15 junio 2012

Déjà vu, déjà vécu

Los que han seguido regularmente este blog los últimos meses conocían de sobra mi profecía sobre rescates y bancarrotas, cada vez que la estupidez y la soberbia de amplios sectores de la prensa, la clase política y la opinión pública extranjeras en general (y las españolas, en particular) me sacaban de mis casillas: lo que pasa en Grecia hoy, pasa en España mañana. No se equivoquen, no soy versado ni en economía ni en ciencias políticas ni en estudios europeos; tampoco soy vidente ni me he empapado de historia o teoría de la economía, como tantos otros a quienes de repente les brotan libros sobre la crisis bajo el brazo, como si fueran champiñones. En mi favor solo podría argüir dos hechos: el primero, que conozco el griego moderno y, junto con él y a través de él, buena parte de la historia y la cultura de la Grecia actual (tan distante, por suerte y por desgracia, del anacrónico cliché clásico); el segundo, que he presenciado este pandemónium demencial en primera fila y experimentado sus efectos en carne propia, siendo a la vez espectador y figurante de esta farsa que, durante dos años ya, se hace llamar rescate.

Como he dicho, ni soy experto en la materia ni pretendo ser bajo ningún concepto uno de esos arrimadizos que ahora, de repente, se dedican a soltar peroratas sobre economía. Es más, en este mismo blog he traducido y publicado motu proprio algunos artículos de periodistas griegos, a los que leo desde hace tiempo y cuyas tesis considero acertadas e independientes, pero de reducida proyección por el hecho de escribir en una lengua tan minoritaria, en lugar de dar cancha a las grandes plumas de los rotativos internacionales. Desde aquí, además, he criticado a menudo el sesgo de la información que sobre la crisis griega llegaba a España, elaborada generalmente en Bruselas y sólo recogida directamente del "trabajo de campo" desde Atenas cuando algo muy grave, calamitoso o estridente sucedía en Syntagma o alrededores. Me he despachado a gusto con la poca profesionalidad y la mediocridad de algunos enviados especiales a Grecia y, no es casualidad, he excluido adrede a determinado medio de comunicación de las noticias y artículos de opinión a los que de vez en cuando enlazo desde la página de Facebook.

El tiempo pasa y observo con la resignación de quien sabe que un presentimiento se hará realidad cómo en España se suceden uno a uno, quizá no en el mismo orden, pero con similar resultado, los mismos acontecimientos que en Grecia el último bienio. Algunos amigos y conocidos que no me daban demasiado crédito cuando abordábamos el tema de la crisis hace meses, unos por optimismo o ingenuidad, otros por menoscabo (repito, ni soy experto en la materia ni lo pretendo), me han terminado dando la razón y me preguntan, con creciente insistencia, sobre el día a día de los griegos.  Por eso ahora que en España nos seguimos disputando si se trata de préstamo o rescate (¡este fetichismo terminológico tan nuestro!) y el ánimo de la gente se va encendiendo, siento la necesidad de volver a plasmar aquí un mensaje, ahora con  la tranquilidad ya no del déjà vu, sino del déjà vécu, es decir, de quien ya ha vivido esta situación: saldremos de esta; y no porque lo diga yo, sino porque es el instinto de supervivencia humana. Tras el shock inicial, nos amoldaremos a la nueva y precaria realidad y tiraremos p'alante (eso sí, no basta con quejarse; hay que pelear). Sólo así se explica que, a pesar de la última campaña de terrorismo político y mediático a nivel europeo (¡hasta monsieur Hollande ha entrado al trapo!) sobre qué deben votar este domingo, los griegos estén, en su crispación y su desecanto continuados, más calmos que los españoles, que recién despertados del sueño se disponen, aturdidos, a combatir la pesadilla.

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