogo de un hombre que pedía en el tren minutos antes de que partiera de Chamartín. La televisión ha pasado de comentar el plan escolar contra la desnutrición del Ministerio de Educación griego a los estudiantes valencianos sin cafelacción y la confiscación de pupitres de un colegio privado de Madrid. Como en Atenas, me encuentro con sucursales de banco cerradas y letreros de Compro Oro por doquier. Historias de paro e inmigración. En España la prensa y la calle comentan las terribles consecuencias que acarreará la reforma laboral. En Grecia el desplome general de sueldos (incluido el sector privado) ya es una realidad y sus consecuencias simplemente se esperan con la nómina de este mes. Entre el personal no funcionario de la administracón pública española crece el desasosiego y la angustia a despidos inminentes. Escucho con atención, mientras digo para mis adentros: ¿Y qué esperaban?


He comentado en alguna ocasión que el ambiente en España se asemeja cada vez más al de Grecia. Las reformas que este gobierno todopoderoso está poniendo en marcha son muy similares a las que se llevan aplicando en Grecia desde hace casi dos años. Creo que no hace falta comentar su eficacia. El español medio ha empezado a pagar las consecuencias de esta crisis, de la que aún no ha visto nada, como lo está haciendo desde hace tiempo el griego medio. Sólo que éste está ya extenuado, medio moribundo, a la espera del golpe de gracia. Por eso me cuesta cada vez más disimular mi sorpresa, que en ocasiones se torna en enfado, cuando sigo escuchando determinados comentarios (unos estereotípicos, otros populistas, algunos hasta xenófobos, pero casi todos ignorantes) de boca de españoles con formación y estudios, sobre el supuesto doble sueldo de los funcionarios griegos (uno por serlo y otro por ir a trabajar), o el soborno tácito y establecido a médicos de la sanidad pública, o cualquier experiencia personal que tenga relación con Grecia o los griegos, aunque sea sesgada, anecdótica o tergiversada.

No voy a negar que estas historias suelen tener una parte de verdad; el resto va cargado de un veneno que deja un regusto a "se lo merecen". Y esto es lo realmente llamativo e indignante: que aún haya tantísima gente en España idiotizada por el discurso político (la alcaldesa de Madrid dijo el otro día que la diferencia con Grecia es que aquí "somos serios") o determinados medios de comunicación, que siguen informando de la crisis griega desde Bruselas (¿casualidad?) y sólo mandan enviados especiales a Atenas cuando hay follón, que es lo que vende. Parece mentira que los españoles aún no nos hayamos dado cuenta de que no estamos ante una serie de problemas aislados de díscolas cigarras sureñas que tienen que ser auspiciadas por las laboriosas hormiguitas nórdicas, sino ante una grave crisis sistémica, capitalista, creada por las auténticas cigarras, o mejor dicho, zánganos (multimillonarios, grandes inversores, especuladores y políticos podridos), que nos toca pagar, como siempre, a las hormiguitas de clase media, hipoteca a treinta años y veintidós días de vacaciones (si tienen tiempo, no dejen de ver esto). Todo lo demás, morralla y ceniza para nublar vistas. Lo peor es que nos están creciendo los cegatos que se las dan de clarividentes.

1 comentario:

  1. Yo también soy de la opinión que la situación griega y la del estado español van de la mano desde hace tiempo. Sólo que allí ha estallado el "desmadre" y se ha hecho público y notorio, mientras que aquí creo que no nos han dicho aun ni la mitad de la verdad. Probablemente nos queda aun mucho por ver en este sentido; y habrá que ser fuertes.

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