21 abril 2012

Días de sol

Con la llegada de la primavera, una Atenas engalanada con árboles en flor y perfumada de azahar reúne a grupos de amigos que, a pesar de las circunstancias, deciden rendir tributo al sol, en la infinidad de terrazas de bares y tabernas que salpican la ciudad. Me uno yo también a este deshielo anímico tras un largo y crudo invierno y me reencuentro con personas que, por los azares de la vida urbana moderna, acentuados por la desgana derivada de esta crisis, llevaba meses sin ver. Cada una de ellas arrastra a la mesa del café su propio testimonio de cómo ha cambiado su vida en el último año.


Liza tiene 37 años y es periodista. Estuvo trabajando para diferentes gabinetes del gobierno Karamanlís hasta octubre de 2009, cuando Papandréu ganó las elecciones generales. Desde entonces ha trabajado en el área de comunicación de un par de empresas. Desde julio del año pasado está en paro y a pesar de la multitud de currículums enviados, no ha hecho ni una entrevista. Liza busca cualquier tipo de trabajo, desde telefonista o secretaria hasta cuidadora de niños, pero el mercado no se mueve. Ayer, por fin, la invitaronn a hacer una entrevista para una compañía de venta por teléfono. Su optimismo incipiente pronto se vio truncado: un sueldo de 350€ por una jornada de 5 horas y un periodo de prueba de ocho días, por los que no cobrará ni un euro. Liza desconfía; ha oído muchos casos de empresas que engañan y explotan a sus empleados en prueba, a los que jamás contratan, pero necesita el dinero más que nunca, especialmente ahora que la prestación por desempleo ha bajado a 360€ mensuales. Una verdadera miseria.

La joven Pola tiene 26 años y le quedan sólo un par de asignaturas para terminar Derecho. Su mayor preocupación, aparte de completar sus estudios, es aprobar una difícil prueba de inglés para poder estudiar un máster sobre márketing político en Estados Unidos, cuyos criteros de admisión son muy estrictos. Su padre es un político de primer nivel, que ha ocupado un escaño en el Parlamento nacional en varias legislaturas; su madre ocupa un puesto directivo en una empresa de seguros. No es, pues, de extrañar que Pola, única descendiente de una familia acomodada, sea una de las pocas personas que apenas refieren el tema de la crisis en su día a día. Afirma que Grecia no va a quebrar, porque "no nos van a dejar que quebremos" (y aunque quiebre, a nosotros no creo que nos afecte mucho, debería añadir).

Me encuentro por casualidad con Kostas, del que ya hablé hace unos meses aquí, tomándose una cerveza en una terracita del centro. La última vez que nos vimos fue justo antes de Navidad, creo. Me alegra ver que las dos olas de despidos que se han producido en su empresa no le han afectado, aunque sigue trabajando mucho y cada vez cobra menos. A partir del mes que viene, me dice, le rebajarán el sueldo un 22%, en el marco legal del último rescate aprobado en febrero. En un año pasará de mileurista a setecentista. Y aun así, se puede dar por satisfecho, pues aún conserva su empleo.

Estas son sólo tres historias que dan una idea de la situación actual del país, en que, pese a todo, aún sigue habiendo una minoría privilegiada a la que le resbala toda esta lluvia ácida de recortes e impuestos; prueba inequívoca de que ni todos los griegos tienen la misma responsabilidad en el devenir de su tierra ni todos están sufriendo la crisis por igual. Lo indignante es que son precisamente aquellos que saquearon las arcas y sus camarillas los que no han pagado ni pagarán ni un solo plato de la vajilla rota. Y en lugar de luchar contra esto, aún seguimos enconados en los estereotipos populistas y nacionalistas del norteño trabajador y honrado y el sureño holgazán y tramposo.

Dicen que los casos de estafa y engaño se han multiplicado en los últimos meses; es decir, los sucesivos rescates en lugar de redirigir el país en una buena dirección lo han hundido en la miseria, favoreciendo  aún más la picaresca. Por eso, estos días de incipiente primavera, cuando escucho los sufridos relatos de amigos y conocidos, a los que la bonanza del clima parece querer recompensar de sus miserias cotidianas, me viene a la cabeza eso, que seguramente habrán escuchado alguna vez, de que "antes los griegos vivían como alemanes". Comentario cargado de ignorancia, pero sobre todo, de mala leche. Probablemente en lo único que se parece, tanto antes como ahora, la vida de un griego a la de un alemán o un sueco es en las vacaciones de verano llenas de sol y mar. Sólo que los griegos tienen este paraíso en el tranco de la puerta y los nórdicos no. Quizá sea eso lo que les pica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario