15 marzo 2011

De repente

La protagonista de una película de Almodóvar afirma que las cosas más raras pasan "de repente". Esta frase siempre me ha parecido muy cómica, en parte quizá porque encierra una gran verdad. En este "todo fluye" de la existencia, lo único que podemos tener por seguro es que nada lo es. Lo pensaba esta mañana tras ponerme al día de los últimos acontecimientos en Japón, donde la destrucción y la muerte se han instalado "de repente". Esta catástrofe inesperada (no sé hasta qué punto impredecible) ha nublado los luminosísimos días que han seguido a las nevadas en el Ática y auguran certeros la llegada de una ansiada primavera. Imagino que los interrogantes que plantean en la televisión pública griega son los mismos en todos los países del mundo: ¿podría pasar lo mismo aquí? Sinceramente, yo prefiero no pensarlo, aunque intuyo la respuesta.

En Grecia no se cuestiona tanto la seguridad de las centrales nucleares (puesto que no hay) cuanto la resistencia de las construcciones en caso de un seísmo similar, pues es ésta zona de intensa actividad sísmica. Supongo que, como en otras partes del mundo, el miedo se basa en el mismo plantamiento: si esto ha ocurrido en uno de los países con mejores infraestructuras del mundo, ¿qué podría suceder aquí? En 1999 un temblor de magnitud 6.0 causó numerosos destrozos y dejó más de un centenar de muertos en la región de Atenas. Algunas construcciones se vinieron abajo y muchas otras sufrieron desperfectos de diversa consideración. Para valorarlos, se creó un código tricolor: rojo para los edificos que presentaban los desperfectos más graves, muchos de los cuales debieron ser demolidos, amarillo para los que presentaban importantes desperfectos y verde para los que no habían sufrido daños significativos. Esto solo en construcciones modernas. Curiosamente, los monumentos arqueológicos quedaron prácticamente intactos.

El hombre contemporáneo, empeñado en convertirse en dios, parece darse cuenta una vez más de que no lo logrará jamás, ni siquiera en nombre de la divinizada Ciencia. Todo esto ando pensando en esta soleada mañana de marzo, en la terraza de una cafetería desde donde se divisa una esquinita de la Acrópolis. Entonces, casi tres milenios atrás, los hombres no jugaban a ser dioses, sino que atribuían los fenómenos naturales al capricho de éstos. Puede que entonces, como ahora, no hubiera más dios que la Naturaleza. Puede que algún día empecemos a tomárnosla tan en serio como esas religiones creadas por el hombre y nos lo pensemos dos veces antes de alterarla a nuestro antojo en nombre del progreso. Sólo espero que no tengamos que aprender la lección "de repente".

3 comentarios:

  1. Me quedo sin palabras, bre Miguelakos!
    Me apena pensar en la gran catástrofe japonesa que nos acompaña en todos los medios de comunicación desde hace unos días, pero al mismo tiempo me emociona leer lo que esto te inspira.

    Muy buena entrada y, como siempre, envidio esos momentos de inspiración con la Atenas de mis amores de fondo.

    Φιλάκια πολλά

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  2. Increíble, Miguel! Cada día estoy más enganchada a tu blog! Gracias por deleitarnos de esta manera!

    Besos desde Moscú :-)

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  3. ¡Gracias a vosotros por dedicar parte de vuestro tiempo a este blog! Para mí no hay satisfacción mayor que esa. ¡Espero que nos reecontremos pronto! Un besazo

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