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Foto: Athensville |
Lunes noche de agosto. Estoy con unos amigos en la terraza de un bar de moda en el barrio de Pangrati. La zona está animada, pero el ambiente es mucho más relajado de lo normal. Incluso quienes se quedan en la ciudad van a otro ritmo. Los temas del verano son dos: los incendios y la turistifación. Bueno, este último es más bien el tema del año, pero en verano se recrudece, cuando la horda de turistas inunda casi todos los barrios de Atenas y El Pireo, incluso los más degradados. Hace justo un año hablábamos de los apartamentos turísticos que estaban surgiendo por doquier, pero mis amigos griegos parecían no entender mis inquietudes: mientras que yo hacía hincapié en el nefasto impacto que la proliferación de los apartamentos turísticos (muchos de ellos, parte de esa falsa economía colaborativa) tenía en las principales ciudades españolas y cómo, poco a poco, veía que la situación llegaba a Atenas (poniendo como ejemplo, el barrio de Koukaki, que tan bien conozco), ellos parecían preocupados única y exclusivamente por el tema de la tributación (cómo debían gravarse y cuánto). Una preocupación lógica, habida cuenta de los problemas financieros del país, que les impedía, sin embargo, ver el problema en toda su magnitud.