08 agosto 2011

Sérifos
(Suspiro de piedra en mitad del Egeo)

Y sin embargo la llegada a la isla no puede ser más decepcionante. A pesar de la bella estampa del puerto con sus casas blancas y su mar azul en lontananza, el desembarco en Sérifos no hace en absoluto justicia a lo que este peñasco seco varado en el mar alberga en su interior. El embarcadero de la isla, situado en el extremo meridional de la bahía, obliga al recién llegado a girar obligatoriamente a la derecha. Un desembarco totalmente desprovisto del sentimiento de libertad que dan otras islas, cuya bahía parece estirar sus brazos para dar al viajero un cálido abrazo de bienvenida a su llegada al puerto, normalmente situado en el centro de ésta.

Sérifos, en cambio, te agarra fuertemente de la mano y te arrastra por todo el paseo marítimo, copado de turísticas tabernas y cafés tan anodinos como caros. La localidad portuaria, Livadi, es un pueblo costero indiferente y su gente, salvo honrosas excepciones, no es ni especialmente agradable ni excesivamente competente en su trabajo. Por si no bastara esa sensación de opresión tras la llegada al puerto, uno de los dos autobuses de que dispone la isla, el que conecta el puerto con los demás pueblos costeros, está fuera de circulación por una supuesta avería. Por tanto, no es de extrañar que sea imposible encontrar un coche de alquiler. Como en las películas, uno se siente atrapado en el típico pueblo de mala muerte perdido en mitad del desierto, solo que aquí estamos en mitad del Egeo. Así las cosas, la única forma de escapar de Livadi es el autobús, una vieja tartana que asciende renqueante la retorcida y empinada carretera hacia Jora, la capital de la isla y toda una revelación.


La inmaculada Jora se erige sobre las crestas más altas de la montañosa Sérifos, desparramándose armoniosamente por sus acantilados y laderas. Jora no es la capital de la isla; Jora es otra isla. La serpenteante anábasis te aleja completamente del puerto de piratas que es Livadi y te lleva cada vez más cerca del cielo, tanto que da la sensación de poder tocarlo con la punta de los dedos desde los campanarios más altos de sus iglesias encaladas. Allá arriba, en las laberínticas callejuelas, entre cúbicas viviendas recubiertas de un espeso merengue, el soplido de Eolo te atraviesa con una fuerte pero voluptuosa embestida. Todo aquí es diferente: la gente sentada a la puerta de su casa te saluda cuando doblas la esquina (Kalispéra!). Hay pocas tiendas, pocos bares y un mezedopolío de ensueño con vistas al abismo que alberga en la recámara un anticuario…

Sérifos.
Suspiro de piedra en mitad del Egeo
coronada por un copo de nieve.

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