23 agosto 2018

Ostracismo intramuros

Foto: Athensville
Lunes noche de agosto. Estoy con unos amigos en la terraza de un bar de moda en el barrio de Pangrati. La zona está animada, pero el ambiente es mucho más relajado de lo normal. Incluso quienes se quedan en la ciudad van a otro ritmo. Los temas del verano son dos: los incendios y la turistifación. Bueno, este último es más bien el tema del año, pero en verano se recrudece, cuando la horda de turistas inunda casi todos los barrios de Atenas y El Pireo, incluso los más degradados. Hace justo un año hablábamos de los apartamentos turísticos que estaban surgiendo por doquier, pero mis amigos griegos parecían no entender mis inquietudes: mientras que yo hacía hincapié en el nefasto impacto que la proliferación de los apartamentos turísticos (muchos de ellos, parte de esa falsa economía colaborativa) tenía en las principales ciudades españolas y cómo, poco a poco, veía que la situación llegaba a Atenas (poniendo como ejemplo, el barrio de Koukaki, que tan bien conozco), ellos parecían preocupados única y exclusivamente por el tema de la tributación (cómo debían gravarse y cuánto). Una preocupación lógica, habida cuenta de los problemas financieros del país, que les impedía, sin embargo, ver el problema en toda su magnitud.

Hoy, un año después, las cosas han cambiado. Ya casi nadie habla de la tributación de estos nuevos pisos de alquiler, sino en cómo ha transformado la situación de la vivienda en Atenas: contratos que expiran y no se renuevan, falta de oferta de alquiler de larga duración, alquileres al alza (en un país donde todo lo demás, menos el turismo, va a la baja), y turistas por todas partes, a todas horas, todas las estaciones del año. Dentro de poco, mucho me temo que los atenienses se verán obligados a emigrar al extrarradio, donde a su vez volverán a subir los alquileres, y de nuevo, las clases más humildes se verán relegadas a vivir en zonas aún más alejadas y degradadas... Y lo peor de todo es que la inmensa mayoría de la clase media de este país no tiene ya mucho margen de maniobra.

He de admitir que tengo mis dudas sobre este tema, pero parece claro que lo que se lleva ahora es la mentalidad de vivir como los lugareños, aunque esto, como casi todo lo referido al turismo, sea también una patraña, una ilusión. Si alguien quiere, de verdad, vivir como un griego, no lo hará alquilando por cinco noches un apartamento remozado para parecer a la vez casual y lujoso, por mucho que se encuentre en un bloque de pisos en un barrio supuestamente residencial (donde, muy probablemente, habrán empezado a abrir el tipo de negocios que el turista necesita, desde tabernas turísticas hasta tiendas de souvenirs, en detrimento de las que los auténticos residentes necesitan: un horno, una frutería o cualquier otro negocio "de proximidad").

Si alguien quiere realmente vivir como un ateniense medio, aunque sea por un breve espacio de tiempo, debería meterse en un piso de los años 50 o 60, donde probablemente hace años que no se enciende la calefacción central (aunque ahora en verano eso no importe), con suelos de mosaico en la cocina y el baño, parqué en el salón y los dormitorios (no necesariamente en buen estado), con unos sanitarios más o menos nuevos (si se ha hecho reforma), pero sin capacidad de absorber el papel higiénico y con una cocina probablemente eléctrica (no siempre vitro) y portátil. Con balcón, eso sí (los griegos me siguen preguntando por qué en España no hay balcones), seguramente con toldo, plantas, mesita y sillas, pero con vistas limitadas, salvo excepciones, y el ruido del tráfico de fondo.

Si alguien quiere vivir como un griego, que reduzca su presupuesto de ocio acorde al sueldo medio nacional (probablemente, mucho menor de lo que creen), que visite alguna consulta médica privada (porque la pública deja todo que desear) y abone lo estipulado, que utilice el transporte público (más allá del metro hasta el aeropuerto y la estación Akrópoli) y vea cómo todos los servicios públicos parecen necrosarse en agosto... Podría seguir, pues son muchas las experiencias que, de verdad lo digo, ayudarían mucho a los visitantes menos familiarizados con la sociedad griega a entender de verdad cómo es vivir como un ateniense. Aunque sea por poco tiempo. Entonces la visita turística sería realmente enriquecedora, en todos los aspectos.

Pero mientras sigamos creyendo que vivir como un local es meterse cuatro días en un piso acondicionado para nuestras exiguas necesidades de turista (ducha, cama, café como mucho) y rodar nuestras maletas por cuatro manzanas más allá de lo normal, sin saber (casi) nada de los barrios que vamos colonizando, seguiremos siendo un regalo envenenado para este país, enriqueciendo (y mucho) a la industria turística, pero con una distribución pésima (otro día hablaré de los currantes del turismo), pero a la vez destrozando el frágil ecosistema de los vencindarios del país, condenando a sus habitantes a un ostracismo, digamos, intramuros, dentro de su propia ciudad.

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